Es jueves por la mañana y Andrés se dirige a la zona verde detrás del edificio de Psicología para verse con Laura como hacen todos los jueves, pero no halla rastro de ella. Tras no haberla visto tampoco al mediodía, Andrés está casi seguro de que faltó a clases una vez más y decide enviarle un mensaje: «Hola Lau, no te vi esta mañana. ¿Cómo vas?». Pasan varios minutos antes de que reciba respuesta: «Hoy no fui a la U, pero estoy bien, no te preocupes». Sabiendo que algo no anda bien, pero consciente de que es inútil interpelarla por mensaje de texto, Andrés manifiesta su preocupación de forma menos directa: «Está bien. Si necesitas algo me avisas». Con la impotencia de no poder hacer nada más por el momento, Andrés guarda el celular y regresa al edificio de Ingeniería.
En medio de la última clase del día, Andrés recibe un mensaje inesperado por parte de Laura: «¿Puedes venir a mi casa cuando salgas de la universidad?». Andrés, un tanto sorprendido, responde «¿Pasa algo?». «No te preocupes, no estoy enferma ni ha pasado nada malo, pero necesito que vengas», escribe Laura.
La clase se le hace bastante tediosa a Andrés, con su mente divagando acerca de qué ocurre con Laura. Siente una mezcla de preocupación por no saber por qué Laura le pidió que fuera a su casa, pero a la vez una ligera esperanza por la posibilidad de al fin poder ayudarla en lo que sea que esté ocurriendo. Tras dos largas horas, la clase al fin termina y Andrés empaca descuidadamente sus cosas para ponerse en camino a la residencia de Laura.
En quince minutos llega a la dirección que Laura le envió previamente y se anuncia en la portería, indicando su nombre y el número del apartamento que va a visitar. Con la autorización del portero, Andrés sube hasta el apartamento de Laura, el cual tiene la puerta principal entreabierta. Andrés entra y, antes de saludar a Laura, retrocede levemente al ver el semblante que tiene: está visiblemente afligida y sus ojos están rojos; está claro que estaba llorando.
—¿Qué... pasó? —Es lo único que se le ocurre decir a Andrés en ese instante.
—Tranquilo, no es nada de qué preocuparse.
—No me digas que no me preocupe cuando se te nota que estabas llorando.
Andrés hace una pequeña pausa y, con un tono más calmado, continúa:
—Lau, sé que pasa algo, no me lo tienes que ocultar. De todos modos, si no me lo quieres decir, al menos quiero que sepas que estoy aquí para acompañarte. Para eso me llamaste, después de todo.
Tomándose un momento para hablar, Laura por fin empieza a dejar salir lo que siente:
—¿Recuerdas que te he hablado sobre lo difícil que me es rememorar lo que me pasó? A veces tengo días oscuros, en los que me pierdo en mis pensamientos, recordando lo que me ocurrió, todo lo que perdí y mi condición actual. Los últimos días han sido particularmente difíciles, ya que se acerca el aniversario de mi accidente.
Andrés abraza fuertemente a Laura contra su pecho y, plantándole un beso en la coronilla, sigue escuchándola con atención.
—Desde que te conocí, mis momentos de oscuridad son menos frecuentes, pero siguen estando. Por eso quería que vinieras. Perdona por hacerte oír todas estas cosas, y también por mi actitud en estos últimos días.
—No tienes que disculparte. Sabes que puedes confiar en mí, y está bien que me hayas llamado, porque quiero estar para ti cuando me necesites.
Andrés hace una breve pausa, remarcando que está a punto de decir algo importante.
—Quiero compartir tu felicidad y también tus tristezas porque te amo Lau, te amo y quiero estar siempre a tu lado.
Laura, evidentemente desconcertada con las palabras que acaba de escuchar, tarda unos segundos en responder.
—¿Qué... dijiste?
—Dije que te amo —repite Andrés, saboreando la sensación de poder decir estas palabras cuantas veces sea necesario.
—Gracias por estar aquí —balbucea Laura entre sollozos—. Te amo y no quiero que te vayas. Por favor, nunca te vayas.
—Yo nunca me iré. Quiero estar para ti cuando me necesites.
—Perdona por no contarte lo que me pasaba, pero tenía miedo.
—¿Miedo?
—Sí. Aunque me has demostrado que puedo confiar en ti, sentía un miedo enorme de que te vieras espantado por mi discapacidad. Mi accidente no solo cambió mi cuerpo por completo, sino que también afectó mis relaciones sociales. Muchos de mis amigos se alejaron porque no podían o no querían incluirme en sus actividades; de esta manera, creció una enorme inseguridad en mí. Tenía miedo de que, eventualmente, tú también te alejaras.