Al príncipe Benjamín, más que sorprenderle el dolor de su pie, le asombró el acto de la menuda chica. En su vida, alguien se había atrevido a atacarle de frente. Esperaba una razón del porqué tal actuar, pero la joven solo lo miraba con estupefacción, como si mirara un ser mágico.
—¿Eres el príncipe, cierto? — le preguntó con algo de duda.
—Por supuesto que soy el príncipe —exclamó más iracundo de lo que en realidad estaba.
Eliza quería morirse allí mismo, no podía ser más tonta.
—Disculpe su majestad —dijo haciendo una reverencia —No era mi intención, sólo…
—Olvídalo —la detuvo —No necesito conocer tus razones, he de irme—carraspeó —No le digas a nadie, estoy huyendo de la fiesta.
Eliza sabía que era su oportunidad, era ahora o nunca.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó esperanzada.
Benjamín no estaba seguro, después de todo casi pudo herirlo, pero había un brillo cándido en su mirada que le impidió decirle que no.
—Vamos.
(…)
—¿Entonces es cierto? —inquirió intrigada la joven—. Pensé todo este tiempo que la gente hablaba de más, no esperaba eso de usted, majestad.
Benjamín soltó una risilla.
—Bueno, que puedo decir —encogió los hombros—. Ser príncipe no me libra de hacer fechorías —se quedó pensativo—. Además, son cosa de niños.
—Era un niño fantástico —suspiró mirándolo con adoración.
—Eso creo —emitió algo incomodo por la forma en que ella lo observaba —. ¿Tengo algo en la cara? —ella negó—. ¿Entonces por qué me miras así? ¿Te gusto? —le preguntó curioso. También pretendía molestarla.
Ella abrió los ojos sorprendida. —No, no —movió las manos con exageración—. Como cree —bajo la mirada—. Discúlpeme si lo molesto.
Ben soltó una carcajada. —Solo te molesto, niña tonta. Por cierto ¿Cómo te llamas?
—Eh… soy Eliza, pero todos me dicen Eli.
—Eliza —pronunció el príncipe—. 'La que lleva una promesa divina'.
—¿Qué?
—Eso significa tu nombre.
—¿Cómo lo sabe? —cuestionó interesada.
—Leo mucho. Me pregunto qué promesa divina traes.
—Le aseguro que ninguna, solo es el nombre de mi bisabuela. Somos lo más normal del mundo. No traemos nada—aclaró.
—Es una lástima —agregó mirando hacia el lago que estaba tras suyo. Benjamín había decidido sentarse en una banca, cerca de un pequeño lago. La chica a su lado lo siguió como un patito. Ese pensamiento le causó gracia, tanto que le brotó por los labios.
—¿De qué se ríe? —le preguntó. Ben cambió de expresión y la observó. Su mirada trasmitía pureza, parecía que no había maldad en su corazón. Eso le sorprendió, es muy raro encontrar ese tipo de persona en los tiempos actuales.
—Nada —señaló hacia el lago—. ¿Ves ese cisne? —Eliza asintió—. Te lo regalo.
—¿Qué? —se rascó la cabeza—. ¿Es tuyo? Pensé que hace parte del lugar.
—Sí, es cierto.
—¿Entonces? No puedes dármelo y tampoco puedo llevármelo.
Benjamín soltó una carcajada. —¿Pensaste que te los llevarías? No, no. Solo puedes venir a verlo cuando quieras, tienes mi autorización.
—¿En serio? —abrió exageradamente los ojos—. Eso es genial. Mejor voy a saludarlo —meditó por un segundo—. Ya sé, le pondré Mindy —con ese último comentario, se levantó y corrió en dirección al lago.
Ben la observaba con incredulidad. ¿No iría a…?
El principie salió corriendo tras ella. ¿Cómo se le ocurre meterse en el lago? Pensó. Es una locura, con el frío que estaba haciendo. Él llegó hasta el inicio del lago e intentó llamarla, pero esta parecía no escucharle. Seguía avanzando en el agua como si nada. Comprendió aún más su propósito cuando la vio llegar hacia uno de los cisnes y empezó a acariciarlo.
Molesto se metió en el agua y casi se desmaya de lo fría que estaba. Benjamín no entendía cómo ella no estaba temblando. A él el frío se le había calado en los huesos. Ya iba a ver cuándo la atrapara, pensó.
Además, era un peligro lo que estaba haciendo. El cisne con el que interactuaba por fortuna era hembra, pero si no se iba pronto de allí, podría aparecer el macho y atacarla. Sabía de buena fuente que estaban en pareja y organizado su nido para la primavera.
Avanzó entre agua hasta que llegó a su lado. La chica lo miró con los ojos brillantes y una sonrisa enorme pegada en el rostro. Aunque planeó lo que le diría, se le olvidó todo. Ella se veía tan hermosa, ahí, en medio del agua. Parecía que no le importaba nada, solo ser feliz.
—¡Príncipe! ¡Príncipe! Miré que lindo es. Tóquelo.
El príncipe estaba congelado. Al ver que no se movía, Eli lo tomó del brazo y puso la mano de él sobre la cabeza del cisne. A ella se le había olvidado que no podía tocarlo sin pedirle permiso y a Ben el porqué estaba allí, empapado. Su mano estaba acariciando el animal, pero el solo la podía ver a ella. Tragó saliva. No entendía que le pasaba. Por qué no podía dejar de observarla. Eliza lucía igual que antes, aunque su corazón no lo entendía, latía acelerado, como si hubiera corrido un maratón. En vez de acariciar al cisne, quería acariciar su cabello. Se veía suave. Era una estupidez y tenía de despertar.
Y lo hizo, cuando escuchó un graznido. Ahí reaccionó. La agarró del brazo y empezaron a chapotear para salir del agua. El animal los persiguió, pero no logró alcanzarlos. En un punto, se resignó y se devolvió. Ellos regresaron a tierra más tranquilos.
Cuando salieron del agua, se acostaron cansados en la superficie terrestre. En ese momento intentaron regular su respiración. Cuando el príncipe se sintió más tranquilo, giró medio cuerpo y miró a Eliza. Ella miraba las nubes. Su corazón se volvió a acelerar, seguía viéndose tan bonita. Al percibir que era observada, Eli se giró también, igual que el príncipe. Ambos quedaron mirándose. Ninguno dijo nada. Entonces, de la nada empezaron a reírse. Soltaban grades risotadas, como si hubiera ocurrido el suceso más gracioso del mundo.