Nuevo día nuevo desastre. Los chicos acababan de darme la noticia de que dentro de dos semanas haríamos uno de nuestros viajes ocasionales. Esto iba a ser un real desastre. Ni siquiera había hablado con Amelia de los asuntos de vestuario y debíamos ir a cenar con mis padres mañana.
Luego de cerrar mi auto y salir del parqueo, decidí quedarme frente al edificio del instituto mientras veía a la gente pasar con sus uniformes y las chicas no disimulaban mucho cuando me miraban. Realmente no sabía qué estaba esperando, jamás me quedaba allí… entonces la vi.
Amelia venía doblando la esquina de la calle y solo pude decir:
-¿En qué diablos me metí? Esta chica es horrible.
Pensé en irme. Cuando me giré vi que algunas chicas miraban en mi dirección y Amelia ya estaba a medio camino, sería estúpido y poco creíble que sabiendo que “mi novia” estaba cerca de llegar, no la esperara.
Casi estaba en el terreno del instituto así que caminé hacia ella y decidí ayudarla. Llevaba encima unos siete u ocho libros, así que fui a su lado y tomé seis.
Bajé la cabeza para poder susurrarle algo al oído.
-No sé lo que pienses pero creo que lo más lógico es que nos besemos, es la primera vez que nos vemos en el día, es un saludo.
-Un saludo que me darás en la mejilla si no quieres una patada donde no te brilla el sol.
Giró su cabeza hacia a mí y sonrió. Miré de reojo alrededor y había algunos ojos curiosos dirigidos hacia nosotros. No la creía capaz de patearme, pero pensaba que estaba loca y no quería ponerla a prueba, así que hice lo que me recomendó y le di un beso en la mejilla. Eso significó muchas miradas curiosas y susurros.
Cuando entramos fuimos directo a su casillero. Nada fuera de lo normal. Necesitaba hablar con ella para explicarle cómo debía actuar. Estaba claro que había aceptado, pero por amor de Dios, tenía que hacer las cosas bien o Stella jamás estaría celosa. Pero entonces el teléfono de Amelia sonó y era una cosa espantosa, ¡tenía botones!
-¿Qué ocurre?- dijo ella- en mi casillero… el otro… si… te esperamos.
-¿Esperamos?- le pregunté.
-Era Hernesto, viene para acá.
Abrió su casillero que… estaba completamente vacío y empezamos a meter los libros. Cuando mi mejor amigo llegó, se quedó sin habla unos segundos.
-Pensé que, bueno la verdad…
-¿Hernesto?- le dije- ¿Qué te pasa?
-Sinceramente hermano- dijo en un suspiro –esperaba hablar con Amelia a solas.
-Claro, no hay problema, pero primero debo aclarar algo. Amelia, la cena será mañana, pasaré por ti a las siete y no es que tenga nada en contra de tu atuendo o cabello, pero mis padres son… tu entiendes, muy sofisticados y si usaras otra cosa…
-Mira Jonathan, no te metas con mi ropa y…
-Amelia basta, entiéndelo- la interrumpió Hernesto.
-Mira Jonathan- dijo Amelia ya más calmada- no me gusta que se metan con mi ropa, pero comprendo lo de tus padres y esta situación, así que usaré algo mejor que esto. No hace falta que me recojas, yo llegaré a las siete por mi cuenta y no acepto discusiones, ahora lárgate, Hernesto y yo debemos hablar.
-Amelia…- era Hernesto otra vez.
Ella solo negó con la cabeza y cerró su casillero, me imaginaba que iba a llegar un silencio incómodo así que decidí despedirme diciendo:
-Haz lo que quieras, solo asegúrate de que funcione.
Esto era estúpido, trataba de hacer que las cosas funcionaran pero estaba empezando a creer que además de loca, era arrogante. Y encima estaba toda desaliñada y descuidada. ¡Y era una pobre infeliz! ¿Cómo se atrevía a hablarme de ese modo? Me di la vuelta y me fui. Sea lo que fuese que los “mejores amigos” quisieran hablar, era obvio que yo no era bienvenido.