Ángeles
Desde el gran ventanal de los aposentos que le fueron asignados, Ángeles observaba como los familiares de sus tíos llegaban por montones.
Aunque asumía que la mayoría eran conocidos, ya que su tía Catalina no escatimaba en esfuerzos por hacer sentir especial a un ser querido, pese a que en su persona causaba el efecto contrario.
Reparaba como opción factible volverse a montar a un barco, y regresar sus pasos.
Apreciando que el motivo de su aparición era una excusa para reunir a toda la familia, que por las obligaciones no se veía con frecuencia.
No podía negar que se advertía intimidada, y fuera de lugar.
¿Pero cuando había tenido ese sentimiento de pertenencia?
Ni siquiera al lado de su padre, por más de que este se esforzara por agradarla.
Ni mucho menos en los salones de baile de España, los cuales la trataron de la peor manera desde el primer momento que los piso.
Las miradas desdeñosas de los hombres guapos y estirados, al igual que los comentarios mordaces de las matronas, y sus pequeñas víboras en creación.
Optando por esconderse detrás de las grandes columnas, o en las mesas de aperitivos para no ser objeto de escrutinio por sus peculiares rasgos.
No pudo evitar, que un sonoro suspiro saliera de su garganta, invadiendo el lugar.
Uno tan pesaroso, como tormentoso.
—Ya debería estar arreglada, Milady— habló Honoria, acercándose para tratar de animarla un poco.
Era la única que se tomó el tiempo de escucharla, y conocía de ante mano lo que estos eventos lograban hacerle a su autoestima.
—¿Sería muy grosero de mi parte si me disculpo alegando un resfriado? — miró a su buena amiga, con aquellos ojos sin iguales rojizos, a punto de derramar unas acuosas y gruesas lágrimas.
El miedo estaba en su sistema.
No quería que se rieran más de ella.
Un año viviendo esa pesadilla, era más que suficiente para querer estar enclaustrada en cuatro paredes lo que restaba de su existencia.
Rectificó su pensamiento al instante, porque pese a que su corazón estaba herido por el desprecio, no era de las que se dejaba doblegar.
Su resistencia de acero forjada con los años tenía que servir para lidiar con la ola de críticas, y masacre a su autoestima, que estaba por empezar.
Bien se lo advirtió su prima de lado paterno, Lady Luisa de Borja, en su momento.
No entendía como ella aguantó la situación por tantos años.
—Milady, eso sería una falta de respeto para los Duques y las personas que desean conocerle— le recalcó lo que ya deducía por su propia cuenta, aunque no creyó que fuera tan importante.
No tuvo más remedio que inclinarse de hombros desinteresadamente, y llevar su cuerpo aun enfundado en una bata de seda detrás del biombo, para ponerse el vestido que le acercaba Honoria.
—¡Ni creas que bajaré arreglada de esta manera! — salió con la prenda a medio poner, sosteniendo la parte delantera con una de sus manos para que no se le fuese a caer—. Me veré ridícula aparentando lo que no soy— replicó enfurruñada, tratando de hacer una escena que no era propia de ella.
Solo quería excusas para quedarse un poco más.
Para no ser expuesta tan rápido.
Ni siquiera tuvo tiempo para descansar como se debía.
—¿A qué se refiere Milady? — su doncella sabía de lo que hablaba, y prefería hacerse la desentendida antes que aceptar algo que estaba lejos de creer, pero sobre todo de pensar.
—Soy fea— residía tan acostumbrada a esa palabra que, negarlo sería algo hipócrita de su parte—. Y esto...— señalo la prenda a medio poner que lucía su cuerpo— no me queda bien, así que elige otra cosa, que en los baúles yace un ajuar completo— culminó dirigiéndose ella misma a estos, para proceder a desperdigar prendas por doquier.
Tirándolas de un lado a otro.
Volviendo todo un completo desastre.
—Cálmese, Lady Ángeles— la detuvo, logrando que la enfocara—. Ese vestido fue especialmente diseñado para usted, y le sentará de maravilla— aseveró trasmitiéndole seguridad, aunque no por eso dejaba de dudar.
—Pero...— trató de refutar, sin embargo, la mirada de esta le silenció por completo.
—Déjeme arreglarla— pidió con paciencia, pese a su ataque— ¿Confía en mí? — más que en su persona.
Se resignó, abandonándose a esa petición tan afable.
Honoria abotonó el vestido por la parte de la espalda, que era de un blanco inmaculado, con tocados dorados que lo hacían más juvenil y elegante.
La parte delantera, la del escote, era tipo corazón adornado con pedrería y encaje dorado.
De este sobresalían unas casi inexistentes mangas solo para sostenerlo, y debajo del escote una cintilla del mismo color del decorado, para que la seda cayera sin ningún tipo de reparos, dándole la movilidad requerida.
Ella desechaba todo lo que le restara movimiento, y ese vestido era tan cómodo que se sentía de alguna manera libre, aunque sin aun apreciarse sabía que, para el ojo crítico, aquel atuendo sería un escándalo.
Principiando porque mostraba el inicio de sus senos, dejando a la vista de los presentes su piel cremosa adornada con pecas.
Para acompañar el conjunto unos guantes del mismo color, que le llegaban más arriba de los codos.
Le fue alisado el cabello, para acto seguido ser recogido en un moño desordenado, y pulido con pequeñas piedras y cintillas a juego.
Una cadena de su madre le engalanó el cuello, al igual que con un poco de polvo, color en sus mejillas y labios alumbró su rostro, convirtiéndola en la mujer más hermosa de la noche, aunque pronunciarlo en voz alta y cerca de su persona fuera tomado como falacia.
No quiso reflejarse en aquel artilugio que remarcaba sus defectos, así que, con un enojo patente sin dar las gracias a su doncella, salió de los aposentos tratando de menguar su disgusto, y turbación en igualdad de proporciones.
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Editado: 22.04.2023