Una Obra Sin Título

Mi Corazón, Tus Latidos

Una joven pareja estaba sentada a la sombra de un árbol en la plaza de su ciudad. Eran felices y con una relación estable. Él, con veintidós años, solía ser muy cariñoso responsable con su novia, quien tenía nada más que diecisiete; una chica amable y gentil.

Ese año, ella cumplía sus dieciocho, una alegría para ambos. Los padres de ella, a pesar de aceptar con buenos ojos su relación, no le permitirían casarse o ir más allá hasta que su hija fuera mayor de edad; no es como si estuviesen ansiosos por casarse tan jóvenes, pero su relación tomaría un nuevo nivel de ahora en adelante.

Un día, bajo un árbol en la plaza, ella estaba recostada sobre el pecho de él; ambos disfrutando del placentero clima de una tarde de primavera.

―Oye, Sam, ¿has pensado ya en qué me regalarás?

Él bufa una risa.

― ¿Otra vez con eso, Lina? Aún faltan varios meses para tu cumpleaños, ¿recuerdas?

―Oh, vamos, unos meses pasan volando ―contestó ella, casi con un puchero―. Espero que sea un buen regalo.

Él guarda un breve silencio, pensativo.

―Pues sí. Tengo algo en mente. Pero es una sorpresa; es especial.

Especial. Esa palabra le agrada mucho a Lina; sonríe con alegría.

― ¿Ajá, sí? No sé a qué te refieres con “especial”, ¡pero espero que lo sea!

Y vaya que iba a serlo. Sam estaba ansioso por que ese día finalmente llegue. Cualquier chico básico pensaría en darle su primera vez a su novia en una ocasión como esa. Pero él era la excepción. Durante varios meses, él había estado ahorrando, trabajando horas extras para conseguir el dinero suficiente para su regalo. Lina siempre ha querido ver el océano. Pero la ciudad donde viven se encuentra tan lejos del mar, que la playa más cercana significa salir de viaje fuera del país. Pese a este gran inconveniente, él se las arregló para conseguir el dinero suficiente para un viaje turístico, así fuese por pocos días. Además, para salir de esa forma sin sus padres, ella tendría que ser mayor de edad primero, por lo que ya tenía mucho tiempo de antelación esta idea de su parte. Pensar en eso solo lo hacía motivarse, y se alegraba.

―Ya lo verás, mi corazón. Te encantará. Solo no olvides que debes cuidarte, ¿está bien?

―No te preocupes, lo sé. Hoy tomé mis pastillas, y fui temprano a mi consulta mensual con el cardiólogo. Mi condición ha sido estable según el último chequeo, así que estoy bien.

Él sonríe con alivio.

―Eso me tranquiliza.

Una vida sin peros sería tan simple y sencilla como un golpe al mentón. En el caso de ella, su “pero” es en letras mayúsculas. Padece de una condición: Arritmia congénita; algo raro en su país. Una enfermedad que provoca que el corazón lata de forma irregular e impredecible. Puede llegar a ser mortal si se toma a la ligera.

En Lina, su arritmia pasó la mayor parte de su vida oculta del mundo. Se dio a conocer un día cualquiera, mientras la pareja se divertía en un parque de diversiones; acaban de bajar de la montaña rusa. El acontecimiento fue tan repentino que Sam no sabía qué hacer. En ese momento, su arritmia le causó un ataque cardíaco severo. Gracias a que fue atendida rápidamente, la situación no llegó a mayores. Aun así, fue necesario un marcapasos temporal; fue allí cuando se la diagnosticaron. Desde entonces, su vida dio un giro de ciento ochenta grados al sitio de no retorno.

Por un lado, su hospitalización fue tediosa, con mucha rehabilitación de por medio, y los gastos médicos bastante elevados aún para una familia de clase media como la suya. Por otro, el cambio drástico a su rutina fue un verdadero y seco porrazo al hígado. Ya no podía hacer deportes extenuantes, ni cosas que exigieran mucho de su corazón. Su único ejercicio era caminar o trotar ligeramente todos los días, razón por la cual la pareja diariamente va a la plaza por las tardes.

También está su medicación. La enfermedad no tiene cura. Para mantener su corazón estable, depende de medicamentos que consumirá el resto de su vida; medicamentos que no son precisamente los más económicos. Afortunadamente, Sam también pone la mano en los gastos de ella.

Una enfermedad así no cambia solamente la vida de ella, sino también la de su pareja. Al igual que una persona ciega, ella es alguien con una discapacidad. Pero eso a Sam no le importa en lo más mínimo. Él la ama, con todo su corazón.

Sam se levanta y estira su cuerpo con un gruñido; recostarse de un tronco no es tan cómodo como la gente cree.

―Se está haciendo tarde. Deberíamos regresar a tu casa. Tus padres me matarían si nos coge la noche de camino; solo hace una semana fue que te quitaron el marcapasos. No puedes agarrar sereno.

Pero Lina hace su cabeza a un lado.

―Es muy temprano ―comentó con desgana―. No quiero estar en mi cama dando vueltas hasta quedarme dormida.

Él nota su cara deprimida. Se sienta nuevamente a su lado.

―Hay muchas cosas que puedes hacer en casa, ¿sabes? Como jugar videojuegos.

―No me gustan. Y los juegos de mesa me aburren. En la tele no pasan nada bueno. Y todavía no tengo un nuevo teléfono.

Es cierto. El suyo se rompió durante el incidente, y los frecuentes gastos no han permitido el acceso a uno nuevo.




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