Capítulo 4
Gia
Ringo me está mirando como si estuviera loca, y puede que tenga razón. No logro decidir qué ponerme para la reunión familiar de Marcelo y eso me estresa. No suelo ser una chica complicada a la hora de vestirme, pero quiero caerle bien a esta gente, y la apariencia es lo primero en llamar la atención.
Dejando salir un grito frustrado, me tiro en la cama, que está llena de vestidos descartados, y cierro los ojos por unos segundos.
Vamos a pensar con calma y paciencia, alterada no voy a llegar a ningún lado. Cuando me siento más tranquila, me siento en la cama y miro hacia mi armario abierto de par en par. Allí está el vestido azul que usé una sola vez y que no había tenido tiempo de ponerme de nuevo; también hay un overol de falda color blanco que podría darme un aire relajado, aunque temo verme muy juvenil. Ya soy conocida por aparentar una edad mucho menor de la que tengo, y aunque eso es genial y siempre me ha gustado, no es lo que quiero para hoy. La familia de Marcelo no puede creer que soy una chiquilla y no una mujer hecha y derecha.
Mis ojos se desplazan hasta el final de la fila de perchas y entrecierro los ojos cuando una prenda blanca con puntos rojos llama mi atención. Me levanto y la saco de la percha, sonriendo de inmediato. Es una falda de seda con pequeños dibujitos de cerezas que me regaló Samantha en mi último cumpleaños. Puede parecer infantil, pero la verdad es que es muy bonita y me queda muy bien.
Busco entre el resto de las perchas hasta dar con una blusa ajustada color rojo y suelto un suspiro de alivio.
He encontrado el atuendo perfecto.
Una vez lista, me pongo unos zapatos de tacón corrido café claro y ¡voilà! Estoy lista.
—Pórtate bien, Ringo —le digo a mi perro mientras le pongo suficiente comida y agua—. Regreso por la tarde.
Me gustaría llevarlo conmigo, pero no sé si a la familia de Marcelo le gusten los perros.
Cuando llaman a mi puerta un minuto después, beso a Ringo en la cabeza mientras come, tomo mi bolso de la encimera y corro hacia la puerta.
—Vaya, Gia —silva Marcelo, mirándome de arriba abajo—. Estás hermosa.
Siento a mis mejillas calentarse con un ligero rubor y esbozo una sonrisa.
—Gracias. —Salgo al pasillo y cierro la puerta—. ¿Vamos?
—Vamos.
Me ofrece su brazo y lo sostengo mientras caminamos hacia el ascensor.
Conocí a Marcelo hace un par de meses, un día que estaba en la cafetería de Laurie y se presentó como su primo. Me gustó nada más verlo, es un hombre muy guapo y bastante alegre, así que le di mi número cuando lo pidió ese mismo día. Cuando, unos días después, me invitó a salir, no pude negarme.
Es un perfecto caballero, me abre la puerta del auto y de los lugares a los que vamos, me compra flores y siempre me escucha, incluso cuando divago sobre cosas sin sentido.
Es perfecto.
Pero él no ha oficializado nuestra felación, incluso cuando ya llevamos bastante tiempo saliendo.
Sin embargo, es una buena señal que me esté llevando a una reunión con su familia, por ello me lo estoy tomando en calma y no me estoy quejando. Aunque no creo que pueda aguantar mucho más sin ponerle una etiqueta a lo nuestro.
De camino a casa de su familia, intento que mi nerviosismo no se note. Quiero parecer una persona linda y extrovertida sin llegar a ser molesta, pero temo que mi personalidad pueda asustarlos.
Sé que no soy una chica tranquila, mi madre siempre ha dicho que no puedo estar quieta y sin hablar por mucho tiempo, y eso puede asustar a las personas. Marcelo dijo, en nuestra cuarta cita cuando le conté esto, que le gustaba mi forma de ser, que era refrescante, pero eso no quiere decir que al resto de su familia también les guste.
Y de verdad quiero caerles bien.
Cuando detiene el auto frente a una casa grande de fachada blanca con una verja del mismo color, trago fuerte y sonrío hacia él. Espero estar haciendo una buena tarea al ocultar que estoy nerviosa y al borde de un ataque de ansiedad.
—¿Lista?
Solo asiento y él me responde con una sonrisa. Baja del auto y lo rodea para abrir mi puerta y, tomados de la mano, vamos hacia la puerta.
Hay otros autos frente a la casa y en el camino de concreto que va hacia el estacionamiento, al menos cinco de ellos, lo que significa que la casa debe estar llena.
—¿Tienes una familia grande?
Él asiente.
—Sí, y somos muy unidos. —Hace una mueca divertida—. A veces son molestos, pero me gusta tenerlos cerca.
Dios, el hombre es todo lo que siempre he querido. Le gustan las grandes familias, lo que debe significar que quiere formar la suya propia, cosa que yo también quiero.
—Eso es lindo.
Arruga la nariz.
—No siempre es lindo —bromea antes de abrir la puerta para mí.
Entro, seguida de él, y me encuentro con un pasillo corto que ha de llevar a la sala de estar. Me pone la mano en la espalda baja y me da un ligero empujón para que continúe caminando. En efecto, me encuentro con la sala de estar, que tiene un estilo italiano muy colorido.