Laura está sentada en el césped con las piernas recogidas, rodeándolas con sus brazos para sostenerlas, con el fin de que las plantas de sus pies descalzos estén en contacto con la hierba, pero al cabo de unos minutos empieza a cansarse, ya que aún no tiene mucha habilidad para mantener el equilibrio en esa posición. Toma su pierna derecha con su mano para estirarla, luego hace lo mismo con la izquierda; después, colocando las manos detrás de su cabeza, se acuesta en el césped. Andrés decide relajarse también y ambos se quedan en silencio mirando el firmamento.
El estar junto a Laura en silencio hace que Andrés se quede pensando en los sucesos de las últimas semanas. Conocer a Laura hizo que Andrés empezara a investigar más sobre el tema de la discapacidad. En este sentido, Andrés juega con ventaja respecto a las demás personas que interactúan con Laura pero no están inmersas en el mundillo de la discapacidad, ya que sus recientemente adquiridos conocimientos le permiten actuar de forma más natural y no «meter la pata» con preguntas o comentarios impertinentes. Laura ciertamente nota esa diferencia de trato por parte de Andrés respecto al resto de su círculo social, con lo cual las cosas van por buen camino. Tras varios minutos en que ambos permanecen en silencio, Laura es la primera en pronunciar palabra:
—¿Recuerdas lo que te dije el otro día en la cafetería? De verdad me parece curioso que no me hayas preguntado qué me pasó, algo inusual siendo que todos me lo preguntan una y otra vez. Aun así, supongo que te gustaría saberlo.
—Para serte sincero, sí. Pero, como te dije aquella vez, no considero respetuoso ni prudente preguntarte eso; prefiero que me lo cuentes por iniciativa propia.
—Y estás en lo cierto. Es tan molesto tener que contar a cada rato qué me pasó, especialmente con lo difícil que es para mí rememorar todo eso. ¡Punto para ti!
Andrés siente estas palabras como una pequeña victoria personal y esboza una leve sonrisa en señal de satisfacción. Luego prosigue Laura:
—Y como has sido paciente y has sabido esperar a que me sienta preparada para contarte mi historia, no quiero dejarte más tiempo con la intriga.
Andrés se dispone a escuchar atentamente:
—Hace tres años llegué a Bogotá para estudiar; me vine a vivir con mi hermana Camila, que había llegado dos años antes. Todo marchaba sin muchas novedades hasta que, hace poco más de diez meses, en mayo del año pasado, tuve el accidente. Yo iba en un taxi, cuando en una intersección venía otro vehículo que no respetó el stop y nos chocó lateralmente en la parte derecha. El taxista resultó casi ileso, solo con algunos traumatismos producto del sacudón, según lo que me dijeron. Yo no corrí con la misma suerte, ya que iba sentada al lado derecho y recibí el impacto de lleno, provocándome una lesión medular completa a la altura de la vértebra T9, quedando paralizada de la cintura para abajo. Tras más de un mes en el hospital, obviamente no pude volver a la universidad en aquel semestre; tampoco el siguiente, que dediqué enteramente al proceso de adaptación a mi nueva vida. Recién este semestre regresé a la universidad para cursar de nuevo el quinto semestre que dejé inconcluso.
Andrés no sabe muy bien cómo reaccionar. Aunque ya había atado algunos cabos acerca de la discapacidad de Laura, como, por ejemplo, que había tenido una lesión medular y que ésta había sido reciente, suposiciones que resultaron ser ciertas, el hecho de que Laura se lo contara con sus propias palabras se sentía diferente.
—Gracias por tomarte el trabajo de contarme todo esto —dice Andrés.
—Me has demostrado que puedo confiar en ti. ¿Sabes?, aún me es difícil rememorar todo esto y contarlo, así que te agradezco por haber sido paciente y esperar a que yo te lo contara cuando me sintiera preparada.
Andrés, sin saber muy bien qué decir, simplemente responde con una tenue sonrisa espontánea y sincera, a lo que Laura sonríe de vuelta, tras lo cual vuelven a permanecer en silencio.
Andrés cae en la cuenta de por qué Laura le dijo que, probablemente, la había visto varias veces, pero no se había dado cuenta: la había visto caminando, como cualquiera de los miles de estudiantes cuyos rostros caen inmediatamente en el olvido. Esta vez había sido diferente; al verla en su silla de ruedas se había quedado grabada en su memoria, por una razón que Andrés aún no se explica.