Una Obra Sin Título

El Nacimiento del Canto

Mucho antes del origen de cualquier civilización, los seres humanos vivían libres en el mundo, como tribus nómadas, sin estar atados a ninguna ley, política o religión, solo la ley de la naturaleza.

Fueron ellos los primeros ancestros.

Aunque su inteligencia creciente los había llevado al descubrimiento e invención de herramientas y utensilios, y su lenguaje les permitía comunicarse los unos a los otros, seguían siendo un ser incompleto en muchos aspectos. Pero he allí al ser humano. Viviendo innumerables experiencias en un mundo cambiante, fascinados por cada cosa nueva que ve.

Entre tantas y muchas cosas que el mundo tenía que ofrecer, había una en especial. Se decía entre las tribus nómadas que en un lugar lejano había un hermoso sonido que era capaz de maravillar a quienes lo escuchaban.

Guiados por esta historia, los ancestros emprendieron un viaje hasta llegar al lugar.

Entre el denso mar de árboles que se extendía sin fin, una melodía perfecta se escapaba, una tal que los hacía mirarse los rostros y sonreír con solo escucharla. El sonido era ahogado, difuso, imposible de precisar su origen. Pero esto no los detuvo. Llevados por el deseo de saber la fuente de tan melódico y precioso sonido, se sumergieron en la espesa selva boscosa.

Los días pasaron. Conforme se adentraban, el sonido era más y más fuerte, y con cada día que pasaba era más fácil precisar su nacimiento. A veces el sonido cesaba por horas enteras durante el día o en altas la noche hasta el amanecer, y los ancestros aprovechaban para descansar y esperar. Pero tal cual volvía, su marcha continuaba.

Luego de varias semanas, finalmente lograron cruzar el mar de árboles, pero tras él, montañas y selva se extendía hasta donde los ojos permitían ver y hasta donde el inmenso sol conseguía alumbrar. Y el sonido aún era audible, con fuerza y resonancia entre las montañas.

Intimidados, pero con gran determinación de continuar, los ancestros avanzaron y se adentraron. Cruzaron ríos, cascadas, espesuras de árboles tan altos que ocultaban el cielo, hasta que llegaron a las montañas selváticas.

La fuente del sonido provenía de allí.

El camino entre las montañas, selva y bosque fue difícil y escabroso, pero el maravilloso sonido encantaba sus oídos y les daba fuerza para avanzar. En más de una ocasión estuvieron a punto de perder a más de uno de los suyos, pero tampoco se hicieron para atrás pese a las mortales dificultades que la naturaleza tenía para ofrecer, desde criaturas peligrosas y mortales hasta terreno difícil y engañoso.

Entre las montañas más centralizadas, había un pequeño cúmulo de árboles separado del resto, como un oasis. Desde arriba eran visibles, rodeando una hermosa cascada y un pequeño lago en el centro del amplio claro del lugar. El sonido provenía de allí.

Conforme bajaban al claro, el sonido era cada vez más potente y sublime hasta que finalmente el origen de tan maravillosa melodía estaba al frente de ellos, tras los árboles que daban con el lago.

Maravillados, los ancestros al cruzar observaron estupefactos el origen del aquél bello sonido: Una hermosa y enorme ave.

Era impresionante. Jamás habían visto algo así.

Parada sobre la rama más alta de un árbol bello y peculiar que salía del centro del lago, el ave era enorme, tan o más grande que un hombre, de figura y forma elegante y estilizada.

El ave se erguía como un emperador ante los humanos que ahora lo admiraban. Sus alas eran majestuosas y gigantes, y su cola casi tan larga como su cuerpo. Su plumaje era espectacular: Blanco y azul como el cielo y las nubes, resplandecientes como las alas prístinas de una mariposa; casi que destellaban con el brillo del sol, y las últimas plumas de sus alas y cola alternaban en un hermoso e iridiscente multicolor arcoíris.

Jamás habían visto algo similar. Para nada. Los ancestros estaban pasmados ante la sublime e imperial criatura. Es verdad. Aves habían visto muchas en sus largos viajes por la tierra en donde habitaban, y también habían sido encantados por sus trinares de los más diversos. Pero nada comparado a esto.

La majestuosa ave observaba a los ancestros con sus ojos azules claros. Con calma extendió sus alas y trinó con suavidad, como dándoles la bienvenida a sus extraños visitantes. Ese breve sonido y aquél curioso gesto logró sacar una sonrisa en los impresionados humanos.

Y a los pies del lago, los ancestros decidieron hacer de ese su nuevo hogar. El ave no parecía incómoda por las nuevas presencias a su alrededor. Rápidamente aceptó la convivencia con estas nuevas criaturas. Ella volaba y se iba por horas, descansaba en el árbol en el centro del lago, o cazaba peces en el lugar u otras criaturas de la zona. Los ancestros estaban fascinados con este extraño tipo de ave y con su comportamiento. Pero aun así, la veneraban por el hermoso sonido que melodiosamente dejaba salir al abrir su pico y la respetaban por la imponencia que transmitía su sola presencia.  Y sus plumas eran atesoradas como el mayor tesoro cuando de vez en cuando se dejaban caer.

El ave incluso se atrevía a interactuar con algunos humanos, principalmente con los más pequeños o con los más ancianos.

Con el pasar del tiempo, llevados por su infinita curiosidad, los ancestros sintieron el deseo de hacer lo mismo que el ave: interpretar una hermosa melodía con su voz. En sus intentos poco perfectos de imitar a la hermosa criatura, ésta entendió lo que sus compañeros humanos querían. Y se ofreció a enseñarles.




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