Canterbury es un pequeño reino en un lugar, muy, pero muy lejano. En él abundan la paz y el amor como las estrellas en el cielo. Sus gobernantes siempre han sido justos y firmes con su pueblo, no hay día en que no busquen que esa estabilidad que poseen perdure hasta el final de los tiempos.
Es un lugar que se caracteriza por su gran cantidad de tradiciones. Cada mes, de cada año, festejan con alegría sucesos especiales que le ofrecieron prosperidad a su nación. Entre todas ellas, y con unanimidad, su favorita es la que celebran con emoción cada 25 años después de que nace el príncipe heredero. Es su preferida, no solo porque esperan dos décadas y un lustro por ella, tampoco, porque próximamente tendrán un nuevo rey. Es la mejor tradición ya que es justo en diciembre, en Navidad, la época donde todo es posible, realmente posible. Y no es por exagerar, cada vez que el príncipe heredero conoce a la mujer con la cual contraerá matrimonio, a los habitantes del pueblo se le otorga un deseo del corazón, es decir, aquello que más anheles se hará realidad.
Todo esto parecerá irreal, pero es completamente cierto. Este suceso se remonta a hace más de dos siglos, cuando una joven hechicera fue salvada por un valiente rey. Tan agradecida estaba que le prometió que él y sus próximas generaciones encontrarían el amor en aquella navidad en la que los príncipes tuvieran los 25 años. Además, cada vez que eso sucediera, su pueblo sería bendecido con un deseo del corazón.
El rey aceptó con escepticismo su ofrenda, debido a que él ya tenía esa edad, y esa fecha estaba demasiado próxima. Asimismo, no creía que podría enamorarse con tanta prontitud. Pero tal fue su sorpresa, cuando encontró a la mujer de sus sueños, justo como lo predijo esa hechicera. Así como él, su pueblo también obtuvo lo prometido logrando que todo Canterbury se llenará de luz y esperanza por todos los deseos cumplidos. La pareja no pudo ser más que feliz, y durante todo el tiempo que reinaron, también lo fue su nación. Este acontecimiento continuó de generación en generación, y nada cambió hasta ese momento.
En la actualidad, Canterbury no puede estar más que feliz. Su príncipe heredero por fin cumpliría la edad propicia, y lo mejor de todo, justo el día de navidad. Lo único que hacen es contar los días con ansias, esperando el dichoso suceso en el que su próximo rey encontrara a su reina y ellos obtendrán sus valiosos deseos del corazón.
(…)
—¿Estás listo? —preguntó la reina Margaret entrando en la habitación de su hijo.
El joven príncipe suspiró y asintió con desgano. Sinceramente estaba cansado de algunas tradiciones del reino, le parecían demasiado antiguas y aburridas. Tantas celebraciones lo tenían abrumado y con ganas de salir huyendo, pero no podía hacer nada de lo que deseaba, tenía que soportarlo porque no sólo era lo que su pueblo esperaba de él, sino que él nunca se atrevería a decepcionarlos, desde su nacimiento se debía a su nación al igual que sus antecesores.
—Ya sé que estas festividades no son completamente de tu agrado —el príncipe arrugó el entrecejo—. Está bien, nada de tu agrado —corrigió la reina—. Pero te prometo que esta vez sí lo disfrutarás.
—¿Qué tan diferente podría ser? —se quejó—. Antes sólo me molestaba que estuvieran a mi alrededor queriendo complacerme en todo, pero ahora es aún peor, todos tratan de encontrarme una esposa desde que llegué a los 24, a pesar de que saben que no es posible -suspiró-. Tener este título, y sobre todo la responsabilidad de los deseos del corazón se ha convertido en un fastidio. A veces pienso que, sin la presión de la novia de Navidad, todo sería más sencillo. Incluso aunque nada aquí es sencillo.
Su madre le acarició la mejilla con cariño y comprensión.
-La verdad no se si quiero que la supuesta novia aparezca.
La reina Margaret soltó un gemido de asombro. Su querido esposo no debería escuchar nunca esas palabras o su corazón no lo soportaría. Si su hijo no encontraba el amor esta navidad, sería un escándalo, se rompería una tradición que no debía de morir jamás. Y especialmente, se perdería la estabilidad que perdurado por tantos siglos.
—No vuelvas a decir eso jamás, Benjamín —le riñó —. De tu próxima boda dependemos. No sabríamos qué hacer si la tradición cambia.
Benjamín lo sabía, era demasiado consciente de ello, pero eso no le quitaba el gran peso que eso suponía. Tenía miedo de que no funcionara para él, que no sintiera nada por la que supone debía ser su amor y entonces sólo tuviera que conformarse con la chica que apareciera sin sentir lo correspondía. Nunca había sucedido, pero siempre había una excepción. Y le aterraba que fuera él.
—Es sólo que… —
—Yo entiendo Benjamín — le interrumpió su madre —. Sé cuál es tu temor, pero no sucederá, toda nuestra familia lo ha logrado, ha encontrado el amor en aquel día mágico. Tú no serás la excepción, te lo aseguro.
—Está bien —sonrió levemente—. Te creo —expresó resignado—. Mejor vayamos pronto a esa fiesta antes de que mi padre note nuestra ausencia
La reina le sonrió y palmeó su mejilla suavemente.
—No pienses tanto en esa fiesta, te prometo que te divertirás, presiento que encontrarás algo muy bueno.
Ben lo dudaba, pero solo sacudió una mota invisible en sus pantalones y partió con su madre hacia la celebración.