Con la lectura pasando totalmente a segundo plano, Andrés tarda un par de segundos en procesar la situación. Aún con la sonrisa de satisfacción en su rostro, baja el libro y voltea la mirada hacia Laura, confirmándole que su visita no solo no es inoportuna, sino que le alegró el día.
—Hola, qué sorpresa verte aquí —Responde Andrés.
—Bueno, tengo la tarde libre, así que salí a tomar algo de aire fresco.
—¿Qué te parece si vamos a uno de los bancos?
Laura está de acuerdo y se dirigen al banco más cercano bajo la sombra de un árbol; empiezan una conversación banal, hasta que en medio del diálogo, Laura hace una observación que toma un tanto desprevenido a Andrés.
—Aún no me has hecho la pregunta fatídica. Eso me agrada de ti.
Andrés se imagina a qué se refiere, pero, no queriendo revelar sus pensamientos, simula no saber de qué está hablando.
—¿A qué pregunta te refieres?
—A por qué estoy en silla de ruedas.
—No quiero ser indiscreto, prefiero que tú me lo cuentes cuando lo consideres oportuno.
Naturalmente, Andrés se muere de ganas por saber la historia que hay detrás de Laura y el porqué de su discapacidad, pero quiere ser sumamente cuidadoso para no arruinarlo todo. Aunque, a decir verdad, probablemente Laura no se enojaría, ya que al parecer está acostumbrada a que todo el mundo le haga la misma pregunta.
La conversación fresca y desenfadada acelera el paso del tiempo y cuando Andrés mira su reloj son las 5:40 p. m. La temperatura ha comenzado a disminuir y se le ocurre otra idea.
—¿Te gustaría ir a tomar un café? Yo invito.
Laura acepta con gusto el ofrecimiento y se dirigen a la pequeña cafetería ubicada al lado del auditorio principal. Andrés está indeciso de si ofrecerle a Laura empujar su silla, pero al final decide arriesgarse.
-¿Quieres que te ayude a empujar la silla?
-Sí, te lo agradezco. Aún no soy muy hábil con la silla y me canso fácilmente.
Andrés se queda pensando en estas palabras. ¿Acaso Laura adquirió su discapacidad recientemente? Estos pensamientos rápidamente se disipan cuando Andrés toma las manijas de la silla y comienza a empujar. Es una sensación extraña pero a la vez muy satisfactoria.
Tras un trayecto que Andrés habría querido que fuese más largo, ambos llegan a la cafetería. Los dos piden un capuchino y, sentados en una pequeña mesa de dos puestos, prosiguen la conversación por unos minutos más. Andrés está colocando el azúcar a su café cuando de repente siente un pequeño golpe en su espinilla que le toma por sorpresa, haciéndole regar parte del contenido del sobre fuera de la taza. Andrés mira hacia abajo y ve la pierna izquierda de Laura, que está recta y temblorosa. Laura, viendo el desconcierto de Andrés, se sonroja levemente y se disculpa enseguida.
—Disculpa, me ha dado un espasmo.
—Em...¿Un qué?
—Un espasmo. Movimientos involuntarios de los músculos cuando están mucho tiempo en la misma posición.
—Entiendo. Pero no necesitas disculparte por estas cosas.
—Me agradas —dice Laura, recuperando su habitual expresión serena—. Eres comprensivo sin llegar a ser condescendiente. Desde mi accidente he encontrado a poca gente que no me vea con lástima o directamente me rechace —Laura hace una pequeña pausa—. Pero ya te contaré estas cosas con más detalle.
—Yo también creo que tú eres muy agradable —responde Andrés—. He disfrutado estos días que he pasado contigo. ¿Te gustaría hacer esto alguna otra vez?
—De acuerdo —contesta Laura, visiblemente entusiasmada.
Ambos intercambian sus números de teléfono para acordar sus próximos encuentros.
—¿Sabes?—prosigue Andrés— Es increíble que yo no haya notado tu presencia en más de dos años que llevas estudiando en esta universidad.
—Probablemente me habías visto varias veces, pero no lo habías notado.
Andrés se pregunta por qué Laura dijo esto, siendo que él no recordaba a nadie en silla de ruedas en el campus, salvo a un chico de la facultad de Economía.
—Después lo entenderás —dice Laura, al ver la expresión de escepticismo en la cara de Andrés.