Sara, finalizó la compra de los medicamentos para su hermano Sebastián, que sufría de epilepsia. Después del accidente que sufrió su hermano en la moto, quedó con epilepsia.
Cogió el autobús de vuelta y, minutos después, arribó a la casa. La mamá de Sara era una mujer de alrededor de 50 años, más o menos, con algunas canas y muy amable.
Se desempeñaba como costurera y, durante los fines de semana, comercializaba bollitos de maíz. Sara administró el medicamento a su hermano Sebastián con un poco de agua y se dirigió a su habitación para preparar todo para su primer día en la empresa González.
El uniforme que le proporcionaron era un vestido algo corto. A Sara no le agradaba usar ropa muy corta, por lo que, siguiendo la enseñanza de su mamá sobre costura, le añadió un trozo de tela del mismo uniforme para que le quedara un poco más largo. Tras arreglar el vestido, se alisó el cabello, se hizo unos rizos y asistió a su madre a repartir los pedidos por las costuras que había pedido. Sara intentaría al máximo adquirir conocimientos en la empresa González y colaborar con su mamá para que no se fatigara trabajando.
Después de que Sara finalizó la entrega de los pedidos de costura, se ocupó de las tareas del hogar y de cocinar.
***
En la compañía, la secretaria Chantal estaba resuelta a dificultar la vida a la nueva secretaria Sara, con el fin de que no permaneciera mucho tiempo en la empresa. Chantal, una joven de 28 años que había cursado en una de las mejores universidades y completado la carrera de administración, desde que comenzó a trabajar en la empresa González se había enamorado en secreto de su jefe, Ricardo. Nadie sospechaba que Chantal había desarrollado sentimientos por su propio jefe, pero al llegar la nueva secretaria empezó a experimentar celos hacia ella. Su estrategia para ganar a su jefe la llevaría a cabo.
Con su jefe recién enviudado, Chantal aprovecharía la situación para acercarse a él utilizando sus mejores cualidades. Al caer la noche, Sara dejó todo ordenado en la casa; su madre, Isabel, había vendido todos los bollitos de maíz.
Al día siguiente, Sara se levantó temprano, se dio una ducha caliente, se vistió con el uniforme de la empresa, que consistía en un bonito vestido rojo con un lazo azul, calzó sus zapatillas negras y se aplicó un poco de maquillaje en los ojos y labios. Fue a la cocina e hizo un poco de café y una tostada para desayunar.
Luego de desayunar, dejó el desayuno listo para su hermano Sebastián y su madre Isabel.
Se preparó el almuerzo para llevar, hizo una sabrosa ensalada de verduras, un poco de ensalada de frutas y un exquisito tamal. Después de preparar el almuerzo, lo guardó en su bolso junto a una botella de agua, se colocó el carnet de la empresa, llevó la llave de la casa, tomó su bolso y salió de casa.
Tomó el bus hacia la empresa y, pocos minutos después, llegó a su destino.
Al ingresar, el vigilante le ofreció una cordial bienvenida a la compañía.
—Buenos días, señorita Sara—comentó Arturo con una sutil sonrisa al verla.
—Buenos días, señor Arturo—contestó cortésmente Sara.
Al llegar a la empresa, Sara fue acogida por Mónica, una de las secretarías que lleva tiempo allí. La llevó a su lugar de trabajo; la oficina de Sara estaba cerca de la oficina de su jefe, Ricardo.
—Tu primera tarea en la compañía es clasificar las carpetas de la A a la Z—le indicó Mónica mientras le pasaba la carpeta.
—Excelente, señorita Mónica—contestó Sara suavemente.
Mónica volvió a su lugar de trabajo, mientras Sara empezó a organizar las carpetas. La secretaria Chantal entró en la empresa y puso su bolso sobre la silla de su despacho. Implementó su estrategia contra Sara; se desabrochó un botón del vestido, lo que exponía ligeramente sus senos. Se aproximó a donde se encontraba Sara para saludarla.
—Buenos días, estimada Sara —dijo Chantal, exhibiendo una sonrisa torcida. Modificó las carpetas para que Sara comenzará de nuevo.
—¡No fui yo quien organizó las carpetas! —pensó Sara, asombrada—. ¡Buen día, Chantal!
—Ay, querida, tiene que iniciar de nuevo. Qué pena, tengo que ir a trabajar—le comentó Chantal con voz entrecortada mientras ocultaba su risa.
Chantal regresó a su lugar de trabajo, se sentó y murmuró.
Esa secretaría no permanecerá mucho tiempo.
Sara reorganizó las carpetas una por una, sin imaginar que Chantal había alterado las carpetas.
***
Ricardo, al ser el director de la empresa, podría llegar algo tarde, pero recordó que tenía que organizar algunas cosas en la oficina antes de su viaje de trabajo a las Bahamas, que duraría todo un fin de semana. Se dio un baño caliente, se puso un hermoso traje elegante que combinó con sus zapatos y el reloj en su muñeca. Entró en la habitación de su hija Luciana, que aún continuaba dormida. Al llegar, se dirigió a su pequeña y le plantó un beso en la cara. Su hija se despertó.
—Papá, ¿puedo acompañarte al trabajo en la empresa?— le comentó Luciana con cara de tristeza.
—Mi amor, eres demasiado pequeña para ir a la compañía—comentó Ricardo con mirada cariñosa.
—Papá, siempre me dejas en casa cuando vas a trabajar. Deseo saber en qué lugar trabaja mi papá—le comentó de mala manera, con los brazos cruzados.
—Luciana Adale, mírame mientras te hablo —le dijo Ricardo, irritado.
Luciana se enfocó en los abrazos de su padre y, con sus ojos llenos de llanto, le comentó:
—Papi, permíteme acompañarte, prometo comportarme —le aseguró Luciana.
Ricardo, emocionado por las palabras de su hija, la rodeó con sus brazos, tomó aire y respondió.
—No llores, mi amor, no deseo que estés triste, irás —dijo mientras daba besos a su niña.
—Gracias, papá—comentó Luciana, riendo y dándole cosquillas.
Ricardo ayudó a vestir a su hija; le colocó un bonito vestido azul y le hizo una coleta como pudo, ya que no sabía hacer esas cosas. La que vestía a su hija era su esposa, pero ella ya no estaba.
No pudo evitar sentir nostalgia, ya que aún echaba de menos a su esposa.
Después de arreglar a su hija, se dirigieron al comedor para el desayuno. Al llegar, su hermana Beatriz había hecho un exquisito desayuno de huevos revueltos con pan y jugo de naranja.
Luciana se sentó en la silla que pertenecía a su mamá, mientras que Ricardo también se acomodó para desayunar.
Después, Ricardo y su hija Luciana finalizaron su comida. Ricardo levantó a su pequeña en sus brazos, tomó su maletín junto a las llaves del coche, y dejaron la casa.
Ricardo primero subió a su hija, le puso el cinturón de seguridad y luego se sentó él en su propio lugar. Partieron rumbo a la empresa.
Momentos después...
Ricardo arribó a la compañía, aparcó en la entrada, desabrochó el cinturón de su pequeña Luciana, la levantó en sus brazos y tomó su maletín. Se bajó del auto.
Al ingresar, lo recibió el vigilante.
—Buenos días, jefe, es un placer tenerlo aquí—dijo Arturo con respeto.
—Buenos días, señor Arturo, llegué con mi hija Luciana, ella es mi pequeña—comentó Ricardo dirigiéndose a él con respecto.
—Hola, pequeña Luciana, soy Arturo—se presentó.
Ricardo ingresó a la empresa sosteniendo a su hija; las secretarias quedaron sorprendidas al ver a su jefe con la pequeña.
—Buenos días, secretarias y personal de limpieza. Hoy traje a mi hija Luciana para que sepa dónde trabajo—les comunicó Ricardo.
Luciana quedó asombrada al observar la gran compañía de su padre; lo que más llamó su atención fue una de las agradables secretarias. Se desprendió de los brazos de su papá Ricardo y se precipitó hacia donde estaba la empleada.
Al contemplarla,
—¡Qué hermosa eres, mami!—expresó Luciana con un tono melodioso.
Sara quedó sorprendida; no sabía qué responderle porque ella no era su madre, tal vez se lo comentó por equivocación. Sara permaneció en silencio y luego habló.
—Hola, mi amor, qué hermosa eres—dijo Sara mientras la levantaba con delicadeza.
Ricardo no se percató de que su pequeña no estaba en sus brazos; la observó con la secretaria y caminó hacia ella.
—Perdona, Sara—comentó Ricardo con tristeza mientras la levantaba.
Luciana dio un fuerte grito al ser levantada por su papá.
—Esta bien jefe—contestó Sara se retiró de la oficina.
Sara fue la cafetería, pidió dos platillos distintos: uno de pollo con ensalada y el otro, arroz con pollo solo, además de dos jugos. Después de hacer el pago, se dirigió a la oficina de su jefe y le dio las comidas. Sara colaboró en dar de comer a Luciana; Luciana estaba contenta con su mamá, a pesar de no ser su madre.
—Gracias, mamá —dijo Luciana, y le dio un beso a la mejilla de Sara.
Sara agradeció el beso de Luciana con un abrazo.
Salió de la oficina de su superior, se sentó en su escritorio, sacó la pequeña taza con la comida de su almuerzo y aprovechó los minutos restantes para comer. Después de que Sara finalizó su comida, organizó la lista de los inversionistas según sus nombres, en diferentes carpetas.