Ángeles
—¡Ángeles! — no respondió al llamado incesante, ya que estaba perdida en sus pensamientos— ¡Ángeles! — parpadeó al este hacerse más contundente— ¿Te encuentras bien? — la voz de la persona que le hablaba se apreciaba algo preocupada.
—No quiero té— respondió distraída, sin percatarse de que no se encontraban en la hora para ingerir aquel líquido, ni mucho menos que no era abordada por su doncella o alguien del servicio.
—¿De que estas hablando? — ahí fue donde salió del mundo en el que se hallaba, enfocando a su tía y primo que la miraban un poco extrañados por su actitud.
Ángeles no era una chica retraída, aunque con el último fuese precavida y en extremo cortes.
La pelirroja era todo lo contrario.
Su ánimo solía ser contagioso a la hora de departir en la mesa regalando una buena charla así los temas fuesen triviales, ya que tenía conocimiento de casi todos los argumentos entrando en cuestionamientos que escandalizaban a Catalina, y al mayor de sus hijos sin demostrarlo le entretenían en sobre manera.
También destacaba su buen comer y risa ligera que amenizaban el momento, pero en ese instante acontecía todo lo contrario.
Jugueteaba con los cubiertos, moviendo los alimentos sin realmente ingerirlos, no había musitado palabra aparte del saludo escueto, no sonreído como solía hacerlo iluminando todo a su paso.
Tenía una actitud parecida a la de la noche anterior cuando regresaron a la mansión, al igual que los días posteriores esta vez sin poder disimularlo.
...
—Lamento mi despiste tía— se excusó enderezando su postura, intentando regresar al presente—, es que estaba pensando en la carta que le voy a escribir a Aine apenas termine el desayuno— mostró una sonrisa falsa, haciendo que la ojearan más recelosos por su actitud.
Mirándose entre sí.
La misiva ya la hubo escrito.
Hasta se la facilitó a un lacayo para que la entregase con presteza, cosa que ellos presenciaron, pero no la contradijeron pese a lo curiosos que se observaban por su actitud.
Pero es que no sabía porque se sentía como flotando en una nube, no distinguiendo si era un sueño envuelto en una atmosfera vaporosa, que no la dejaba siquiera dormitar con tranquilidad.
Mostrándole diferentes escenarios que la hacían despertar sobresaltada en la noche con una capa de sudor perlando su frente, y la respiración errática, no conforme con eso cada extremidad de su cuerpo acalorada, tornando cada parte de su entidad rojiza.
Y lo peor del caso es que la tenía en ese estado el mismo motivo que la aquejaba las semanas posteriores, después de su primera velada en Londres.
Con nombre propio...
Su Excelencia Lord Duncan MacGregor.
Nadie más que el Duque de Rothesay.
Sin pensarlo ese hombre que la exasperaba, lograba sacarla de sus cabales.
Ella especulaba que, de forma mal acaecida, porque no era normal que bufara molesta todo el tiempo con ganas de sacarse la espinita.
Pese a sus últimos halagos, que los sintió más como ofensa que las palabras que le dedicó cuando le conoció.
Estando acostumbrada a los perjuicios mal disimulados proferidos a su entidad, pero él se los dijo de frente a la par de halagado, sin ningún tipo de reparos.
Directo al punto, sin paños de agua tibia.
Y además tuvo que ser él, el mismo que le dejaba la boca reseca y conseguía que sus entrañas se removiesen con malestar, añadiéndole al caso que físicamente resultase siendo el caballero más apuesto que tuvo el placer de apreciar en su corta vida, apartando su personalidad tan cargante.
Todo en combinación consiguió que le calase demasiado hondo.
Tanto, que seguía sintiendo aquel pinchazo en el pecho que a veces no la dejaba respirar.
—No entiendo que ocurre últimamente contigo— refutó su tía tensándole—, pero las aclaraciones las tendremos que dejar para después— interpeló sacándole al completo del hilo de deducciones que se tejía en su cabeza, obteniendo que pidiera mentalmente que se le olvidase asediarle cuando no tenía manera de sortear su interrogatorio.
Pues la persistencia de la mujer mayor era algo exasperante.
» Ya que tu padre te envió un obsequio, y acaba de llegar hace un par de minutos— le miró fijamente con un aire de sorpresa yendo por los caminos de la extrañeza.
¿Qué podría ser?
La sensación de la expectación borró cualquier tipo de cuestionamiento tormentoso, que conjeturaba su cerebrito en esos momentos.
—¿Qué es tía? — no pudo controlar su efusividad, más por el hecho de tener alguna distracción de su agobio, que de por si ser algo de su progenitor que le emocionaba, pero no lo suficiente para que la deslumbrase los regalos materiales que este le prodigaba.
No era de obsequios superficiales, cuando le agradaban más los espirituales.
Una sonrisa se le hacía suficiente.
—Ve a verlo con tus propios ojos— la instó logrando que no pudiera contenerse, y pese a que no estaba en óptimas condiciones para salir siquiera al portón, pues, aunque tenía un lindo vestido floreado, lo que poseía de malo era que resultaba un tanto traslucido y poco refinado, quedando expuesta ante el ojo de la servidumbre que ya la amaban igual que a su ama, con la única diferencia que se convirtió en su consentida.
Y como no hacerlo si no hacia distinciones, pues siempre trataba de intimar con todos viéndolos como su igual.
—Se comporta como una niña— soltó Archivald viendo cómo se perdía, dejando al mayordomo un poco descolocado por su arranque de locura cuando se hizo a un costado para que no le arrollase con sus ímpetus—, y usted le acolita sus caprichos— terminó de quejarse, mientras se llevaba un trozo de fruta a la boca masticándolo con parsimonia.
—Es imposible no hacerlo cuando es la ternura hecha mujer— exclamó con un sonoro suspiro, y el brillo particular de madre orgullosa—. Aunque los dos somos conscientes de que esta vez no fui yo quien le halagó de manera indirecta— se atragantó con el bocado que estaba tragando en ese momento, necesitando un poco de agua para serenarse.
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Editado: 22.04.2023