Una nueva vida en los Alpes

CAPITULO 14

ANNE.

Al fin está noche será la primera noche que dormiré en la cabaña que está justo al lado de la cafetería y de la casa de Dave y Emma.

Hoy tenemos mucho trabajo y la cocina está patas arriba, todos los botes están sobre las mesas y tenemos menos espacio para trabajar.

Una de las estanterías se ha descolgado.

Dave me lo ha dicho al pasar, pero al minuto se ha ido al almacén trasero y me ha dejado sola en la cocina. Dice que va a buscar una caja de herramientas. Que vuelve enseguida.

No pasan dos minutos cuando escucho algunos pasos que se acercan por la puerta trasera. Sé quién es antes de girarme, el olor de su colonia fresca es una mezcla de madera y cítricos que llama cuando pasa por mi lado.

¿Será que el embarazo altera mi olfato?

Es Paul.

Lleva la chaqueta colgada del hombro y la camiseta remangada hasta los codos. Me mira y frunce el ceño, como si no esperara verme aquí. O como si no supiera qué hacer ante mí.

—¿Dónde está Dave? —pregunta.

—Ha ido a por las herramientas.

Asiente y se acerca al mueble. Lo observa como si le hablara en otro idioma.

—¿Y tú qué? ¿También arreglas estanterías? —dice, sin mirarme.

—No, pero sé sujetarlas. —Sonrío.

—Bueno, entonces tenemos el equipo completo. Vamos ayúdame. —Pide y ese gesto para mí es como una victoria.

Me acerco y coloco las manos bajo la tabla suelta. Él se pone a mi lado, muy cerca. Demasiado. Casi puedo oler el jabón que desprende su piel a limpio, como he dicho antes, a fresco. No tiene nada que ver a los perfumes ahogantes de la ciudad.

—Sujeta fuerte —me dice.

—Estoy sujetando —respondo.

Se agacha rozándome sin querer y sinto una descarga eléctrica. El destornillador chirría al girar y yo intento no respirar fuerte. Intento no moverme y no mirarle las manos.

Pero él está justo ahí, y para mí sorpresa no puedo dejar de detallarlo. Sus manos, sus brazos, su espalda...

Y entonces, sin querer, su brazo roza el mío y otra vez siento esa chispa, pero no se aparta y yo tampoco.

—¿Te gusta ayudar, eh? —pregunta, sin dejar de ajustar el tornillo.

—Solo cuando el que necesita ayuda es alguien tan cabezón como tú.

Lo escucho soltar una risa breve, casi inaudible. Me giro ligeramente y él también.

Nos quedamos así, mirándonos. Estamos demasiado cerca el uno del otro. Su mirada se clava en mis ojos, como si quisiera decir algo o preguntar algo pero no se atreve. Es como si por una vez, solo una, no llevara la coraza puesta.

Y eso me desarma.

—No pareces una chica de ciudad —dice, en voz baja.

—Y tú no pareces tan ogro como finges ser.

Sus labios se curvan apenas, no en una sonrisa abierta, es otra cosa. Como si le divirtiera la idea… o como si quisiera discutirla, pero no puede.

—¿Y qué te parezco entonces?

—Alguien que quiere parecer ser más duro de lo que es.

Silencio.

Podría besarle, está tan cerca.

Hay algo en sus ojos que no he visto en ningún otro momento, es un brillo especial que no es como las otras veces en las que me mira, quiero acercarme, pero no lo hago y él tampoco. Solo quedamos ahí, mirándonos.

Hasta que escucho como suspira y vuelve a mirar la hacia la estantería.

—Ya está —dice, volviendo a su tono seco de siempre—. No se caerá.

Bajo las manos y me limpio discretamente en el delantal.

—Parece que, después de todo, no hacemos mal equipo.

Paul me mira, ladeando la cabeza, como si no esperara esa frase.

—¿Un equipo tú y yo? —pregunta.

—Tú has hecho que no se caiga. Yo he impedido que se te cayera en la cabeza. Lo que he dicho, trabajo en equipo —respondo, encogiéndome de hombros.

Una pequeña sonrisa se le escapa, pero se da la vuelta antes de que pueda decir nada más.

Y mientras se aleja hacia la puerta, siento que no necesito verle la cara para saber que también está sonriendo.

PAUL.

Cuando salgo de la despensa, Dave está en la barra con Emma. Ella tiene el teléfono en la oreja y el ceño fruncido, como si la conversación no fuera precisamente alegre.

Me acerco sin hacer ruido y me apoyo en la barra.

—Estantería arreglada —digo, sin más.

Dave asiente y Emma levanta el pulgar sin dejar de hablar.

Entonces sale Anne de la cocina.

Se quita el delantal y se sacude las manos. Me lanza una sonrisa sincera, de esas que aparecen sin pensarlas. Por instinto, sin querer, se la devuelvo. Es muy breve, casi imperceptible, pero está ahí, para ella.

¿Que me está pasando con esta mujer? Tiene un imán que me llama.

Emma cuelga y se vuelve hacia Anne.

—La doctora Benetti tiene una cita libre para mañana a las nueve —le dice—. He pensado que, ya que Paul va los jueves a la gestoría en el pueblo de al lado, él podría llevarte. Y cuando termine, te recoge, asi os volvéis juntos y te ahorras el viaje.

Me pillan de lleno, Emma me mira y Dave también. Anne me mira en último lugar y asiente, casi sin pensar.

—Si no es molestia...

—No me importa, —respondo—. Sin problema.

—Muchas gracias.

—¿Estás enferma? —pregunto, sin pensarlo demasiado. Si va al médico un jueves por la mañana es porque debe pasarle algo…

Pero Anne sonríe ligeramente, primero mira a Emma y despuésbme mira a mí.

—No Paul, no estoy enferma —dice—. Voy al médico porque estoy embarazada.

No lo entiendo. O mejor dicho, sí, pero mi cerebro decide hacer una pausa mientras asimilo lo que acaba de decirme.

Embarazada.

Anne. Está embarazada.

Y, de golpe, se me encoge algo en el estómago. Como si alguien me hubiera dado un golpe justo cuando no lo esperaba.

Miro a Dave, a Emma y a ella.

Nadie más parece sorprendido.

Solo yo.

Claro, ellos lo saben. ¿Cómo no lo he visto antes? Los paseos para estirar las piernas, las miradas de Emma cuando toma algo pesado, el cuidado que todos tienen con ella... Las señales estaban de ahí, en cada gesto. Solo que de nuevo, al igual que me pasó con Oriana, no he querido verlo.




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