Una novia por 15,000 dólares

Capítulo 46

      Llamé a Amelia por quincuagésima sexta vez y volvió a mandarme al buzón. Ya me había enterado de que Roger tampoco era el estafador. Aún no podíamos terminar nuestra relación, pero decidí que después de todo no habría nada de malo en ser amigos, ¿verdad?

       A las cuatro de la tarde les dije a mis padres que saldría a dar un paseo y terminé yendo a una pizzería. Me encontré a mí mismo haciendo fila para ordenar una pizza grande de peperoni con extra queso y dos sodas, ¿por qué compraba dos? ¿Tenía tanta sed?

       Luego me encontré en una heladería. La heladería favorita de Amelia, si somos específicos, y compré un gran tarro de helado de chocolate con trozos de chocolate, su favorito.

       Con todo eso en mi auto volví a casa, pero el camino me parecía un poco diferente, no sabía exactamente por qué hasta que tomé todo como pude, salí del auto y toqué la puerta de la casa… entonces me di cuenta de que no era mi casa, era la casa de Amelia. ¿Por qué estaba allí? No lo sabía, pero se iba a enfriar la pizza y a derretir el helado.

      Cuando la puerta se abrió, vi a Amelia casi como cuando la había conocido. Su cabello estaba amarrado en una cola de caballo, usaba sus anteojos, llevaba una camiseta gigante que decía: “salven a los árboles” y por último, unos shorts para estar en casa, porque no era posible que usara algo así para ir a otro lugar que no fuera su casa o la playa.

       “Di algo Jonathan”, pensé, pero sencillamente no se me ocurría nada. Así que decidí no usar las palabras y levanté la caja y el helado en forma de invitación.

       -¿Qué se supone que haces aquí? Hace días que no hablamos.

      -Quería contarte que no me acosté con Stella. Sí me besó, después de quitarse la blusa, pero yo la detuve de inmediato y salí de allí.

      -Si ese es un intento de disculpa entonces es pésimo.

      -Ok, ¿qué tal esto? Amelia Ricks…

      -Richester- me interrumpió.

       -Como sea, déjame hablar. Lamento haberte mentido, fue una actitud inmadura. Si nuestro noviazgo va a acabar, por lo menos quisiera conservar tu amistad, pero me gustaría que mientras lo piensas me dejes pasar. La pizza se está enfriando y el helado derritiendo.

       “También me gustaría ser un poco menos orgulloso y decirte lo que en verdad siento por ti”. Eso quería decirle, en serio quería, pero no pude.

       -¿De qué es la pizza?- preguntó.

      -Peperoni con extra queso y el helado es de chocolate con trozos de chocolate de tu heladería favorita, por si quieres saber.

       Ella pareció sopesar un poco las opciones y al final se apartó de la entrada dejándome suficiente espacio para pasar. Una vez dentro, ella tomó el helado y lo guardó en el refrigerador. Fuimos al cuarto de juegos y puso una película en la pantalla mientras comíamos la pizza y tomábamos las sodas. Estábamos sentados en dos sillones individuales, alejados el uno del otro.

       Treinta minutos después nos quedamos viendo la película.

       -¿Quieres que vaya por el helado?- preguntó mientras se ponía de pie.

       -Es una gran idea.

       Y ya se pueden imaginar lo bien que estábamos allí. Me sentía muy bien al estar con ella. Tal vez podría decirle, podría decirle que…

      -¿Amelia?

       Ella tardó un tiempo en mirarme, pues estaba muy concentrada en la película. Cuando lo hizo, vi que tenía un poco de helado en una de las comisuras de su boca. Instintivamente moví mi mano y se lo retiré con el pulgar, nos quedamos mirándonos unos segundos.

       -¿Dónde están tus padres?

       -Aún no llegan del trabajo.

       -Amelia- comencé, listo para decir todo lo que sentía- comprendo que al principio yo…

       No pude continuar porque ella literalmente saltó del sofá y fue corriendo hasta una de las ventanas que daban al jardín trasero. Había comenzado a llover, parece que había perdido mi oportunidad. Me levanté y fui a su lado, ella miraba las gotas de lluvia como si fueran lo más bello del mundo.

        -Amo este clima. Es tan… relajante. Y ese sonido de las gotas al caer- cerró los ojos y se movió un poco de lado a lado- es como música.

        -¿Quieres bailar?

       -¿Qué? ¿Aquí?

       -No. En el jardín, bajo la lluvia.

       -Pero… podemos pescar un resfriado o…

       -O tal vez nos divirtamos. ¿Me concedes esta pieza?

       Le extendí mi mano como había visto en las películas. Ella se quedó mirando el jardín y por un momento pensé que me rechazaría, pero al final aceptó. Nos quitamos los zapatos, ella los lentes y ambos salimos entonces, tomados de la mano, al jardín trasero. La lluvia no era muy fuerte ni muy liviana, era, perfecta.

      Sin soltarla, coloqué mi otra mano en su cintura y guié la suya a mi hombro, empezamos una pequeña danza al compás irregular de las gotas al caer. Paso a paso, en sincronía perfecta.

       Luego de unos cuantos giros y unas cuantas risas, hice que Amelia girara lejos de mí, sin soltarla y cuando ella regresó girando pude abrazarla.

       -Antes de que me invente otra excusa, debo decirte que me gustas, mucho.

       Ella no dijo nada, solo se quedó mirándome y luego intentó apartarse pero yo no la solté, quise probar suerte.

       -¿Por qué quieres alejarte?

      -Es que tú… yo… esto no funcionaría.

       -¿Por qué no? Ya viste lo bien que nos lo estamos pasando y…

      -Pero no siempre puede ser así Jonathan. No siempre la vida te dejará sonreír y vas a ser feliz junto a alguien y…

      Le tomé la cara con ambas manos y me pegué todo lo que pude a ella. Me quedé viéndola fijamente tratando de descifrar algo en sus ojos.

       -Amelia, necesito saberlo, ¿a qué le tienes miedo?- ella negó con la cabeza y antes de que replicara proseguí- Cuando encontramos el micrófono en mi casa, tenías miedo de que te besara. Pero ahora, no sé a qué le tienes miedo.




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