Ha llegado el día: hoy Laura irá por primera vez a la casa de Andrés y conocerá a sus padres. No puede evitar sentirse un poco nerviosa, como es normal, pero confía en que se llevarán una buena impresión de ella. Andrés también se siente un poco ansioso, ya que, aunque sus padres se han sentido complacidos por lo que él les ha comentado sobre Laura, sabe que lo más importante será la impresión que se lleven de ella al conocerla personalmente y quiere que todo salga perfecto. Una de las cosas que le preocupan es que su casa, lógicamente, no está adaptada. Laura también se preocupa por ello, ya que, aunque sabe que Andrés está dispuesto a ayudarla en lo que necesite, no quiere incomodarlo a él ni a sus padres. Durante la conversación a la hora del almuerzo, Laura le expresa esta preocupación a Andrés:
—Y dime, ¿estaremos en el primer piso o tenemos que subir? No me sentiría bien si tienes que cargarme por las escaleras.
—En el primer piso están la sala y el comedor, pero no hay baño. Bueno, sí lo hay, pero es muy pequeño y estoy seguro de que no cabe la silla. El más amplio está en el segundo piso, así que habrá que subir. Pero no te preocupes por eso; sabes que no tengo ningún problema en ayudarte si lo necesitas.
Andrés pronuncia esta última oración con un ligero tono de molestia; no le gusta que Laura piense que ayudarla es una incomodidad para él. También le preocupa que ella necesite ayuda en algún momento y no se la pida porque le da vergüenza. Laura se da cuenta de esto e intenta explicarse:
—Lo sé, me lo has demostrado muchas veces. Supongo que solo me estoy dejando llevar por el recuerdo de las malas experiencias con gente que no ha querido ayudarme cuando lo he necesitado o lo han hecho de mala gana, haciéndome sentir fatal. Esto ha creado en mí un sentimiento de vergüenza que no he podido superar del todo, incluso contigo o con Cami.
—Para mí no es ninguna incomodidad ayudar a la mujer que amo. Es un compromiso que adquirí con mucho gusto cuando decidí ser tu novio.
Laura esboza una sonrisa dulce que refleja agradecimiento y se apoya en el costado de Andrés, el cual la rodea con su brazo. Así se quedan por un rato antes de que Laura retome la conversación:
—De todos modos, no creo que tengas que cargarme hoy. Antes de salir de la U entro al baño para vaciar la bolsita y, si no me quedo demasiado tiempo, no tendré que volver a hacerlo hasta que llegue a mi casa.
—Bueno, entonces me aseguraré de que la visita no se extienda hasta muy tarde.
Luego de unos minutos más de charla, se dan cuenta de que la hora del almuerzo está terminando y deben regresar a sus respectivos edificios para afrontar la última clase del día.
Tras encontrarse frente al edificio de Ingeniería al finalizar la jornada académica, se dirigen a la salida del campus. Andrés usualmente va a su casa en bus, pero, al ir en compañía de Laura, se da cuenta de un problema: no todos los buses están adaptados y, además, todos pasan abarrotados de gente porque es hora pico, con lo cual es muy difícil subir con la silla de ruedas, de todos modos. Intentar tomar un taxi también tiene sus dificultades porque, aunque la silla de Laura es desmontable, la mayoría de los taxis son vehículos compactos con poco espacio de maletero y no todos los taxistas están dispuestos a llevar los componentes de la silla en el asiento trasero. Aun así, deciden que es la mejor opción.
Paran el primer taxi, que es un sedán que aparenta tener un espacio de maletero razonable, pero en cuanto el taxista se percata de lo tedioso que puede ser cargar la silla, les pregunta hacia dónde se dirigen y, ante la respuesta, les dice que allá no puede ir. Menos de un minuto después, otro taxi se detiene frente a ellos y deja un pasajero. Es un vehículo pequeño, pero deciden preguntarle al taxista si pueden cargar el marco de la silla en el asiento trasero. El taxista, un hombre de unos sesenta años con un aire amable y campechano, responde afirmativamente. Andrés ayuda a Laura a transferirse al asiento trasero del coche, pero él no sabe cómo se desarma la silla de ruedas, por lo que se la acerca a Laura, la cual quita hábilmente ambas ruedas en cuestión de segundos. Una vez desarmada la silla, Andrés abre la puerta trasera izquierda del coche para colocar el marco de la silla al lado de Laura. Mientras tanto, el conductor guarda las dos ruedas en el maletero del pequeño Hyundai amarillo. Una vez dentro del auto, Andrés le indica al conductor el barrio al que se dirigen y emprenden la marcha.
Tras un trayecto que dura un poco más de lo habitual debido a la gran cantidad de tráfico a esta hora del día, el taxi se detiene frente a la casa de Andrés. Una vez han repetido el mismo procedimiento a la inversa para montar la silla y ayudar a transferir a Laura, el taxi arranca y se aleja delante de ellos hasta doblar la esquina. A la entrada de la casa hay un escalón a una altura que Laura no puede sortear por sí sola, de modo que Andrés ayuda a levantar su silla para que pueda entrar a la casa. Apenas los escucha entrar, la madre de Andrés se dirige a la sala para recibirlos con un gentil saludo. Laura aún está un poco nerviosa, pero también sonríe y responde con cortesía. Toman asiento en la sala y empiezan a conversar mientras la cena está lista. La madre de Andrés, notando el nerviosismo de Laura, pone su cara más amable para hacerla sentir cómoda. En todo caso, se le ve muy complacida al ver que Laura es una chica sencilla y educada, además de que parece ser una persona muy centrada.