Al día siguiente, el sol apenas se había asomado cuando Clara sintió las manitos tibias de Liam en su rostro. El pequeño la miraba con ojos aún somnolientos pero llenos de ternura. Se acurrucó en su pecho.
Mark, desde la puerta, los observó. No interrumpió. Ese vínculo era profundo, y aunque le dolía pensar que pudiera confundir los sentimientos de Clara, también sabía que nada forzado se sostiene.
La última noche en la playa trajo un aire más tibio que de costumbre. Liam dormía profundamente, agotado de tanto sol, arena y carcajadas. Mark y Clara estaban en la terraza, con la luz tenue de una vela y una botella de vino casi vacía entre ellos.
—No quiero que esta semana termine —dijo Clara, con los pies descalzos sobre la silla—. Me da miedo volver a la rutina y que esto se esfume.
—¿Y qué es “esto”? —preguntó Mark, con la voz grave y baja. No había ironía, solo una tensión dulce en el aire.
Clara lo miró, sin sonreír. Sus ojos hablaban más que cualquier respuesta.
Mark se levantó despacio y se acercó a ella. Le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, lento, como si temiera que ella se desvaneciera si la tocaba demasiado rápido.
—Clara —murmuró—. No quiero que vuelvas a sentirte insegura. No quiero que dudes de si es por ti o por Liam… porque sé perfectamente que eres tú. Eres tú la que me hace pensar distinto, desear distinto… vivir distinto.
Ella cerró los ojos ante ese roce. Sentía el corazón latiéndole en la garganta.
—Te deseo —dijo él, y fue tan directo como honesto—. Pero no te quiero apresurar. Solo dime si estás lista. Porque si te toco ahora… ya no voy a poder fingir que solo somos padre y niñera.
Clara tragó saliva, su cuerpo ardiendo bajo la piel. Lo miró sin apartar la vista.
—No quiero que finjamos más nada —susurró—. Estoy cansada de morderme los labios cada vez que te veo cargar a Liam con esa ternura… o cuando me miras como si fuera la única persona en este mundo. Ya no quiero disimular.
Mark se inclinó. No fue un beso rápido ni tímido. Fue un encuentro contenido, profundo, que dijo todo lo que ambos habían callado. Sus bocas se buscaron con una mezcla de necesidad y cuidado, como si se supieran frágiles pero inevitables.
Él la alzó en brazos con suavidad, llevándola adentro. No había prisa, solo deseo sincero. Se desnudaron sin apuro, como quien abre un regalo esperado desde hace mucho. Cada caricia fue una confirmación: esto no era un error. Esto era deseo, sí, pero también ternura. Era pasión construida a fuego lento entre pañales, desvelos, juegos de playa y charlas bajo la luna.
Esa noche no se prometieron nada, pero tampoco necesitaron hacerlo. Se quedaron abrazados mucho después de que el deseo se convirtiera en calma, y la calma en certeza.
Clara se quedó dormida con la cabeza sobre su pecho, y Mark, acariciándole el cabello, supo que no iba a dejarla ir sin luchar por ella. Porque en medio de todas sus dudas, esa mujer le había devuelto algo que creía perdido: el derecho a amar otra vez.
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Editado: 14.06.2025