Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

IX

Duncan

Esas fueron las palabras mágicas.

Las más acertadas.

Porque Lord Austin MacGregor, Marqués de Bristol, sin siquiera refutar o hacer algún comentario subido de tono, se esfumó de su campo de visión.

Huyendo como si su vida peligrase con la catástrofe que se avecinaba, dejando a dos de los hombres más imponentes de Escocia y Londres, por no decir de Gran Bretaña entera mirándose sin decir nada.

Pero formando en el ambiente una tensión palpable.

—Siéntate— musitó Duncan, tras un silencio más que prologando.

—No es necesario— el mayor soltó con recelo, sin dejar de observar todos sus movimientos, algo que provocó que el rubio arqueara una ceja curioso—. Solo he venido a dejar claro un punto, y sin incordiarte por más tiempo me retirare.

—Si ese es el caso, entonces soy todo oídos— sabía a qué iba, y estaba más que dispuesto a dar explicaciones.

Se reacomodó en su silla aguardando su exposición.

—No te vuelvas a cercar a mi sobrina— predecible—, o me veré en la penosa obligación de esperarte diez pasos al amanecer— rugió mirándolo con los ojos azules brillando de ira contenida, y algo que no supo descifrar.

¿Lo estaba amenazando? ¿Le estaba retando a un duelo sin siquiera exigir un esclarecimiento? ¿Desde cuándo la cordura lo abandonó?

—Eres mi amigo Montrose— inició sin dejarse amilanar, tratando de contener su frustración para no desquitarse por todos los contratiempos que estaba pasando su entidad.

No quería dañar su amistad.

» Pero no por eso te permitiré que vengas a incordiar a mi casa, ni mucho menos a desafiarme sin siquiera permitirme explicarme— estaba igual de alterado que el mencionado, y guardar las formas entre ellos era casi imposible.

Pese a que trataba de disimularlo.

Por lo menos pudo contener el tono de su voz, aunque la amenaza implícita vibró en el aire.

—Estáis advertido— no prestó atención a sus palabras—. Nos vemos— y sin más salió del recinto como si fuera un viento fuerte arrasando con todo a su paso, pero dejando solo la catástrofe en el interior de Duncan, que para sumarle a su lista de desaciertos estaba a punto de perder la amistad de uno de los hombres más influyentes de Gran Bretaña, y al cual estimaba casi como a un padre.

Su vida se estaba poniendo de cabeza irremediablemente con el pasar de los segundos.

Lo único que pudo hacer en esos momentos fue sentir que la frustración lo invadía, mientras se recostaba en su silla, no pudiendo aguantar por más tiempo la presión, solo exteriorizándolo, soltando un grito de impotencia que toda la casa escuchó y evidentemente asustó.

Lo peor es que eso tan solo era el principio, más cuando los designios de su destino nunca le pertenecieron.

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Ángeles

El pañuelo que tenía Ángeles en sus manos, mientras caminaba por su habitación estaba sufriendo las consecuencias de sus nervios.

Su padre estaría pronto en Londres, y pese a que era un hombre con bastante raciocinio, la templanza en su carácter no dejaba dudas que era un Marqués de alto rango en España y la mano derecha del Rey.

No estaba acostumbrado a desaires, y por consiguiente si ella recibía alguno como este era el caso, tomaría cartas en el asunto hasta ver correr sangre si era la única solución.

Así es como la pelirroja veía de castaño a oscuro su situación.

Dejándola sin sosiego o siquiera poder descansar con presteza, ganándose unas ojeras sutilmente violáceas, en conjunto con su piel pálida demacrada a causa de los últimos acontecimientos.

¿En qué momento se volvió tan insensata?

Dos toques en la puerta bastante fuertes detuvieron su corazón y andar.

Al igual que las reflexiones erróneas que rondaban por su cabeza, que no eran pocas.

—¡Ángeles! — la voz potente de su tío logró que saliera casi corriendo para abrir la puerta.

Un poco de luz en medio de la oscuridad.

Con él a su lado las cosas se hacían más llevaderas.

Si bien era cierto que Catalina era su tía de sangre, con Kendrick las cosas siempre fueron distintas.

Su conexión era algo especial.

Su tía le adoraba y como tal le exigía, pues siempre fue más estricta queriendo que fuese una damita en toda regla, cada vez que se encontraban, que, si mucho habían sido un par de veces, y en España.

En cambio, con el pelirrojo era otro cantar.

No deseaba si no que se expresase con libertad.

Le daba esas alas que muchos se empeñaban por cortarle.

Fomentaba y nutria su sed de aprendizaje.

Le hacía cuestionamientos que pocos se atreverían, logrando que viese diferentes aspectos de la vida, con las decenas de cartas que habían compartido.

Así que no se trataba de la sangre, si no de compatibilidad de caracteres y eso a ellos les sobraba.

...

—¡Tío! —se echó en sus brazos ni bien abrió la puerta y se adentró a sus aposentos, sin importar que no era una hora adecuada, ni mucho menos la vestimenta indicada.

Este acabando de arribar, y sin siquiera saludar a su esposa fue en su búsqueda, ella encontrándose en camisón pues ya era casi de madrugada.

A este tampoco le importó, porque la contuvo todo el tiempo que fue necesario para que se desahogara.

Hipó y lloró sobre su pecho, hasta que el cuerpo extenuado de tanto esfuerzo estaba a punto de desfallecer.

—Tenemos que hablar— expresó limpiándole las lágrimas, tras asegurarse que no volvería a partirse en llanto.

Ella solo asintió, mientras higienizaba su nariz, y despegándose de su entidad se sentaban en el borde de la cama con dosel.




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