El día de hoy recordé algo de mi infancia. Cuando tenía cerca de nueve o diez años, no lo recuerdo exactamente, se aproximaba mi cumpleaños; yo cumplo los quince de mayo.
Mis cumpleaños no han sido algo que me llenasen de entusiasmo, aun cuando era un niño. Siempre fuimos una familia humilde. Solo he tenido una sola fiesta de cumpleaños en toda mi vida, fue cuando tuve los cuatro o cinco años. Si hago esfuerzo, puedo recordar pequeños momentos borrosos de ese día. De ahí en adelante, nunca tuve otra. De hecho, ni siquiera podía darme el lujo de un pastel, y no todos los años me daban un regalo. Más regalos me daban mis familiares, ropa usada que no le quedaba a mis primos y cosas así, que mis propios padres. Pero eso no me importaba para nada.
Recuerdo que mi mamá siempre fue la primera en felicitarme al despertar, al menos en aquella época, pues ahora vivo solo desde que papá murió; a él a veces se le olvidaba, pero mi mamá se lo recordaba antes de que yo despertara y ambos me felicitaban. Luego lo hacía mi abuelita en el transcurso del día cuando iba para su casa. Que esas tres personas se acordaran de mí era más que suficiente, no necesitaba regalos ni nada de eso; además, ya estaba hecho a la idea de que no podía tener acceso a ellos siempre que quisiera.
En fin. El día que cumplí nueve o diez, fue como los otros años: Mamá felicitándome al despertar, papá haciéndolo después de ella, y posteriormente mi abuela al ir a su casa después de salir de la escuela, y alguno que otro familiar o amigo.
Cuando llegó la noche, estaba en nuestro cuarto viendo la televisión y jugando con mis viejos juguetes que mucho me aguantaron durante años y años; todos dormíamos en el mismo cuarto. Mi casa solo tiene dos cuartos, y uno de ellos es la cocina; no tienen puertas, solo cortinas. Yo solía jugar con una NES pirata de esas que se compran en cualquier tienda básica de abarrotes, pero ese día no jugué con ella, no sé por qué, o no recuerdo haber jugado con ella.
Esa noche, mientras jugaba con mis juguetes sobre la cama, en una batalla épica entre Spider-Man, Max Steel y Gokú, mi mamá entró al cuarto, no recuerdo si mi papá estaba allí en ese momento, quizás si lo estaba, quizás no.
Mamá traía en sus manos una manzana roja y grande, y sobre la manzana se las arregló para insertarle una pequeña vela de pastel. Y mientras la traía, venía cantando el cumpleaños feliz que solemos cantar aquí en Venezuela; se conoce más como “Ay qué noche tan preciosa”, así inicia la cancioncita al menos.
No pude evitar llorar mientras mami cantaba frente a mí, con es manzana como pastel y una pequeña vela. Ella también lloraba conmigo, pero no dejaba de cantar. Rayos. Estoy escribiendo esto, y mis ojos se hacen agua con solo recordarlo.
Al finalizar, soplé la vela y mi mamá hizo una alegre ovación con sus aplausos llenando el cuarto. Ahora que rememoro con cuidado, papá sí estaba allí, solo que nos miraba desde la puerta; lo que sí no recuerdo es si cantó o no con nosotros.
Es un recuerdo un poco borroso, nublado, quizás no lo estoy contando como exactamente pasó, pero sigue siendo algo que permanece en mi memoria tal cual como se los cuento.
Padezco de un problema progresivo en mi memoria que poco a poco se pone peor. Hace que olvide rápidamente las cosas o me distraiga con facilidad, que no pueda concentrare, cosa que no era antes. Incluso olvido cómo se abre la puerta de mi casa o de mi trabajo, la cual llevo más de cinco años abriendo. No tengo dinero para pagarme exámenes médicos y ni mucho menos medicamentos. Solo espero que en un futuro ese problema de memoria no me haga olvidar uno de los recuerdos más bellos de mi niñez.
Mi mamá me enseñó una valiosa lección. Ese día, entendí que no es necesario una fiesta pomposa o regalos extravagantes para tener un cumpleaños feliz. Solo hace falta el amor y el aprecio de las personas que te quieren y te llevan en su corazón.
Nota Personal: No sé por qué se me vino a la memoria ese recuerdo el día de hoy, catorce de diciembre del dos mil veintiuno. Aunque es grato las veces que decide hacerse presente. Me hace recordar que hay cosas más importantes, y que hay que valorar lo que uno tiene, así sea muy poco. Y sí, que a veces la intensión es lo que cuenta. Y el que diga lo contrario, solo es un caprichoso, o una caprichosa.
Y aquí entre nos, soy de los que piensan que en las fiestas de cumpleaños más disfruta el invitado que el cumpleañero; comen gratis lo que haya, beben gratis lo que haya, se llevan un presente o un recuerdo, y mientras, el cumpleañero debe atenderlos. Qué aburrido. Yo le decía a mi papá y a mi mamá que para gastar el dinero en una fiesta (no es como si tuviésemos mucho dinero de todas formas) prefería gastarlo saliendo a comer dulces y helados en la noche con ellos, o de paseo a la playa, o comprándome los juguetes o las cintas de Nintendo que quería; no me tilden de tacaño, es solo que prefiero ser el invitado a ser el que invita.
Añado algo más. Como notaste, la fecha de escrito esto es muy diferente al de la publicación. Esto se debe a que no me sentía listo de publicar, y esto aplica a todo lo que publicaré poco a poco en esta obra.
También, desde enero, la conexión a internet de mi pueblo ha sido pésima, mucho, y no me cargan páginas pesadas como esta, o las redes sociales. Pero no te preocupes, está bien. Este gran lapso me ha dado mucho tiempo para pensar, reflexionar, editar y enfocarme un poco más en mi novela de fantasía previamente publicada.
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Editado: 02.09.2023