ANNE.
—La casa de Erika estará lista la próxima semana —dice Dave, sirviéndome un poco más de té. Erika es la madre de Jessica, que por desgracia falleció hace unos años, después de pasar por una fuerte depresión—. Le pedí al carpintero que coloque un armario y una salita nueva. Quiero que todo esté perfecto para cuando te mudes.
—Pero ya sabes que, si prefieres quedarte aquí con nosotros, estás más que invitada —añade Emma con una sonrisa cálida—. Esta casa es grande y tú no molestas nada. Al contrario, nos gusta tu compañía.
—Gracias —respondo, dejando la cuchara de la sopa en el plato—. De verdad. No sé cómo agradeceros todo lo que estáis haciendo por mí. —Acaricio mi vientre mientras suspiro.
—Con que estés tranquila y te sientas segura, nos basta —dice Dave, guiñándome un ojo—. Esa cabaña puede esperar si todavía no quieres, o no estás preparada para estar sola.
—No, me vendrá bien tener mi propio espacio. Pero os agradezco muchísimo que me hagáis sentir como en casa. Os he tomado mucho cariño.
Emma sonríe, pero justo en ese momento vibra mi móvil sobre la mesa.
Jess.
—Es Jessica —digo, levantándome—. ¿Os importa si le contesto?
—Ve tranquila —dice Emma—. Nosotros vamos recogiendo esto. Eso sí, dale recuerdos de nuestra parte.
Salgo al porche y deslizo el dedo por la pantalla.
—¿Jess?
—¡Hola, cariño! Quería llamarte desde ayer, pero no pude. Acabé muy tarde y no quería molestarte.
—No molestas. Me alegra oír tu voz. ¡Ah! Antes de que se me olvide, tus tíos te mandan recuerdos.
—Devuélvelos. Tengo muchas ganas de verlos… a ellos y a ti. ¿Cómo estás? ¿Y la cafetería?
—Bien. Bueno… intentando estar bien. Antes de ayer, nada más empezar a trabajar, rompí un bote de mermelada —respondo, con media sonrisa.
—¿Tú? ¿Rompiendo cosas? Vaya novedad —se ríe—. Me alegra que puedas bromear. Escucha, tengo tantas cosas que contarte que no sé ni por dónde empezar.
—Respira y empieza por el principio. Nada puede ser peor de lo que ya escuché.
—Está bien —suspira profundamente—. La noche en que te fuiste, fui a casa de Jackson.
—¿El mismo día?
—Sí. No podía permitir que fuese él quien diera el primer paso. Le llevé los papeles del divorcio esa misma noche.
—¿Y?...
—Y… en cuanto abrí la puerta y me vio, empezó su teatro de hombre desesperado. No paraba de hacer preguntas: ¿Dónde está Anne? ¿Qué le has dicho? ¡Esto no puede estar pasando! ¿Qué ha pasado?... Todo un drama.
—¿En serio?
—Te juro que parecía salido de una telenovela. Cuando le dije que estaba allí como tu abogada, no como tu amiga, y le entregué los documentos, se le cambió la cara. Se puso blanco. Luego se serenó… y apareció su lado oscuro. Me dijo que no te puedes divorciar de él.
—Lo imagino… su teatro se le ha venido abajo.
—Le dije que tenías pruebas de su infidelidad y que por eso solicitabas el divorcio. Que estabas muy afectada.
—¿¡Tienes pruebas!? —me sobresalto.
—No —admite—. Pero él cree que sí. Y hasta ahora no se lo he desmentido. Le dije que ya lo sabes todo, que no hace falta que siga fingiendo. Que conocemos lo de Rebeca. Se quedó mudo.
—¿Y qué hizo? ¿Lo admitió?
—Claro que no. Hizo lo de siempre: primero negó todo, luego intentó hacerse la víctima y, después, se puso agresivo. Me dijo que no podías dejarlo así, que había mucho en juego. Y entonces soltó su última carta, creyendo que me ablandaría.
—¿Qué carta puede tener él?
—“¡Anne no puede irse! ¡Está embarazada!” —dice, imitando su voz con burla.
Me quedo en silencio y paso una mano por mi vientre, nerviosa.
—Él sabe que el embarazo existe… Quiere a mi bebé, Jess…
—Sí. Pero tranquila, el plan va bien. Muy bien. Además, se lo negué directamente, sin rodeos. Le dije que eso no era cierto. Que, como tu abogada y mejor amiga, yo no sabía nada de ningún embarazo.
—¿Y qué respondió?
—Que era mentira. Que yo sí lo sabía. Que tú solo estás asustada y confundida, y que él está dispuesto a luchar por ti y por el bebé.
—Dios… —susurro—. No se va a dar por vencido.
—No te preocupes. Lo tengo todo bajo control.
—Eso espero…
—Y no acaba ahí. Ayer me llamó su abogado. Dice que va a denunciarte por secuestro.
—¿¡Qué!? ¿De quién?
—Así como lo oyes. Del “bebé de Jackson”.
—¡No! Me dijiste que él no puede demostrarlo —me altero—. ¡Es mi bebé! ¡Solo mío!
—Anne, si te alteras, cuelgo.
—No quiero que ese psicópata narcisista se acerque a mi hijo.
—Lo sé. Y se lo dije. Le dije que no hay ninguna prueba. Y que, si estuvieras embarazada, yo sería la primera en saberlo. Me colgó. Seguramente estaban grabando la llamada y mi explicación no les convenía.
—Claro que no les conviene…
—Después volvió a llamar. Dijo que también quiere demandarte por robo.
—¿Robo? ¿¡Qué robo!?
—Exacto lo que pregunté. Porque aquí viene lo mejor. Le dije: “¿Robo de qué, si la empresa era de los padres de Anne?”
—La empresa ya no es mía… Él fue el que me robó.
—Lo sé. Pero cuando le dije eso, él y su abogado se quedaron callados. Así que me puse a revisar los documentos originales. ¿Y sabes qué encontré?
—Sorpréndeme.
—Que la empresa puede cambiar de apoderado o de dirección, pero no de usufructuario. Tú eres la usufructuaria vitalicia.
—¿Eso significa…?
—Que no pueden echarte legalmente. No sin una orden judicial muy concreta, y desde luego no sin pruebas. Tú sigues vinculada a esa empresa mientras vivas.
—No lo puedo creer… ¡Eres la mejor abogada del mundo! ¿Él lo sabe?
—Se lo comuniqué a su abogado y lo escuché gritar de fondo. Que todo esto es culpa mía. Que yo soy la que te metió ideas raras en la cabeza.
—¡Claro! Porque que él me engañe con mi secretaria y quiera quitarme a mi hijo, haciéndome pasar por loca, no está mal… —me río sin gracia—. Seguro que se ha dado cuenta de que las cuentas están casi vacías y por eso se está volviendo loco.
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Editado: 05.06.2025