PAUL.
El recuerdo de lo que pasó con Oliana tres años atrás todavía me visita algunas noches y algunos días.
💭 Llegaba cansado, con ganas de una ducha y algo de comida caliente. Oliana me había dicho que se sentía mal, que no me acompañaría a trabajar por lo que tuve que trabajar por los dos en la finca, además de organizar a los recolectores, me tuve que hacer cargo del gallinero, que era en lo único que le pedía ayuda. Como le dolía tanto la cabeza, pensé que estaría en casa descansando. O que si se le había pasado, estaría en la cocina preparando nuestro almuerzo. —¡Que ignorante era!— Si no, llamaría a Emma para ir a por comida y que no se moviera.
Pero no, ojalá hubiera sido así.
La puerta estaba cerrada pero como siempre, sin llave. En Allegue nadie la cierra. ¿Para qué? Si nos conocemos todos.
Entré sin hacer ruido, quitándome las botas y el abrigo para no ensuciar nada... y lo que me encontré fue la peor escena que jamás habría imaginado.
Orina, mi querida esposa y Carlo mi amigo… Ellos dos estaban en mi cama…
Así, inesperadamente tenía frente a mí, la imagen viva de la traición. Esa imagen que permanecerá grabada en mi mente, sin importar cuántos años pasen.
El tipo que llegaba de vez en cuando desde la ciudad a "relajarse". El que siempre decía que aquí se respiraba tranquilidad. El que me daba palmaditas en la espalda en la cafetería como si fuéramos viejos amigos, estaba disfrutando de mi mujer. De mi esposa.
Pero lo peor no fue verlos. Lo peor fue como Oriana me abrió los ojos con lo que dijo y me rompió.
—Paul… —me miró con fastidio, como si yo fuera el que había hecho algo mal—. No voy a decirte que no es lo que crees porque lo es.
—¿Qué? —No entendía lo que quería decir, en ese momento, la cabeza no me daba.
Ella me miró, no gritó, ni se tapó. Solo soltó un largo suspiro de alivio, como si mi interrupción fuera un acierto.
—Paul… —dijo en voz baja, cansada—. Lo siento, pero lo nuestro no va bien y es algo que tarde o temprano iba a pasar.
—¡Paul! —susurró Carlo. —Te lo puedo explicar... —intentó hablar.
—Estamos enamorados. —Lo hizo interrumpió mi esposa.
—¿Qué… qué estás diciendo? —pregunté indignado e incrédulo, dando un paso hacia ellos.
Carlo salió de la cama y se apartó, torpemente, buscando su ropa que estaba esparcida en el suelo. Ni siquiera tuvo el valor de mirarme o volver a hablar.
Y entonces ella empezó a clavarme las palabras como dardos a una diana, una tras otra, directos al pecho.
—Paul, lamento que te enteres así, pero estoy con Carlos y lo amo, quiero seguir mi vida con él. Voy a marcharme a la ciudad. —Mire a Carlos que seguía sin camisa y se pasaba la mano por el pelo nervioso.
—No me gusta esta vida, Paul. Nunca me ha gustado. Desde niña soñaba con largarme de aquí. Yo te hablé de mis sueños, de viajar, de trabajar en la gran ciudad… Allegue es un agujero, y… esto no es lo que quiero para mí.
—Ya lo veo… —di un paso atrás.
—No quiero esta vida, Paul. No quiero levantarme todos los días para cuidar gallinas, barrer tierra, limpiar mierda de animales. No quiero ser esa mujer. ¿Alguna mujer puede ser feliz así? Piénsalo. No puedes verlo porque eres un egoísta y solo piensas en ti.
Me faltaba el aire, no sabía dónde apoyar las manos.
Ella tenía razón en algo, no lo había visto venir y esa verdad me estaba destrozando.
»—Contigo solo hay trabajo, esfuerzo y cansancio. Eres como una mula, Paul. Siempre tirando, siempre cargando, siempre sudando. Eso no es vida para ninguna chica, y mucho menos para mí. Quiero tener las uñas arregladas, ir a la peluquería y vestirme sintiéndome bonita, no estar todo el día, con unos pantalones viejos llenos de tierra o un mandil lleno de harina.
Miré a Carlo, el amigo que venía a “desconectar”, el que decía que aquí se respiraba paz. No dijo ni una palabra. Ni una maldita palabra.
»—Con Carlo puedo y quiero tener algo más —siguió ella, sin pestañear—. Ir a la ciudad, salir, reír... sentirme mujer. Con él soy quien quiero ser de verdad.
La boca me temblaba, intenté hablar pero las palabras no me salían.
Y entonces me remató con sus últimas palabras destrozando la poca “humanidad” que según ella, existía en un hombre de campo como yo.
—Paul, lamento ser yo quien lo diga, pero nunca vas a encontrar a alguien si sigues así. ¿Quién aguantaría esta vida? —Niega—. ¿De qué te sirve todo el dinero que tienes, si eres un hombre sin ambiciones, que se conforma con la vida que lleva? Al principio pensaba que delegarías a tus trabajadores, y que tendría una vida como merezco. Pero no, siempre ahí fuera de sol a sol. —Niega con la cabeza y se tapa con las sábanas. —Yo no soy como tú. Conecto más con Carlos y quiero vivir con él en la ciudad, disfrutar, trabajar en alguna recepción u otra cosa, pero sé que con él el voy a ser más feliz que contigo. Tú por más dinero que tengas, al final, aquí, no tienes nada que ofrecerme.
La miré, esperando que cambiara el tono, que se arrepintiera, que dijera era una broma, algo… Pero lo único que hizo fue mirarme tranquila y sonreír fríamente.
Eso fue lo último que escuche, salí de la habitación sintiendo que por dentro, estaba muerto.
No grité, no hice ningún drama. Solo me fui. Cerré la puerta de la que era mi casa y me refugié en mi finca, haciendo lo que realmente sabía hacer, trabajar. ¿Que más podía hacer? no iba, ni podía desaparecer. 💭
Parpadeo volviendo a la realidad, me termino de un trago el café que ya está frío y dejo la taza sobre la barra. Dave sigue ahí, limpiando vasos y hablando por teléfono como si no hubiera pasado nada. Pero sé que lo sabe. Está aquí conmigo comprobando que este bien.
—Me marcho Dave —susurro, tocando su hombro para despedirme y el asiente.
Me pongo la chaqueta. Estoy por salir cuando lo escucho lo que está diciendo por teléfono.
—Sí, sí, lo entiendo… Pero ya tomé una decisión… No, Jessica no vendrá. Se casa en unos meses y no quiere mudarse… Sí, pero no te preocupes, ya tengo a alguien. Llegará en la noche.
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Editado: 06.06.2025