Apenas termina la clase sabatina, Andrés emprende su camino hacia la salida de la universidad para su esperado encuentro. Aunque no es una cita formal, tiene que dar una buena impresión, así que va más elegante que de costumbre. Lleva un suéter de lana color beige con una camisa, además de un pantalón de dril y unos zapatos de ante color marrón. Durante las conversaciones con Laura, entre las muchas cosas de las que hablaron, tocaron el tema de los gustos en cuanto a la comida; esto permitió a Andrés idear el sitio donde tendría lugar el almuerzo de hoy: un restaurante italiano ubicado a unas pocas cuadras de la universidad que ofrece buenos platos a un precio bastante asequible. El restaurante cuenta con terraza y tiene un ambiente tranquilo y agradable, sin ser demasiado formal. El lugar tampoco evoca algo romántico, ya que Andrés no quiere ser tan directo.
Andrés llega al lugar de encuentro poco antes de la hora programada y, unos dos minutos más tarde, ve a Laura acercándose. Naturalmente, ella también está más elegante y más bonita que de costumbre, con un vestido morado sencillo a la vez que vistoso y unas sandalias del mismo color. Las uñas de sus pies pintadas de color púrpura resaltan aun más su belleza. Andrés se queda mirándola con una sonrisa a medida que se acerca y, después de saludarla, no duda en elogiar su apariencia, elogio que Laura devuelve al ver el atuendo semiformal de Andrés.
Tras el saludo y una breve conversación, se dirigen a la entrada del restaurante. Afortunadamente, el restaurante tiene plataforma salvaescaleras —Andrés se aseguró de que el lugar seleccionado fuera accesible para no pasar ninguna situación incómoda—, de manera que pueden subir y sentarse en una de las mesas ubicadas en la terraza para hablar de forma más distendida y aprovechar el agradable clima templado. Una vez toman asiento, un camarero de unos treinta años les pasa la carta y, unos minutos después, regresa para tomar su orden. Laura pide unos espaguetis a la carbonara, mientras que Andrés pide unos raviolis con salsa boloñesa. El almuerzo transcurre de manera relativamente silenciosa, con ambos bastante concentrados en su comida.
Ya con el estómago lleno, es el momento de conversar un poco y disfrutar del agradable ambiente al aire libre. Laura alza la mirada y se queda mirando a Andrés por unos segundos con una tierna sonrisa en su rostro, para después pronunciar un «Gracias» con un tono dulce y sincero. Andrés solo puede responder con una espontánea sonrisa, tras la cual Laura prosigue:
—Pero mi «gracias» no es solo por hoy, sino por todo lo que has hecho por mí desde que nos encontramos aquella tarde soleada.
—¿Qué tanto he hecho por ti?
—Por ser como eres; recuerda lo que te dije anteayer. Tu trato hacia mí es diferente al del resto de mi círculo social. Quizá tú no eres consciente de ello, pero para mí significa mucho dada mi situación.
—En ese caso, yo también tengo mucho que agradecerte. Mi vida últimamente había sido bastante monótona y aburrida, básicamente carente de un propósito más allá de cumplir mis deberes académicos y ver qué me deparaba el día a día. Dejaba que la semana transcurriera sin más esperando a que llegara el viernes, para luego repetir el mismo ciclo indefinidamente. Ahora tengo una razón para desear que sea lunes. Es como si me hubieses dado unos lentes para mirar la vida desde otra perspectiva; o mejor dicho, desde un punto más elevado donde puedo ver un panorama mucho más amplio.
Laura, hasta ahora, solo era consciente de lo mucho que Andrés la estaba ayudando a atravesar este momento de su vida, pero no de que ella también era una parte importante en la vida de Andrés no solo como una agradable compañía, sino que, de hecho, también lo estaba ayudando a afrontar sus propias debilidades. Al caer en cuenta de esto, solo puede reaccionar con una sonrisa instintiva y posando su delicada mano sobre la de Andrés.
Habiendo salido del restaurante, deciden simplemente dar un paseo por el parque. Andrés ayuda a Laura a empujar su silla hasta que, tras unos minutos de paseo, deciden que es hora de relajarse un poco en el césped. Andrés ayuda a Laura a bajar de su silla, esta vez más relajado que la primera debido a que ya sabe exactamente qué hacer. No le importa que esto se convierta en rutina, ya que realmente disfruta ayudar a Laura siempre que lo requiera; algo tan simple como alzarla o empujarla en su silla le produce una gran satisfacción, por una razón que aún no es capaz de explicar. Esto le hace perderse en sus pensamientos mientras los dos yacen en silencio sobre el césped. Andrés aún se hace las mismas preguntas que el primer día; se pregunta qué era lo que le había atraído de ella cuando aún no habían hablado y no sabía que conseguirían tal afinidad. Fuera cual fuera el motivo, ciertamente Andrés se siente agradecido por compartir estos pequeños momentos de felicidad con Laura y, para que se vuelvan a repetir, sabe que pronto tendrá que dar el siguiente paso.