Una Obra Sin Título

La Guerrera y los Cinco Lobos

Las tierras del norte. Un lugar inhóspito. Un lugar donde prevalece la ley del más fuerte. Un lugar donde la vida y la muerte es la rutina más básica del día, y donde la primavera y el verano son solo preludios del invierno.

Aun así, los seres humanos han prevalecido en sus frías montañas y bosques durante generaciones, luchando entre ellos por los territorios y por los pocos recursos de esas tierras níveas y albinas.

Entre las tribus, hay una que es la más fuerte de todas. La tribu Al’naarú Talí, que en lengua ancestral significaba “Colmillo Gélido”. Esta tribu controlaba la mayor extensión de territorio, con los mejores terrenos de caza y las tierras más fértiles de la zona. Y mantenían el dominio con su fuerza guerrera compuesta de Bárbaros y los formidables Bersérkers, guerreros de fuerza sobrehumana capaces de seguir luchando incluso al borde de la muerte.

Su líder era un hombre llamado Lin’Ro. Déspota y tirano, era conocido por todas las tribus como aquel que ascendió al poder luego de matar a su propio padre, que era un líder justo y sabio al cual todos llamaban Rey Barbaro, totalmente lo opuesto a él.

Lin’Ro dominaba el resto de las tribus mediante la fuerza bruta y el chantaje, permitiéndoles cazar o cosechar en sus tierras solo si se postraban ante él. Por otro lado, todo aquél que fuera leal de forma ciega y total, recibía beneficios y su protección.

De entre sus mejores guerreros, destacaba una mujer joven llamada Alina.

Desde temprana edad, Alina demostró ser excepcional; tener talento para la batalla. Rápidamente consiguió ser una Bersérker ejemplar, y su lealtad hacia Lin’Ro fue absoluta, pues él vio en ella el potencial para ser la mejor en el futuro.

Alina obedecía cada una de las ordenes de Lin’Ro al pie de la letra sin excepción; incluso si se trataba de asesinar a alguien o entregar su cuerpo, ella lo hacía. Era su sirviente más fiel y leal.

Un día, se le encargó una tarea especial: eliminar al hijo menor del jefe de una tribu que se negó a seguir bajo el yugo del tirano.

Con toda la información necesaria, Alina fue a cumplir su tarea en solitario.

Sabía que el objetivo estaría en cierto lugar: un pequeño campo de siembra en el cual estaban cultivando lo último de la cosecha, a la orilla de un arroyo más allá del pie de la gran montaña; también se le ordenó a la guerrera eliminar a cualquiera que estuviese allí junto con los cultivos.

Al llegar al lugar luego de un largo recorrido a pie, Alina vio a su objetivo.

El hijo menor de ese jefe era un niño. Un simple niño. Y con él, había otros niños que jugaban en claro al lado del campo de siembra, protegidos únicamente por un solo guerrero, el hermano mayor del objetivo.

Alina pronto sintió gran presión a su ética, pues nunca en su vida había matado niños. Y más aún, Lin’Ro le había dicho que el objetivo era un joven, no un niño.

Su líder le había mentido.

Por primera vez, Alina sintió el peso de la duda. Su lealtad o su moral y ética. Por un largo momento, la enorme hacha en su mano derecha temblaba, debatiéndose sobre si hacerlo o no.

Pero ni siquiera una de las más fuertes era capaz de hacer algo tan atroz. Por lo que luego de observar con una sonrisa melancólica a los niños allí jugando, se dio vuelta y se alejó con calma.

El largo camino de regreso le daba tiempo suficiente para pensar. Lin’Ro era un hombre despiadado, pero con ella siempre fue indulgente, hasta complaciente incluso. Además de que ella era casi su mujer. Confiaba plenamente en el hombre que la ayudó desde niña, así que sus pasos fueron seguros y sin arrepentimientos durante la caminata de vuelta.

Al llegar a la aldea, tras cruzar la puerta de los muros de madera, Alina se sorprendió al ver la inmensa calma del lugar.

― “¿Por qué está todo tan silencioso?” ―pensó, mirando con recelo los alrededores.

Fue entonces cuando los barbaros de su tribu la rodearon, y con ellos, los Bersérkers a quienes consideraba hermanos de armas.

― ¿Qué está…?

De inmediato, fue sometida por sus compañeros.

― ¡¿Qué están haciendo?! ―reclamaba― ¡Suéltenme, ahora!

El líder de los Bersérkers, un hombre entrado en los cuarenta años y su maestro en las artes de la lucha, avanzó entre el grupo hasta estar frente a ella.

―Alina ―dijo con dureza―. Nuestro señor nos ha pedido que te llevemos ante él.

Ella lo miró a los ojos, con el ceño fruncido.

Sin objetar, fue llevada hasta la gran tienda donde residía el líder. Allí, fue puesta de rodillas ante él mientras que con ojos fríos el regente la miraba con desprecio.

―Alina. Me has fallado ―soltó el tirano―. ¿Por qué no los mataste?

Alina se sorprendió de inmediato, quedó perpleja. ¿Cómo sabía él lo que había ocurrido?

Solo había una explicación posible.

― ¿Me estabas espiando? ―preguntó.

―Me estaba asegurando de que cumplieras con la orden que te di ―rebatió él, caminado hasta detenerse frente a ella―. Envié a varios hombres a que te observaran. Y que se hicieran cargo del objetivo si tu lealtad no daba para cumplir tu deber.




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