Una Obra Sin Título

Un Gesto de Gratitud

El día había llegado.

Era domingo por la noche.

Los turnos de los tres amigos habían terminado de forma eficiente. Y, para buena suerte de los chicos, el jefe le concedió el permiso a Oliver, por lo que los tres podrían salir a pasar el rato.

Mañana habrá clases, sí. Pero faltar un día no matará a nadie. Teniendo en cuenta cómo van sus notas en lo que va de semestre, y su asistencia regular, faltar un día no supondrá un riesgo. Ya los apuntes los buscará luego, pues así como ella ayuda, sus compañeros de clases también la ayudan a ella.

Como siempre, Daniela ya le había llevado algo de comida a Sebastián cuando terminó su turno.

Ahora, cerca de la siete de la noche, Daniela ya estaba de camino a reunirse con sus amigos en la plaza.

Como es de esperarse de una chica, ella se tomó su tiempo en arreglarse y estar lo más linda posible para una salida nocturna, y, ¿por qué no?, un poco coqueta también. No suele usar maquillaje, pero se decidió por algo de delineador, labial, y un perfume que su madre le había dado el día de su cumpleaños antes de venir a la ciudad; un vestido brillante de una pieza algo ajustado que Olivia le recomendó, y que la verdad pensaba era un poco atrevido, un par de zapatos de tacón alto, un collar con las iniciales de su nombre, unos zarcillos plateados y un anillo. Y claro, no puede faltar su pequeña cartera de cuero.

Quién sabe. Tal vez podría pescar a un chico lindo esta noche. Pensar en eso le causa una risita pícara y traviesa.

Mientras caminaba por las calles bien iluminadas, con el tráfico habitual y buena cantidad de gente transitando por ellas, Daniela se sentía algo emocionada. Es su primera salida en la ciudad. No hay manera de saber qué sorpresas le depararía esta noche. Sin contar que una discoteca de ciudad debe ser algo completamente diferente a la pequeña disco de su pueblo.

“Hoy va a ser una buena noche” ―pensaba mientras sonreía y caminaba.

Ya en el punto de encuentro, Daniela buscó con la mirada a sus amigos, a quienes no divisó en su rango visual. Quizás no habían llegado aún.

A quien sí vio, recostado como siempre en la estatua del centro, fue a Sebastián. Al parecer, no se había percatado de ella, aunque, teniendo en cuenta que la plaza está algo más concurrida de lo habitual, era de esperarse.

Sintiendo que tal vez tendría algo de tiempo de sobra, Daniela avanzó hasta el joven vagabundo.

Casi frente a él, Sebastián seguía indiferente ante su presencia.

―Hola, Sebastián.

Reconociendo la voz, Sebastián alzó la cabeza. Pero rápidamente se halló casi pasmado.

La chica que estaba frente a él era despampanante y bella. Lo sacó de onda. No se esperaba en lo más mínimo verla así.

Sintiendo que se está tomando más tiempo de lo habitual, Daniela inclinó un poco su cabeza.

― ¿Pasa algo? ―preguntó―. No me digas que no estoy bien arreglada.

De inmediato, Sebastián dio un respingo.

― ¡P-perdona! ―dijo, sintiéndose apenado por tartamudear―. Es que… ―En un intento de disimular su impresión, él aclara la garganta―. No es nada.

La respuesta de su amigo no era suficiente para satisfacer su curiosidad, pero decidió aceptarla sin más.

― ¿Te gustó la comida de hoy?

Sebastián asintió.

―Estuvo muy rica. Gracias.

Daniela esbozó una sonrisa.

―Perdona que fuese muy poco. No sobró mucho hoy.

Él negó con la cabeza.

―Es mucho ya conque me traigas algo de comida. No importa si es mucho o poco. Yo te lo agradezco igual.

Ella aceptó su gratitud con amabilidad.

Sebastián continuó intercambiando algunas palabras con ella. Pero algo era diferente. Daniela notaba con desconcierto que Sebastián estaba algo nervioso, hasta ansioso quizás. Aunque intentara disimularlo, podía notarse su incomodidad.

― ¿Estás seguro de que no pasa algo, amigo? ―preguntó Daniela por segunda ocasión―. Te ves raro.

Sintiendo que ya no podría seguir evadiendo el tema, Sebastián suspiró.

―Es que… mira. Estás muy bien arreglada esta noche. Y no es bien visto que estés cerca de mí, al menos no ahora. Ya sabes cómo es la gente. No lo digo por mí, sino por ti. No quiero que se burlen de ti solo por estar aquí conmigo.

Qué irónico. En vez de ella sentir vergüenza por estar cerca de él, era él quien sentía vergüenza por estar cerca de ella. Desde un sentido extraño, esto le causaba algo de gracia.

Daniela no pudo evitar esbozar una pequeña risa.

―Para ser un vagabundo, le das mucha importancia al qué dirán los demás.

―Para ser una chica linda, tú le das muy poca importancia a ello ―rebatió él.

Daniela lo miró secamente. Ese comentario de sabelotodo no le agradó mucho, casi que hace un puchero por ello.

Pero también le gusta ver que no es un tipo seco que solo se limita a decir sí y no, o ignorar y no responder, como cuando lo conoció.




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