Una Obra Sin Título

Mis Latidos, Tu Corazón

En aquella ciudad interior, los días siempre son rutinarios, o suelen serlo. Son pocas cosas las que puedes hacer para escapar de la rutina.

Es cierto. En una ciudad hay de toda clase de cosas y lugares para entretenerse, lugares de esparcimiento y demás. Pero cuando vives en un mismo sitio toda tu vida, hasta lo más bello y hermoso puede llegar a ser monótono.

Inspirado por esta idea, Sam se había decidido en hacer algo especial para el cumpleaños de su novia, Lina, a quien ama más que a su vida. Su meta a lograr: llevarla a conocer el mar.

Los meses pasaron. Ya venía el cambio de estación. Lento pero seguro, la fecha prometida se aproximaba como los frescos vientos de aquella primavera que poco a poco dejaban paso libre al verano.

Sam hacía esfuerzos tras esfuerzos para lograr su objetivo, casi a contrarreloj. No tenía descanso. Incluso llego a aceptar un trabajo adicional en la empresa, y a realizar pequeños trabajos por oportunidad.

Para su completo alivio, la condición de Lina había mejorado mucho. Se le permitió regresar a clases, se le agregaron algunos ejercicios más a su rutina en las tardes, y tenía ahora más libertad en cuanto a sus chequeos y consultas médicas. Pero su medicación igual seguía siendo prioridad, además de un par de medicamentos que fueron añadidos a la lista diaria; otra razón de peso para un nuevo turno laboral.

Desafortunadamente, la vida poco suele ser complaciente e igualitaria. Si quieres algo, debes sacrificar algo; es ley. En su caso, sus dos trabajos consumían mucho de su tiempo, y solo veía a Lina en las noches cuando no estaba tan cansado como para visitarla, o los domingos, que eran su único día libre. De igual manera, muy poco la acompañaba a la plaza para hacer sus ejercicios por las tardes; más de un regaño y amenaza de despido recibió por escaparse del trabajo para acompañarla. Y como sus padres también trabajaban, ella ahora los hacía sola.

Pero Lina no se destacaba por ser una chica débil.

“No soy una niña para que me estén vigilando todo el tiempo.” ―Afirmaba con energía y vitalidad― “Puedo hacerlo yo sola. No tienen por qué preocuparse por mí.”

Su seguridad y fortaleza les brindaban a Sam y a sus padres la confianza que necesitaban para seguir con sus rutinas diarias.

Pero de Sam, el miedo a lo impredecible permanecía sobre su corazón como una nube de tormenta a punto de estallar.

Una tarde despejada ocurrió algo inesperado.

En su puesto de trabajo, Sam se preparaba para iniciar su turno. Eran cerca de las cuatro de la tarde.

Por su costado, un compañero se acercó.

―Oye, Sam.

Reconociendo la voz de su amigo, uno que hizo recientemente en dicho trabajo, se giró y le sonrió.

―Hola, Manuel. ¿Qué pasa?

― ¿Escuchaste?

Sam alzó una ceja ante el posible rumor.

―No. ¿Qué pasó?

Manuel se aproxima más, con un aire de chisme.

― ¿Recuerdas la fiesta de ayer?

No hizo falta hacer mucha memoria para recordarlo. Era la fiesta de cumpleaños del hijo del jefe que trabaja como uno de los supervisores en la empresa. Sam no asistió porque sus noches son para compartirlas con Lina.

―Sí, sí ―respondió―. No fui, por si te lo preguntas.

―Oh, ya. Bueno. Resulta ser que el cumpleañero, entre los tragos, hizo una apuesta con el jefe en donde si ganaba le daría libre el turno de hoy a los trabajadores de su nómina, y si perdía, dichos trabajadores harían turno doble.

El hijo del jefe era bien conocido, claro que sí. Era un muchacho de la edad de Lina, y a pesar de que estaba capacitado académicamente, no tenía ni la edad ni la actitud seria como para un trabajo de ese calibre. En realidad, el hijo del jefe era reconocido por ser bastante… ¿juvenil? En fin, todo un personaje. Había quejas sobre él en varios aspectos, pero al ser hijo del jefe… bueno, palancas son palancas.

En ese momento, Sam quedó en blanco por dos razones.

La primera: entre los trabajadores de esa nómina estaba él y Manuel. Y la segunda: los habían usado anoche como moneda de cambio en una apuesta de borrachos.

―Oye, oye, eso tiene que ser una broma ―replicó Sam―. No puedo trabajar en la noche.

―Lo siento, amigo, pero nada podemos hacer. Firmamos un contrato, ¿lo recuerdas?

― ¡Pero esto no estaba en el contrato!

―Vamos, vamos, no es para tanto ―mencionó Manuel, despreocupado―. Igual, nos pagarán el turno adicional. Eso sí está en el contrato ―señaló.

De inmediato una idea cruzo por la cabeza de Sam.

“Si me toca trabajar turno doble, renuncio”―pensó― “Igual ya reuní lo del viaje”.

Para dejar su cara de fastidio de lado, Sam suspiró.

―Por lo que me dices, das por sentado que nos quedaremos aquí esta noche.

―Bueno, no lo sé ―se rascó detrás de la cabeza―. Yo tampoco fui anoche. Es solo un rumor que ronda por aquí. Algunos dicen que ganó, otros dicen que perdió. Habrá que esperar al final del turno para ver.




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