Ángeles
Rothesay Palace.
Tres semanas después...
—Buenos días, Mirna— saludó Ángeles a la cocinera adentrándose al lugar, como era costumbre desde hace poco más de una semana que había regresado al castillo.
Dejando las maravillosas vivencias atrás para retornar a la realidad.
Una que seguía siendo alegre, porque desde que Duncan dejó de lado su frialdad, todo fue mucho más ameno.
Se estaban conociendo y tenía que admitir, que lo que apreciaba del rubio cada segundo le fascinaba un poco más.
Desde su afición a montar, que compartían, hasta las cosas que le gustaban que, aunque parecían insignificantes para ella resultaba lo más atrayente.
Como saber que el clima que más disfrutaba era el invierno.
En cómo le resultaban fascinantes los copos de nieve cuando caían de los cielos, bañando los campos de hielo, dándole al panorama una apariencia de cuento de hadas.
En como los estanques se congelaban causando que pudiera avistar su reflejo como un gran espejo.
Describiéndolo de esa manera, porque a ella también le ponía a suspirar esa época del año.
Quedando fascinada con el vaho que salía de su boca cada que suspiraba, y en cómo sus mejillas y nariz se enrojecían dándole color a su rostro, a la par de las pecas que portaba.
También gozó de los relatos que le contó, pese a que fueran escasos y llenos de nostalgia sobre su progenitor.
El gran Donald MacGregor.
Un hombre aguerrido que le enseñó valores, y le otorgó lo mejor que pudo haberle dado para subsistir.
El aprendizaje de ser ejemplar por encima de todas las cosas.
En la forma en cómo debía tratar al prójimo desviándose un poco porque no soportaba la hipocresía y el tacto mentiroso que se empleaba para ofender, siendo mejor la sinceridad.
Al igual que le inculcó la manera en cómo se relacionarse con una mujer.
No empleándolo con su persona, pidiéndole una sincera disculpa con la propuesta de empezar de cero en todos los sentidos.
Enterándose así que, los dos aparte de eso disfrutaban de la política, hasta habían leído libros similares que afianzaban su platica, en donde los puntos de vista resaltaban dándole más divertimiento a la conversación, quedando encandilada cuando sacaba sus dotes, que demostraba por qué asistía a la cámara de lores en representación de su tierra.
Era un hombre innovador de cara al futuro.
Mirando el nuevo día como una oportunidad para darle más valía a personas que eran excluidas, en este caso campesinos y en especial las mujeres, porque le afirmó que merecían más que permanecer atadas a los mandatos de un hombre cuando su inteligencia era superior.
...
—Buenos días para ustedes también— saludó a los demás empleados, que estaban despartiendo para esas horas el desayuno antes de comenzar con sus labores, los cuales se detuvieron para recibirla como dictaban las normas.
Obteniendo de su parte una sonrisa resplandeciente para girarse nuevamente a Mirna.
» ¿Has visto a Honoria? — aquella la miró extrañada, como si fuese lo más raro del mundo que no supiera el paradero de su doncella.
Una que se había adecuado perfectamente al ambiente, sin importar que su ama estuviese lejos del lugar.
—Según comentó, iría al pueblo a resolver unos pendientes— en ese momento recordó que se lo había mencionado desde la noche anterior, e hizo una mueca de entendimiento mientras saludaba los pequeños hijos de los empleados que se aproximaron ni bien entraron, a la par que alzó a Roderick llenándolo de besos.
Es que todos eran un amor.
Y eso que llevaban una semana escasamente conociéndose, y ya podía decir que todos se habían ganado su corazón.
—Recuerdo— aceptó apretando el moflete del chiquillo, bajándolo para revolver el cabello de los demás—, pero debió esperarme— exclamó formando un puchero que enterneció a todos los del lugar—. También necesito ir al pueblo— señaló más para sí, que para el resto—. Podríamos habernos hecho compañía.
—¿Saldrá Excelencia? — se atrevió a preguntar Griselda, que curiosamente se adentraba al lugar, permitiéndose tal confianza por las migas que habían hecho.
Después de todo la morena no era una mala mujer.
» Porque si es el caso, estoy a su entera disposición.
—Tengo algunos pendientes, y no dan más espera— confirmó con tono afable, robándose una uva de la mesa de centro y una hogaza de pan.
—¿Entonces no nos darás clases hoy, Ángeles? — inquirió Ronald el hijo mayor del cochero, que no tendría más de diez años.
—¿Qué te he dicho de las confianzas con su Excelencia? — lo reprendió su padre, mientras Ángeles le restaba importancia con la mano.
—No se preocupe señor Taffy— indicó al fornido hombre entrado en años—. Yo se los he permitido, al igual que a ustedes, pero se aferran a la idea de llamarme por un título, que solo nos aleja— negó con la cabeza sin decir nada— ¿Me podría llevar al pueblo? — preguntó en tono para nada demandante, cambiando de tema—. Esta vez en señor ha salido desde muy temprano, y no podrá acompañarme— informó, porque Duncan era el que la sacaba al pueblo, compartiendo un par de horas del día con ella, apartando tiempo de su apretada agenda para que tuviesen un espacio.
—Por su puesto— se puso a su disposición—. En seguida tendrá todo a su completa disposición— se limpió la boca con la servilleta de tela a la par de las manos, dejando el alimento a medio ingerir.
—Termine el desayuno— frenó su impulso—. Iré a cambiarme, así que nos vemos en una hora en la entrada del castillo— sin más que acotar, se dirigió a los pequeños que la miraban entristecidos—. No se preocupen mis angelitos, siento no poder darles clase hoy, pero mañana si no hay inconveniente por sus padres, duplicaremos el tiempo— desde que retornó se había puesto en la labor de instruirlos, y aunque al principio estuvieron reticentes, ahora pese a llevar pocos días, no veían el momento de que amaneciera para aprender.
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Editado: 22.04.2023