Una nueva vida en los Alpes

CAPITULO 9

ANNE.

Estoy limpiando algunos restos de mermelada que han quedado en el suelo cuando escucho la puerta de la cocina abrirse.

—¡Ya estoy de vuelta! —dice Carol, entrando con un saco de papel bajo el brazo—. He traído pan calentito.

—Mmmm… Huele de maravilla.

Sonríe, pero en cuanto ve el tarro enorme de mantequilla sobre la mesa, alza una ceja.

—¿Esto lo ha traído ahora Paul?

—Sí —respondo, dejando el trapo a un lado—. Ese hombre ha aparecido justo cuando estaba intentando alcanzar la mermelada. Y, claro, me ha asustado y se me ha caído.

Carol deja el saco de pan sobre la encimera y me mira con curiosidad.

—¿Te ha hablado?

—¿Hablarme? Más que hablarme, me ha interrogado. Y lo ha hecho mientras se reía de mí. Ese hombre es insoportable. Parece un ogro ermitaño. De verdad, ¿de dónde ha salido?

Carol se echa a reír, divertida.

—No te dejes llevar por las apariencias. Paul es buen tipo.

—¿Buen tipo? Sinceramente, no me cae bien. Me ha dicho que no voy a durar ni hasta el viernes en la cafetería.

—Vaya, entonces sí habéis hablado… Entonces le caes bien.

La miro como si me hubiera hablado en otro idioma.

—¿Qué?

—Sí. Si Paul te ha dicho más de tres palabras seguidas, créeme, le caes bien. Ese hombre habla poco. Y mucho menos con mujeres.

Eso me sorprende y me intriga.

—¿Y eso? ¿Por qué?

Carol baja un poco la mirada y se encoge de hombros.

—No me corresponde a mí contar eso. Pero te aseguro que, con el tiempo, verás que no es mala persona.

Algo en su tono me frena de insistir. Hay una historia ahí, pero no es el momento.

—Está bien —digo, aunque la curiosidad me sigue comiendo por dentro.

En ese momento escuchamos voces que se acercan. Emma entra primero, seguida de Dave y una pareja de hombres mayores que no conozco.

—¡Buenos días! —saluda Emma con una sonrisa—. Espero que ya lo tengáis todo preparado. Mira, Anne, estos son los hermanos Sánchez, buena gente y madrugadores.

Dos hombres muy parecidos, morenos y de unos cuarenta años, me saludan extendiendo la mano.

—Encantada. Ya está el café listo, y Carol ha traído el pan —digo, intentando sonar convincente y rezando para que no sean otro Paul.

—Perfecto, chicas. ¡Manos a la obra!

Y sin más, el día comienza.

Carol se pone a repartir tazas. Yo me encargo de servir el café, intentando no derramar ni una gota. Emma conversa con los clientes y se dedica a cobrar, mientras Dave apunta lo que falta en la despensa.

Empiezo a pensar que voy a disfrutar cuando el ogro me pida disculpas.

PAUL.

Llego a la villa después de ir a ver cómo va la recolección de los últimos manzanos, cuando prácticamente el sol ya está completamente fuera.

El aire fresco y el olor a hierba me recuerdan a mi infancia. He pasado tantas horas entre estos campos que creo conocer cada árbol y cada palmo de tierra.

Me bajo del jeep, estiro la espalda y resoplo. Todavía hay mucho que hacer.

Es otro día más, pero otro día menos para recoger las cosechas. Recién empezamos hace unos días y hay mucho trabajo.

Mis tierras están plagadas de almendros, perales y, por supuesto, grandes y saludables manzanos. No es por presumir, pero son los mejores de toda la zona.

Al cruzar hacia la casa principal, observo que mi nana y ama de llaves está tendiendo la ropa de cama en los cordeles del patio. Alessandra es como una segunda madre para mí; se ocupó de mí desde que mi madre nos abandonó y luego acompañó a mi padre en su enfermedad hasta el final. Es estupenda, siempre anda feliz, tarareando alguna canción.

—¡Paul! —me llama sin siquiera mirarme, como si tuviera ojos en la espalda—. ¿Qué le ha parecido a Emma el tarro de mantequilla? ¿Bien o le ha parecido una exageración?

—Emma no estaba esta mañana —contesto, acercándome para ayudarla con una de las sábanas que se le resiste con el aire—. En su lugar, había una chica nueva de la ciudad que dice que se va a hacer cargo ahora de la cafetería.

—Mmmm… —no dice nada y sigue tendiendo las sábanas.

—¿Has oído? Dice que quiere hacerse cargo de la cafetería y tiene las uñas arregladas… Además, lleva un mandil gigante. Seguro que es para no mancharse su ropita cara y no sabe ni hacer mermelada…

Alessandra deja caer la sábana sobre el cordel y se gira despacio hacia mí. Veo cómo sus ojos chispean, curiosos.

Conozco esa mirada.

Mal asunto.

—¿Una chica de la ciudad? —repite, cruzándose de brazos—. ¿Y eso?

—Dave dice que se jubila. Que quiere disfrutar unos años con Emma. Salir a cenar, viajar…

—Me alegro por ellos, es una muy buena decisión. Aunque pensaba que todavía no se jubilaban. Es normal que hayan buscado a alguien. ¿Quién es?

—Qué sé yo. Se supone que es amiga de Jessica. Incluso creo que se va a quedar en la pequeña cabaña que era de la hermana de Dave. He visto que la están reformando —me encojo de hombros—. Emma y Dave la trajeron, y parece que la están apadrinando como si fuera del pueblo. Y solo es una citadina como otra que cree que va a poder con todo… hasta que se rompa una uña y se marche —murmuro.

—¿Entonces has hablado con ella? —pregunta sonriente, cosa que me molesta.

—Solo un poco, porque estaba en la cocina cuando entré por la puerta trasera.

Alessandra entrecierra los ojos.

Mierda.

¿Qué he dicho?

La conozco demasiado bien.

Está tramando algo.

—¿Y qué tal es? —pregunta de repente.

—Inútil —digo sin pensarlo—. No sabe ni alcanzar un frasco de mermelada sin hacer un desastre.

—Vaya, vaya… —sonríe de lado y sacude una almohada—. ¿Pero qué tan inútil es? ¿De las que esperan que las ayuden en todo o de las que quieren aprender rápido?

Me cruzo de brazos y resoplo.

—De las que hablan mucho y creen que pueden aprender de todo.

Alessandra suelta una risita. Eso me pone de peor humor. ¿Por qué se ríe y pregunta tanto?




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