Una Obra Sin Título

Condición Humana

Hace varios días, venía caminando de mi trabajo. El clima era fresco, habitual en esta época. Eran cerca de las cinco o seis de la tarde.

Mientras caminaba hacia la casa de mi abuela, noté en el horizonte hacia el oeste como el sol se ocultaba.

Era hermoso.

El astro rey se ocultaba detrás de las nubes que conseguían taparlo lo suficiente para permitirte verlo sin entrecerrar los ojos y sin lentes, pero que permitían ver su majestuosa figura redonda; un círculo perfecto en un tono pálido entre las nubes.

Mientras lo contemplaba al caminar, vi a muchas personas en la avenida, caminando de un lado a otro, atendiendo sus asuntos. Sé que no es de mi incumbencia, pero, en ese momento pensé “¿Por qué las personas no miran la belleza del sol?”.

Suena tonto, lo sé. Pero fue lo que pensé.

¿Acaso el astro rey no es merecedor del aprecio de las personas? O dicho de otra forma, ¿es tan monótono y aburrido apreciar el sol cuando se pone en ese semblante que ocurre solamente en esta época del año?

Bueno, cada quien atiende sus asuntos. Pero dudo que muchas de esas personas tuvieran mejores cosas que hacer como para no dar una mirada fugaz a la belleza del sol. Incluso había algunas personas, jóvenes adolescentes en especial, que me miraban en plan de “ve a ese loco, mirando al sol”; sentía sus miradas en mí.

Sí, supongo que soy raro. Pero, ¿es raro lo que hago? ¿O está mal?

Varios días antes, salí a caminar con una de mis mejores amigas, una joven y hermosa señorita a quien quiero y consiento como si fuese mi hermana menor, para acompañarla hasta su casa. Pasamos frente a la cancha delante del liceo por casualidad, y como unos amigos estaban entrenando y preparándose para una pelea de entrenamiento, pues decidimos quedarnos.

Esa misma tarde, mientras los jóvenes se tomaban breves descansos entre rounds, ella me hizo notar de lo hermoso que era el atardecer mientras ocurrían los combates de entrenamiento. No lo había notado. De verdad que era un bonito atardecer, y ella misma me dijo que es una pena no haberlo visto desde la playa, porque seguro desde allí se habría visto más hermoso.

Pero las demás personas ni lo notaron. Solo tenían su atención puesta en las peleas, especulando o esperando para reírse de los novatos que estaban luchando cuando cometieran algún error. Eso me enojó un poco; yo me tomo muy seriamente las artes marciales, y hasta el entrenador se los hizo saber y les pidió que de seguir así, dejaran la cancha, que fue cuando se calmó un poco la cosa.

Varias semanas antes, había algunos problemas con la energía eléctrica aquí en mi pueblo. La luz se iba durante horas, muchas horas; no es algo tan raro, pero tampoco ocurre con tanta frecuencia que digamos.

Mi trabajo, el cyber, queda cerca de la plaza frente al liceo.

En la plaza se congregan la gran mayoría de los estudiantes de la institución para pasar el rato, ya sea porque no tienen clases, para compartir entre amigos, o simplemente para matar el tiempo.

Ese día, como la luz se había ido temprano, y sin nada más qué hacer de mi parte, decidí ir a la plaza a esperar a que llegara la energía eléctrica para empezar mi jornada laboral, con la esperanza también de encontrarme con alguno de mis amigos; sí, muchos de mis amigos y amigas son menores que yo. No lo sé. Me siento más cómodo con gente menor que yo que de mi edad o mayor, puesto que no suelen ser tan secos y serios, justo como yo, que tengo veinticinco y me comporto como un adolescente; algunos me critican por mi personalidad, pero igual, así soy.

Siempre llevo conmigo mi portátil, un cuaderno y un lápiz en un morral; puedo olvidar mi cartera, pero jamás mi morral.

Sintiéndome cómodo, sentado en uno de los bancos de la plaza a la sombra de un árbol, saqué mi cuaderno y lápiz, y empecé a escribir un poco, y luego a dibujar garabatos del paisaje; no sé dibujar, pero hacerlo me relaja un poco.

La plaza es un lugar agradable. Apartando las miradas curiosas o de burla, es un sitio ideal. El ambiente estudiantil la hace sentir alegre y llena de vida, y al estar en un sitio tan abierto, suele haber un fresco agradable bajo los pocos árboles del lugar. Eso me gusta.

Mientras escribía una canción que estaba haciendo desde hace algunos días atrás, sentí un pequeño impacto en el banco donde me encontraba sentado. Luego otro, y otro, hasta que finalmente uno de esos impactos me golpeó en la espalda.

Eran piedras.

Detrás de mí, un grupo de estudiantes, chicos y chicas, me estaban aventando piedras. Fueron quizás cuatro o cinco piedras en total, de las cuales una me golpeó con algo de fuerza. Luego de que me dieran, se echaron a reír de mí.

No es la primera vez que ocurre. Y tampoco es que haya mucho por hacer, de todas formas. Si reacciono, solo me molestarían más. Y si me defendiera y los pusiera en su lugar, pues soy, o era, practicante de Karate y Kung Fu con mi papá, yo sería el malo de la historia por el simple hecho de ser un adulto que golpea a un grupo de adolescentes. Y eso generaría más problemas.

Prefiero simplemente hacerme el indiferente e ignorar. Es más simple, y suele funcionar.

Más allá de sentirme molesto o enfadado por lo que me hacían, sentí algo de pena y vergüenza de ellos, y también de mí.




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