El canto de las aves y el pequeño rayo de luz que se cuela por la ventana hacen que el despertar en este lugar sea sumamente placentero. Andrés, a pesar de que hoy pasará el día con Laura en la finca simplemente disfrutando del campo, de todos modos se levanta temprano para desayunar con todos los demás. Tras el desayuno, doña Patricia se va a colocarle pasto al ganado y a ordeñar, mientras que don Joaquín se va a realizar algunos trabajos veterinarios en las fincas cercanas. Las chicas se quedan en la finca realizando otras labores matutinas con la ayuda de Andrés.
En realidad, no es mucho lo que hay que hacer y, al estar repartidas las tareas entre tres, terminan bastante rápido, siendo las 9:25 a. m. cuando Andrés mira el reloj de pared. Laura, que está fuera de la casa, llama a Andrés y le propone ir a dar un paseo.
Andrés empuja la silla de Laura hacia la salida de la finca hasta que toman la carretera de tierra en dirección contraria al pueblo. A medida que van avanzando, hay cada vez más árboles, principalmente de eucalipto, cuyo aroma impregna el ambiente. Tras varios minutos de caminata, Andrés escucha un sonido de agua corriente que se hace cada vez más fuerte conforme se van acercando a la fuente del mismo. Unos pocos pasos más adelante, se ve un pequeño arroyo con agua cristalina que desciende directamente del páramo.
—Este es uno de mis lugares favoritos —dice Laura—. Desde niña siempre me ha encantado venir aquí; el estar rodeada de toda esta naturaleza junto con el sonido del agua me da una sensación de relajación increíble.
Laura se quita las sandalias, las deja a un lado y pide a Andrés que la ayude a sentarse al borde del arroyo. Andrés, luego de descalzarse y remangarse el pantalón, se sienta al lado de ella y la rodea con su brazo, trayéndola hacia él. Apenas sumerge los pies, puede notar lo fría que está el agua; sin embargo, se aclimata rápidamente y la sensación del agua corriendo es muy agradable.
—Una de las cosas que me quitó la lesión fue la sensación de sentir el agua correr en mis pies —dice Laura—. De todos modos, todavía me gusta hacerlo aunque no lo sienta.
—¿Es la misma razón por la que te gusta sentarte en el césped con los pies descalzos?
—Sí. Aunque no tenga sensibilidad alguna, me gusta consentir mis pies. Seguramente has escuchado la frase que dice «¿Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar?».
—Sí, la he oído varias veces. Es una frase muy famosa, por lo que veo.
—Más que famosa. Es prácticamente un cliché entre las personas con discapacidad. ¿Pero sabes qué? Yo no estoy de acuerdo. Aunque no pueda usar mis pies, los quiero porque son parte de mí. Por eso me gusta tenerlos bonitos y usar sandalias, porque me siento orgullosa de lucirlos.
Andrés mira hacia abajo, donde el agua cristalina deja ver los pies de Laura con gran claridad: se ven tan lindos como siempre, haciendo que Andrés no pueda evitar hacerle un cumplido a Laura, la cual le responde con un pequeño beso.
Esto hace a Andrés recordar los primeros encuentros con Laura, donde su primer interés fue la atracción física. Aún no se explica por qué le llamó la atención que estuviera en silla de ruedas, pero al verla más de cerca, su rostro bonito y natural, su forma de vestir modesta y femenina, su cabello castaño oscuro muy bien cuidado, sus manos cálidas y suaves, sus pies lisos y delicados y, especialmente, su belleza sencilla que no era nada estrambótica y que reflejaba una gran feminidad, hicieron que Andrés mantuviera la atracción durante los primeros encuentros, hasta que eso pasó a segundo plano: a pesar de que aún se deleitaba y se sigue deleitando con la belleza de Laura, esto dejó de ser lo más importante a medida que fue conociendo su personalidad. Las conversaciones, la afinidad en sus creencias, valores y demás aspectos importantes de la vida y los momentos agradables que pasaron juntos hicieron que lo físico, incluyendo su discapacidad, pasara a los últimos lugares de sus prioridades.
Tras un tiempo indeterminado sentados a la orilla del arroyo, deciden que es hora de salir, pero quieren permanecer más tiempo en este lugar. Andrés alza a Laura y la sienta suavemente sobre el césped. Acto seguido, él se sienta a su lado. También recuerda la primera vez que hizo esto en la universidad: aquella vez era un manojo de nervios; tenía junto a él a la chica que tanto le atraía, pero que no sabía si correspondería a sus sentimientos y le permitiría entrar en su vida como alguien más que un amigo. Al reflexionar sobre esto, se le viene a la mente el día de ayer, cuando estaban pegando las fotos en el álbum de Laura, especialmente las fotos de los dos juntos. Aunque han pasado meses desde que se conocieron, y un par de ellos siendo novios, el hecho de pasar a formar parte de ese álbum, que recopila los momentos y personas más importantes de la vida de Laura, se sintió como recibir una medalla. Al pensar en ello, Andrés mira sonriente al cielo, agradecido por todo lo que ha vivido en estos últimos meses.