El sonido del despertador marca el inicio de un día bastante esperado por Andrés. Aún sin estar completamente despierto, busca a tientas el celular para desactivar la alarma. A pesar de que todavía no son ni las cinco de la mañana, el entusiasmo del viaje hace que levantarse no sea tan complicado esta vez. Tras una buena ducha tibia, se dirige a la cocina para calentar un poco de café, más que nada para terminar de despertarse, ya que Laura le aseguró que pararían por el camino para desayunar. Tras terminar de empacar lo que le faltaba y beber su café, está listo para salir y toma su teléfono para llamar el taxi. Al cabo de cinco minutos, un pequeño auto amarillo estaciona a la entrada de la casa y Andrés se despide de sus padres antes de salir.
El hecho de que sea sábado a las seis de la mañana hace que el trayecto sea inusualmente rápido debido a la ausencia de tráfico. Al cabo de diez minutos, Andrés ya está frente a la entrada del edificio de Laura. Al entrar al apartamento, es Camila quien lo recibe:
—¡Hola Andy! Llegaste temprano.
Andrés mira su reloj: son las 6:17. Habían acordado encontrarse a las 6:30, por lo que es normal que Camila se sorprendiera al verlo llegar tan pronto.
—Lau aún no está lista, así que puedes tomar asiento si gustas.
Andrés se tumba en el sofá y, tras un par de minutos, Camila aparece de nuevo, esta vez empujando la silla de Laura, que tiene puesta una bata de baño. No está en su silla de ruedas convencional, sino en una silla que parece ser de baño, ya que está hecha, en su mayor parte, de materiales plásticos. La silla tiene cuatro ruedas pequeñas, de modo que Laura no puede manejarla por sí sola, sino que alguien más la tiene que empujar. Laura se sorprende levemente al ver que Andrés ya está aquí, y en su rostro se puede notar un poco de vergüenza de que él la vea así. A pesar de ser novios, Laura tiene un gran sentido del pudor; de hecho, esta fue una de las cosas que a Andrés le enamoró, ya que él comparte la misma opinión al respecto. Andrés también se siente muy fuera de lugar, pero ver a Laura sin arreglar, en su belleza más pura, no deja de ser una vista entrañable para él. Tras el saludo, Camila lleva a Laura a su habitación para que termine de arreglarse.
Pasados unos minutos, las dos chicas ya están listas y Andrés se une a ellas para salir del apartamento y dirigirse al ascensor que los llevará hasta el estacionamiento. Andrés empuja a Laura en su silla, mientras Camila va delante de ellos hasta detenerse junto a su vehículo, un Chevrolet Aveo color gris. Andrés ya tiene experiencia ayudando a Laura a subir al vehículo, de manera que repite el procedimiento mientras Camila desmonta las ruedas de la silla para guardarla en el maletero. Una vez termina de guardar todo, Camila se sienta en el asiento del conductor, arranca el auto y, dando marcha atrás, sale del espacio de parqueo.
Tras salir a la avenida principal, se ve un flujo un poco mayor de vehículos, pero el tráfico sigue siendo sumamente ligero. Los rayos del sol que entran por la ventana del auto indican que el día ya ha despuntado. La primera parte del viaje transcurre en silencio, con Andrés y Laura simplemente abrazados en el asiento trasero, mientras Camila conduce el vehículo a una velocidad moderada pero constante en la despejada autopista. A medida que transcurre el trayecto, el paisaje se torna cada vez más verde y Andrés experimenta una sensación agradable a medida que se van alejando de la ajetreada y contaminada ciudad.
Han pasado aproximadamente cuarenta minutos desde que cruzaron el peaje a la salida de Bogotá y sus estómagos ya empiezan a crujir, de manera que deciden parar para desayunar en el siguiente pueblo por el que pasen.
—¿Será que por esa calle se puede entrar? —pregunta Camila a Andrés, que está viendo el GPS en su celular.
—No, es contravía. Tenemos que entrar por la siguiente.
Entran al pueblo, el cual no es muy grande y cuenta con un estilo típico colonial. Llegan al parque principal y estacionan en una bahía de parqueo libre. Camila baja del auto, abre la puerta del maletero y saca las ruedas y el marco de la silla para ensamblarla. Es un procedimiento que conoce a la perfección y que ha hecho decenas de veces. Al menos se siente agradecida de que, por esta vez, tiene la ayuda de Andrés para asistir a Laura en tareas donde aún no ha ganado total independencia para hacer por sí misma, como transferirse del asiento del auto a la silla de ruedas. Tras cerrar la puerta del auto, Andrés siente el aire fresco y limpio de este lugar tranquilo. El estar en este sitio tranquilo con la mujer que ama y con la compañía de Camila hace que se sienta agradecido de vivir momentos como estos, por muy banales que parezcan.
«Aquí tienen sus pedidos», dice la chica de aspecto jovial que atiende la cafetería mientras va colocando sobre la mesa el café con leche y los dos chocolates que ordenaron los chicos. Además, los tres ordenaron huevos revueltos y algo de pan. La cafetería tiene un aspecto acogedor y casero, con mobiliario de madera y algunos cuadros de fotos antiguas del pueblo colocados en las paredes.