ANNE.
Llego a Bolzano ya entrada la noche. El vuelo ha sido largo; no he conseguido dormir ni un minuto, pero no me importa.
Mi cabeza no me da tregua, una y otra vez imaginando cómo habrá reaccionado Jackson al no verme aparecer.
Ahora ya no importa. Estoy aquí, y no pienso volver, aunque reviente.
Me encamino hacia la salida. La terminal es pequeña y no hay demasiada gente, así que enseguida localizo la puerta.
Las puertas de cristal se abren y el aire frío me saca del letargo. Me detengo un instante, miro hacia ambos lados, un poco perdida.
Y entonces los veo.
Dave y Emma.
Están en primera fila, alzando un folio blanco con letras grandes: “¡BIENVENIDA, ANNE!”, escrito a mano, con un par de flores dibujadas en los bordes. Sonrío y me dirijo hacia ellos.
Emma es la primera en abrazarme. La recuerdo así de cariñosa. Lleva un abrigo de lana gris y huele a un perfume fresco. Me envuelve entre sus brazos fuertemente y besa mi mejilla.
—Mi niña... —susurra—. Estás preciosa. Aunque te noto cansada...
—Un poco —digo, simplemente para no romper a llorar. Estoy nerviosa.
Dave se acerca con una sonrisa amable y también me abraza fuerte.
—Has crecido un montón. ¿La última vez que te vimos fue... el cumpleaños de Jessica? ¿Tendrías catorce?
—Sí. Catorce.
—¡Y eras la única que podía bailar bachata sin pisar a nadie! —dice, riéndose.
Me río con ellos de verdad. Y me doy cuenta de que he tomado la mejor decisión.
En el coche me hablan de la casa, de la cafetería, de las montañas. Me dicen que todo queda cerca, que el tiempo aquí pasa lento. Que eso me va a venir bien.
Al llegar al pueblo, aparcamos frente a un edificio con luces bajas y un cartel de madera: Café del Pueblo.
La puerta está medio cerrada y vemos cómo una figura en el interior apaga la luz. Sale con un manojo de llaves y una caja de cartón vacía debajo del brazo.
—Dave, es Paul...
—¡Paul! —lo llama.
El hombre se gira, cierra la puerta con una vuelta de llave y se acerca.
Me quedo impresionada. Es un hombre de unos treinta años, muy atractivo y guapo, aunque su semblante es demasiado serio.
PAUL.
Termino de dejar los tarros en el estante del almacén —mermelada de manzana—. Me río solo. Las manzanas son las que tiró Zoe en medio de su arranque, cuando gritó algo sobre “mi hombría” y dejó caer los cajones enteros al suelo.
Recogí las manzanas aporreadas y le dije a Alessandra, mi ama de llaves, que las usara todas para hacer mermelada. Emma podrá usarla para los desayunos en la cafetería.
Apago la luz y cierro la puerta con una de las llaves que llevo siempre. No es mía, pero la cuido como si lo fuera. Emma y Dave son como mi familia, y me la dieron sin condiciones.
Salgo a la calle justo cuando un coche aparca. No hay mucho tráfico en este pueblo a estas horas, así que cualquier ruido me llama la atención. Es el coche de Dave. Al volante, él. En el asiento del copiloto, Emma. Y en el de atrás, hay alguien más.
—¡Paul!
Bajan. Dave sonríe, levanta la mano.
—¡Paul!
Me acerco, limpiándome las manos con un pañuelo de tela que guardo en el bolsillo de la chaqueta. La persona que se baja del asiento trasero es una chica. Es joven y bonita, con los ojos marrones y grandes. Tiene pinta de tener frío. Imagino quién es antes de que me lo digan. Seguro que es “la nueva”.
—Te presento a Anne —dice Dave.
—Es amiga de Jessica —añade Emma—. Va a quedarse con nosotros. Ella es quien se encargará de la cafetería.
Ella sonríe y me tiende la mano.
—Hola.
Miro su mano. Lleva las uñas pintadas de un color rojo oscuro. Demasiado cuidadas y limpias. Manos de alguien que no ha pelado una manzana ni lavado una cafetera en su vida.
—Paul. —No digo nada más, solo asiento con la cabeza.
Noto el gesto de Emma. Me reprende lanzándome una mirada que significa “haz el favor y compórtate”. Así que intento sonreír. No me sale, pero lo intento.
—He dejado unos tarros en el almacén —digo, más para Emma que para “la nueva”—. Mañana me paso a dejarte la mantequilla.
—¿Te vienes a cenar? —pregunta Dave, apoyado en el coche—. Emma ha hecho sopa. Y pan relleno.
—Lo siento, tengo cosas que hacer. Además, Alessandra seguro me ha dejado algo preparado para cenar.
Me doy la vuelta, pero antes de alejarme del todo, lo digo. No quiero ser maleducado.
—Bienvenida.
No sé por qué. Quizá porque me doy cuenta de que me ha mirado con curiosidad, sin falsa amabilidad. Y porque esos ojos grandes guardan mucha tristeza.
Camino hacia mi casa, cruzando la plaza.
Anne, otra chica que llega de fuera. Esta seguro que es como las demás... Y sin embargo, sigo pensando en sus ojos tristes cuando llego a la puerta de casa...
ANNE.
Paul se marcha y Emma suspira por lo bajo.
—Es buena gente, solo que es algo desconfiado. Ya lo verás, con el tiempo tomará confianza.
—Tranquila —respondo—. Lo entiendo.
Hay algo en él... reservado, sí, pero no desagradable.
Subimos a la casa al final, y es preciosa. Emma me muestra la que va a ser mi habitación. Es sencilla, pero bonita. La cama es grande y tiene una ventana con vista a las montañas.
—Gracias. Yo...
—Aquí no tienes que explicar nada, Anne —me dice Emma—. Hasta que estés preparada para hacerlo. Queremos que descanses y que comas bien; en tu estado, es lo principal.
—Y si quieres trabajar en la cafetería, yo estaré feliz de enseñarte —agrega Dave—. Pero cuando estés lista.
—Quiero ayudar —respondo sin dudar—. No quiero estar sin hacer nada y, por mi bien mental, necesito empezar cuanto antes.
Emma asiente.
—Entonces empezarás mañana. Pero con calma —dice—. Aquí todo va despacio.
—Coloca tus cosas y ven a cenar. Estaremos en la cocina —pide Emma, retirándose, tomando la mano de Dave.
Cuando me quedo sola, dejo la mochila a un lado, cierro los ojos y apoyo la frente contra el cristal.
#44 en Novela romántica
#19 en Chick lit
nuevo amor en los alpes, perder todo por un esposo infiel, dos corazones heridos se sanan
Editado: 05.06.2025