Una Obra Sin Título

Una Historia Relacionada a la Ouija

En un pueblo grande, un grupo de amigos son inseparables. Más que un grupo, son una pandilla de ocho. Desde niños siempre estuvieron juntos, y aunque no eran precisamente del mismo barrio, siempre se las arreglaban para juntarse y hacer de las suyas. Casi todos eran varones, había tres o cuatro chicas en su bandada.

Los años pasaban, pero su amistad jamás enflaquecía. Al contrario, se volvía más fuerte. Y también cabe destacar que eran más atrevidos en cuanto a sus salidas. No solían meterse en problemas, pero cuando se les entraba la gana de hacer una locura, la hacían sin medir las posibles consecuencias.

Faltaba poco para terminar la preparatoria. El grupo de amigos estaba a solo un paso de ir a la universidad. Para su suerte, la universidad a la que todos irán es la misma. La pandilla es la familia, decían. Teniendo esto en mente, lo decidieron hacer así.

Era un día cualquiera. El grupo estaba reunido en su base; una fábrica abandonada que habían decorado a su antojo con el pasar de los años.

No había mucho que hacer. Estaban completamente aburridos. Y cuando están aburridos es cuando más se les ocurre hacer locuras y estupideces.

Uno de ellos opinó ir al río. Pero la idea fue rápidamente rechazada. Era un día caluroso, pero el río estaba lejos, y simplemente tenían flojera de hacerlo. Hubo varias propuestas después de esa, pero fueron fácilmente dejadas de lado.

No era que estaban aburridos por no hacer nada, sino que la pereza no los dejaba hacer nada; el aburrimiento era solo un producto.

Una de las chicas se levanta del sillón viejo que consiguieron sacar del vertedero y remendarlo lo más posible; eso fue hace años.

― ¿Y qué tal si hacemos esto? ―dijo ella, sosteniendo su teléfono en mano.

Todos voltearon a mirarla. Ella muestra lo que tiene puesto en su teléfono. Todos quedan en blanco.

― ¿Una Ouija? ―mencionó el chico más cercano―. ¿Hacer una Ouija? No soy bueno con la madera.

La chica pone la clásica expresión de “¿es en serio?”

―No seas tonto. Me refiero a jugar con una Ouija. Es un reto que vi en las redes. ¿Se animan?

Eso que ha dicho es otra cosa. Es un tema delicado. El pueblo en donde viven es muy supersticioso, abundan las historias y anécdotas respecto a esta clase de cosas que son prácticamente un tabú. “Con lo sobrenatural y paranormal no se juega”, es una frase que suelen decir mucho los ancianos en sus historias.

Aunque el grupo se ve inseguro, la chica está muy motivada.

―No lo sé ―mencionó uno de los muchachos―. Esta clase de cosas no son un juguete.

― ¿De verdad crees en esas historias de ancianos? ―rebatió ella.

―Estoy de acuerdo con Elías ―menciona una de las chicas―. Si por algo lo dicen, por algo será. Además, nunca me han gustado esas cosas raras de fantasmas.

― ¡Es por eso que quiero hacerlo! Veamos si es verdad o no. No sean cobardes.

Es verdad que el grupo intrépido jamás ha rechazado un reto. Pero este caso es diferente. Están considerando algo que solo deberían estar entre palabras y no estar entre sus manos.

La charla pronto pasa a ser un ligero debate. Pero al final, la chica consigue animar a sus amigos, incluso a los dos que más se negaban.

Los días pasaron. Investigaron en internet como hacer los preparativos; en un foro de cosas paranormales decían todo lo que debían hacer. Consiguieron todo lo que hacía falta y ya tenían la hora y el lugar planificado: el cementerio local a punto para las doce.

Lo único que faltaba era la herramienta principal. Conseguir una Ouija no es tan fácil como muchos suele creer, y mucho menos en un pueblo donde si mencionas el tema inmediatamente podría armarse un chisme de proporciones bíblicas. Transcurrieron varias semanas antes de conseguirla de forma segura.

Finalmente todo estaba listo. Los jóvenes procedieron a reunirse tal cual estaba planificado. La ruta: de la base al cementerio.

Reunidos, salieron a poco más de las once, procurando no llamar la atención; decidieron ir cada uno por caminos diferentes.

A las puertas del lugar, un enorme portón oxidado, y vigilando que nadie los haya seguido o percatado, todos juntos deciden entrar.

De noche, el cementerio es un lugar altamente escabroso. Nadie tiene las agallas de entrar allí a estas horas aún si es un reto. Las historias en torno a este lugar son escalofriantes, más aún si se trata de este cementerio en particular. En el pueblo hay dos cementerios: el nuevo, construido hace ya varios años en un enorme terreno cerca de la entrada del pueblo, y el viejo, alejado y olvidado en las afueras de la localidad, a veinte minutos a la fábrica abandonada. Es obvio a cuál de los dos fueron a parar.

Maniobran entre las tumbas para avanzar, con un sentimiento de inquietud siempre presente. Las palabras que intercambian son pocas, pero lo hacen para no quedar en silencio. Incluso bromean un poco entre ellos, callando las risas lo más posible. Pero es bien sabido que las risas en estos casos son solo un reflejo de los nervios.

En el centro del cementerio hay una tumba en particular. La de una familia antigua, de la época de la colonia. Ese es el punto de acción. Hay varias leyendas en torno a esta familia, pero no lo hacen ahí por esto en particular. En realidad, lo hacen porque la tumba está abandonada y hay un espacio amplio frente a ella donde pueden acomodarse cómodamente.




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