PAUL.
Llegó a mí casa con la camioneta llena de barro y sin dejar de pensar en la citadina, estaba riéndose como si no llevara hubiera pasado nada y llevaba la camiseta llena de barro hasta la cintura, como colocó las ramas debajo de la rueda… y consiguió sacar la camioneta de ahí. Luego como esos ojitos brillaban de satisfacción.
Me quito las botas que llevo llenas de barro para que no se llene toda la casa y me voy directo a la ducha.
Cuando bajo, Alessandra está en la cocina, removiendo algo que huele bien en una olla, pero no me mira.
—¿Has ido esta mañana a la cafetería?
—Como siempre.
—¿Y?
—¿Y qué? —Ya empezamos…
—No te hagas el idiota conmigo, Paul. ¿Sigue allí la chica?
—Sigue —respondo, sin levantar la vista—. Parece que quiere aguantar un poco más.
—Mmm. ¿Y cómo la has visto hoy?
—De pie, detrás de la barra. Estaba sirviendo café, no he visto nada fuera de lo común.
—Ya —dice, cruzándose de brazos—. ¿Y sigue viviendo con Emma?
—Hasta donde sé, sí. —Sabía yo que está semana iba a ser así.
—¿Y tú no has preguntado?
—¿Qué tengo que preguntar?
—No sé, Paul. Por curiosidad, por educación… Si le gusta el pueblo, si se quedará mucho tiempo… ¿y si necesita algo?
—No soy ni su padre, ni su amigo, ni su niñera.
—Pero vas todos los días a desayunar desde que llegó.
—Voy porque el café está caliente y la tostada no está quemada.
—Y porque hay alguien detrás de la barra que te contesta sin miedo. Eso no te pasaba desde hace años. Además que conversaste con ella desde el primer día…
—No empieces, porfavor.
—Solo digo lo que veo.
—Y yo te digo lo que sé: en dos semanas como mucho, hace las maletas y se vuelve a su ciudad. Esto le queda grande. Cómo todas las que son como ella.
—¿Y si no?
—¿Y si no qué?
—¿Y si se queda?
—No se va a quedar, Alessandra. Ese tipo de mujer no aguanta aquí. Se cansará del barro, del frío, del pueblo… y de verme la cara cada mañana.
—Lo del barro, ya lo vivió hoy, ¿no? Y no salió corriendo.
Levanto la vista por primera vez.
—¿Quién te lo ha contado?
—No importa. Olvidas que te conozco desde que naciste y tienes esa cara de “quiero que me caiga mal, pero no ”.
—Solo me ha sorprendido porque se ha reído. Estaba llena de barro y no ha hecho un drama.
—¿Y eso qué te dice?
—Que está loca.
—No. Que no es tan delicada como tú creías. Es una mujer normal.
—Ya veremos cuánto le dura.
—Más de lo que te va a durar a ti esa actitud de hombre de piedra. Porque desde que llegó, no hay un solo día que no hables de ella… aunque sea para quejarte. Esa chica te agrada.
—A ver… No me agrada, es que no me cae mal.
—Y eso, viniendo de ti, ya es un milagro. —Ríe.
—Se lo que piensas. Y no, no durará, Alessandra. Lo sabes tú, lo sé yo. Y lo sabe ella.
—Pues yo no estaría tan segura.
—Pues yo lo estoy. Y me da igual lo que haga la citadina. Al final verás que tengo razón.
—Bueno, pues ya lo veremos.
ANNE.
Al fin llego a la cafetería. Con barro hasta las rodillas, la camiseta manchada y la bolsa de moras colgando del brazo.
Camino despacio, con la ropa pegajosa y algunos cabellos sueltos, aunque lo mejor es la expresión de Emma, Dave y Carol que me encuentro al abrir la puerta.
Los tres están ahí, sentados en la barra y cuando levantan la vista al verme, abren exageradamente los ojos.
—¡Por Dios, Anne! —exclama Emma, dejando la taza en la barra—. ¿Qué te ha pasado?
—¿Te has caído o has reñido con alguien? —pregunta Dave.
En cambio, Carol se tapa la boca para no reírse, pero sus ojos brillan curiosos. Levanto la bolsa de moras y la dejo encima de la barra.
—Las moras —digo, sonriendo—. Misión cumplida. Y de paso, he ayudado a sacar una camioneta atascada en el barro.
—¿Una qué? —pregunta Emma riendo.
—Es una larga historia, pero solo diré que vengo con barro y con la satisfacción de ver a Paul con cara de sorpresa y dándome las gracias.
Dave suelta una carcajada.
—Lo que habría pagado por ver eso.
—Bueno, ha valido la pena, pero estoy cansada, embarrada, tengo hambre y necesito una ducha.
Emma agarra la bolsa de moras, las coloca en un cuenco y me mira.
—Bueno, lo importante es que has vuelto. Te estábamos esperando.
—¿A mí? ¿Porque?
—La cabaña —dice con una sonrisa—. Ya está lista. Hoy han terminado de pintar. Si quieres, come algo, dúchate, descansa un poco y luego vamos a verla para que te instales.
Algo se aprieta en el pecho, pero es una sensación buena. Voy a tener mi propio espacio, al fin.
—Gracias, Emma. De verdad. —Ella me da un pequeño abrazo intentando no mancharse.
—Venga, levanta y ve a ducharte, estás empapada y no queremos que te cojas un resfriado.
—Espera tengo que preguntar algo que siempre se me olvida, —le digo antes de salir—. ¿Tú conoces algún obstetra que me pueda atender por aquí cerca? Me gustaría pedir cita cuanto antes. Tengo ya tres meses.
Emma asiente sin pensarlo.
—Sí, claro. La doctora Benetti, en el pueblo de al lado. Es amiga mía y muy buena en lo que hace. Le paso tu número esta tarde si quieres, para que te dé cita cuanto antes.
—Perfecto, gracias.
Veo como Carol frunce el ceño, confundida.
—¿Tres meses? —me mira, y sus ojos se agrandan—. ¿Estás embarazada?
—Sí. —Asiento y sonrío tocando mi vientre.
—No lo sabía… —dice, sorprendida—. ¿Es por eso que estás aquí?
—Entre otras cosas. Digamos que necesitaba escapar y protegernos a mí y a este bebé de alguien.
—¿De su padre?
—Sí —respondo simplemente—. Él no sabe cuidarse ni a sí mismo, y menos va a cuidar de un hijo, solo lo quiere para darle el gusto a su amante. Es un vividor que me engañó para quitarme la empresa de mis padres y me engañan con nuestra secretaria infértil. Así que en cuanto me enteré, me fui. Y llegué aquí. Y... bueno, aquí estoy.
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Editado: 06.06.2025