Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

PROLOGO ÁNGELES

(Andaluz - Provincia de Córdoba)

Andalucía – España.

Castillo de Priego.

Agosto de 1800...

Del gran castillo que se alzaba en lo alto de una colina, que desprendía un aire de antigüedad casi alucinante, se encontraba quizás la Lady más dulce de todo el continente, y sus alrededores.

De carácter dócil, pero voluble; se hallaba disfrutando de los múltiples aromas que el espectacular jardín le brindaba, siendo ella la que más había obrado para que aquello sucediera, ya que, pese a que no conoció a su progenitora, eso era de lo poco que sabía de la mujer que dio la vida para que ella lograra ver la luz del día.

Su adorada y anhelada madre amaba todo lo concerniente a las plantas, en especial unas rosas de color azul que eran tan inusuales como escasas, que de alguna manera cada vez que les apreciaba le daban la sensación de tenerla cerca.

No compartía la afición por ensuciarse y aplicar dotes de jardinera, pero lo hacía para por lo menos tener algo en común con el ser que tanto rememoraba.

Dios no la recompensó con su belleza inigualable, lo único en lo que se asemejaban era el color de su cabello, aunque el de su persona era tan opaco que no daba esa sensación, otro rasgo similar eran sus ojos, que a su madre la hacían parecer un ser mitológico, a ella un monstruo se le quedaba corto.

Un iris verde y el otro azuloso.

¡Que desgracia!

Todo su rostro en conjunto era desastroso.

Frente casi inexistente, nariz aguileña, mentón pronunciado, boca en los estándares de lo normal, y hasta podía decirse que bonita para el ojo crítico, ya que sus labios eran carnosos y rojos como la sangre, pero a ella no le parecía así.

Ni hablar de su cuerpo.

Los vestidos no le daban forma alguna, con pechos en extremo pequeños, y de las caderas ni hablar.

Se ataviaba en unas ropas que no le sentaban.

Dos tallas más grandes de lo acorde.

Por lo menos se le había ocurrido desechar las cofias, ya que le parecían un verdadero insulto a la clase, y mejores costumbres.

En cuanto a lo moral, y correcto se apreciaba más que intachable.

Con una educación exquisita, aunque en su casa se portaba como una plebeya, ya que no tenía que aparentar que soportaba a los estirados aristócratas que pululaban por los eventos, que solo hablaban de lo buenos que eran para todo, hastiándola al instante y eso que no se dirigían a esta en específico.

—¡Lady Ángeles! — la doncella que le atendía se apuraba por llegar a su altura, corriendo como si la estuviesen persiguiendo, alertándole— ¡Lady Ángeles! — soltó casi en un jadeo de cansancio cuando la tuvo en frente.

—¿Qué pasa Honoria? — inquirió con un deje de preocupación, dejando la pequeña pala que utilizaba para sacar la tierra del hueco en donde iba a trasplantar una de las flores nuevas, que había encontrado temprano en la mañana.

—Su Señoría le solicita en el despacho con urgencia— eso sí que era nuevo.

Su padre poco estaba en casa antes de la hora de la cena, y apenas si se había ingerido el almuerzo.

—Gracias Honoria, iré enseguida— Le regaló una sonrisa de reconocimiento, mientras se erguía para a continuación pasar por su lado sacudiéndose el vestido apartando el polvo recibido, seguida de subir su falda dejando entrever las pantorrillas, y sin importarle que fuera algo inapropiado emprender camino al lugar donde era solicitada.

Después de todo estaba en casa, y no tenía que fingir con nadie que era la señorita más respetable de todas.

Aligeró el paso posterior a saludar como era correspondiente, y normal en ella por milésima vez a los sirvientes.

Se adentró a los pasillos hasta llegar a la gran puerta de roble, que la separaba de su progenitor.

Dio dos toques e inmediatamente obtuvo un «Siga»

Se internó con parsimonia en el lugar, que más que parecer un despacho era una biblioteca, con un gran escritorio de roble labrado en el centro de esta, en conjunto con unas sillas Luis XV de color azul real, dándole ese toque varonil a la estancia.

Estaba sumergido entre los papeles de siempre, y sin despegar la vista de estos la invitó a sentarse.

—Honoria me informó que requería mi presencia, padre— habló al ver que no mediaba palabra.

—Quería comunicarte que viajarás a Escocia al final de la semana— la enfocó apoyando los codos sobre el escritorio, posando su barbilla en las manos y de paso dejándola de una pieza.

—¿Cómo es posible? — esbozó sin entender nada de lo que le decía.

—Tus tíos, los Duques de Montrose, accedieron a que estuvieras presente en la temporada social, que dará inicio antes de las fiestas de fin de año— exclamó el hombre de edad avanzada, pero no por eso debilucho y poco agraciado.

Por el contrario, los años le sentaban de maravilla haciéndose uno de los viudos más solícitos de España.

—¿Intenta alejarme de usted? — repuso en tono dolido, al recuperarse de la impresión— ¿Es lo único que me queda y pretende que nos separemos? — le reprochó presa de la decepción a la par de desesperación, al sentir que estaba perdiendo a su padre.

Lo único que tenía.

—No lo tomes de esa manera cariño— se irguió rodeando el mueble para agarrarle las manos, y lograr que lo mirase con atención—. He estado observando como sufres por el rechazo colectivo— trató de explicarle los motivos para separarle de su lado—, y lastimosamente esta sociedad no aprecia lo más hermoso que tienen ante sí— negó bajando el mentón—. Así que no permitiré un insulto más hacia mi hija, y estoy seguro de que ahí sabrán apreciar lo que realmente vales, y no lo que el resto no deja de señalar— tal vez tuviese razón, pero en ese momento no quería pensar con objetividad.

—Está equivocado— se zafó de su agarre, mostrando el carácter indomable que escondía, dejando entrever lo que había heredado de su madre cuando sus orbes volvieron a conectar—. A mí lo que me hace realmente feliz es estar cerca de lo único que me queda— ultimó resignada a que sus mejillas se inundaran de aquel liquido salado—. No me aleje— suplicó—, no me haga sentir que me repudia como lo hace este país por mi aspecto físico— cada palabra dicha de su boca desgarraba a su padre, colocándolo al borde de las lágrimas, pese a que era un hombre fuerte y con el prójimo falto de emociones.




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