Duncan
Las eventualidades son suscitadas en diferentes situaciones de la vida, ocasionando que el mundo de las personas que lo sufren se trastorne hasta el punto de no hallar una solución al respecto, puesto que desatino o no, hay que sortearlo intentando salir ileso, no obstante, para Duncan MacGregor no existían las casualidades.
Era racional por naturaleza, y toda acción tenía una reacción.
En este caso la cara de sorpresa del ángel dorado con cabellos cobrizos y ojos de cuento de hadas, que pese a que se le antojaba genuina solo le reafirmó que era un plan orquestado, pero no precisamente por aquella pilluela, aunque si era objetivo su amenaza velada de vengarse la tenía puesta en su mira.
Sin importar que estuviese a punto de desvanecerse.
Pudiendo ser que mató al tigre y se asustó con la piel, o la primera opción revelarse como la más atinada.
Cualquier cosa conseguía ser certera.
No obstante, si la segunda salía como la afirmativa, nunca se hubiese imaginado que fuera tan decidida y lograra cumplir su objetivo a cabalidad, en tiempo récord.
Su propio padre le informó que estaba comprometida, y por eso solo había exigido una disculpa por su comportamiento, que al final de cuentas jamás salió de sus labios, por lo menos no por el incidente del lago.
¿Cómo consiguió en tan solo unos cuantos días ser su prometida?
¿Cómo logró librarse de un pretendiente, y hacerse a otro en un parpadeo?
Y lo más importante de todo...
¿Qué es lo especial que tenía para que el propio Rey la haya elegido por encima de cualquier dama en edad casadera, que podría reunir todos los requisitos sin ningún problema?
¿Cómo...?
Situaciones de antaño de vinieron a su mente.
Sucesos determinantes, que tal vez le daban respuesta a su cuestionar.
Personas en concreto que venían a su cerebro, poniéndole nombre al dilema que debía sortear.
Él lo sabía... nada, nunca resultaba ser casualidad.
«Siempre fue el prometido en cuestión»
...
Después de entrelazar datos en su cabeza, y que de su cuerpo bullera la ira de un animal con ganas de sangre pudiendo apenas ahogar una florida maldición, se le congelaron los sentidos.
En un parpadeo, aunque pareciese que el panorama se ralentizará, la ninfa impactó contra el suelo tallado en mármol, logrando que su cabeza se estrellara contra este provocando un sonido seco que sacó exclamaciones en toda la estancia para a continuación instalarse un silencio ensordecedor.
Apreció como se le comprimía la boca del estómago, y la garganta se le cerraba observando sin parpadear como esta caía al suelo sin ningún tipo de contención.
Como pudo parpadeó, destensando las articulaciones tras un par de interminables segundos, que se le tornaron como horas.
Aunque pese a aquello, fue el primero el reaccionar al ver que todos los presentes miraban la escena sin mover un musculo de su cuerpo.
En un estado de trance similar al de su entidad.
Por acto reflejo en unas cuantas zancadas recorrió el espacio que los separaba hasta hincarse reparando su aspecto, tratando en la medida de lo posible de no tocarle.
Admirando su rostro pálido, a la par que sus ojos cerrados.
Con las manos sorpresivamente temblorosas quiso de alguna manera tocarle, titubeando al estar de ese roce a un suspiro.
Aunque ese deseo se quedó solo en aquello cuando su acto se frenó al instante, librándole de una encrucijada que sin comprenderlo ya se estaba cuestionando, ignorando las interrogantes que producían su cerebro.
—¡ANGELES! — El grito desgarrador de su padre retumbó por el salón seguido a que saliera de su estado de estupefacción, puesto que rememoró el momento que perdió a la mujer que más amó en su existencia, ahora siendo la que ocupaba ese lugar, la misma que yacía extendida en el suelo como un cuerpo sin vida, tan pálido, con la respiración casi nula y entre cortada augurando un mal presagio.
Esa exclamación ocasionó que Duncan se librara de cometer un desfase, que de alguna manera lo involucrara más de la cuenta, siendo imposible disolver tal argumento que los uniría sin contemplación.
—Las sales que están en mis aposentos— no obstante, aquella nueva aseveración también frenó los ímpetus con los que la iba a abordar, quizás ocasionando más daño del causado, ya de por si con el golpe póstumo.
Aunque lo más sorpresivo fue de quien llego aquella orden, pues nadie notó en qué momento la Reina hizo acto de presencia, apoderándose de la situación como pudo
» ¡Ahora! — exigió a una de las doncellas que estaban a su disposición, la cual sin esperar salió en búsqueda de lo pedido—. Necesitamos cuanto antes la presencia del doctor Gibbs— los demás lacayos se apresuraron a seguir la orden.
Por su parte Duncan dejó las formalidades y modales de lado regresando su aproximación a Ángeles, ahora si acariciándole el rostro para reanimarle.
Murmurando su nombre sin saberlo con una voz de aprensión a la par de súplica que solo él, y quizás ella si no fuera por su estado hubiera escuchado.
Pese a todo desearía que aquellos ojos hipnóticos se abrieran a él, cual capullo para así poder valorar la magnanimidad.
Sacándolo de ese letargo ensordecedor que se instaló solo teniendo atención en su entidad.
Necesitaba su desprecio, y el brillo único que despedían sus orbes.
Que lo retara con inocencia, a la par de dulzura.
Que lo encandilara con su belleza particular, aunque ella creyese todo lo contrario; pero lo único que obtenía en repuesta era un cuerpo pálido y sin reflejo alguno.
Al igual la Reina miraba la escena a una distancia prudencial, y Jusepe se hallaba tan ensimismado que reaccionar fue una tarea titánica, y más avanzar para ponerse a la altura de Duncan, porque temía preguntar a lo que tanto pavor le tenía.
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Editado: 22.04.2023