Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

XXXI

Ángeles

Después de lo sucedido Ángeles se declaró emocional, y físicamente no apta para dar cara a su familia, en especial al visitante que cuidaba de ella en la ausencia de su marido. El cual después de velar su sueño partió como premeditó, con los primeros rayos del sol.

Y lo que al principio serian un par de días para alcanzarlo, se convirtieron en una semana.

En donde la única que hablaba con ella era Aine, ya que de todas cuentas era la razón principal para acudir al castillo de sus tíos.

parecía un alma sin vida en las paredes de aquella habitación.

Solo pudiendo revivir ese sueño tan vivido, que la llenaba de inquietud.

Le subían la comida, pero poco degustaba los alimentos. Ni siquiera dejaba que Honoria la viese.

Se arreglaba sola, meramente permitiendo que el personal que le llevaba el agua para su baño ingresara.

Ni mencionar las horas de sueño, que eran escasas por aquel suceso que, aunque no fuese real la marcó.

En su interior sentía que algo no andaba bien, que las pesadillas que tenía desde pequeña no parecían solo producto de su imaginación, tenía que haber algo más de fondo.

Podía ser una locura, pero que más podía pensar si era lo único que venía a su cabeza.

...

Sentada en la cama mirando a un punto perdida con su mente en blanco, escuchó unos leves toques en la puerta, pero como últimamente hacía, los ignoró.

Después de un rato se irguió para estirar sus músculos engarrotados por la falta de actividad, dispuesta a componer su imagen para visitar a Aine y no se preocupará por su estado, sin embargo, antes de que cumpliese su cometido algo captó su atención.

Era un sobre tirado un par de metros lejos de la entrada.

Lo miró con recelo.

Como si fuese una amenaza latente, aunque tras pensarlo a consciencia se acercó agachándose a recogerlo para mirar que traía en su interior.

No llevaba remitente.

Lo que hacía mucho más extraña su procedencia.

No obstante, la curiosidad la invadió así que antes de razonar ya había rasgado el papel, y sacado la carta para leerle.

El pulso le temblaba al tener los nervios destrozados, pero posterior a una calada de aire decidió indagar en aquellas líneas escritas en una caligrafía perfecta.

«Milady.

Sé que no es propio que me tome el atrevimiento de escribirle, pero se me antoja necesario cuando sin preverlo la preocupación me embargó.

Desde mi oportuna llegada no he avistado su presencia, y he de reconocer que, aunque no he compartido mucho con su persona, el ambiente no es el mismo al igual que su familia.

Se siente un ala de oscuridad estando usted tan presente, al igual que ausente.

Deseo que se encuentre bien, pero me tomare el atrevimiento de informarle que, si el día de hoy no veo su presencia en el comedor, me veré en la penosa obligación de abordarle en sus aposentos, y disculpe las siguientes palabras, pero me valdrá un comino si es propio o no de un caballero.

Y como le dije... recuerde lo que dicen de las mujeres que lloran, al igual que es un hecho que aquellos ojos tan únicos y sublimes no merecen que los maltrate de aquella manera.

La espero a la hora del desayuno.

Lord Austin MacGregor.

Marqués de Bristol.

Posdata.

Después del desayuno iremos a dar un paseo por los jardines que se, le hará bien»

...

Se le entrecortó la respiración, y sin poder evitarlo sonrió. Aunque con desazón en el pecho, porque por más que estuviese abatida del único que aguardó una simple nota fue de Duncan, pero al parecer disfrutaba de su lejanía.

¿Que esperaba si ella misma se había encargado de recordarle antes de irse, que su matrimonio daría fin a costa de lo que fuese?

Porque tras su episodio le propuso quedarse sin importar que, y aunque deseó que fuese así, decidió alejarle de forma determinante.

Por otra parte, el familiar de su aun marido le parecía, pese a lo atractivo a la par de galante extraño y atrevido, sin embargo, no podía negar que no se sintió ofendida en ningún momento.

Su desparpajo le hizo olvidar por un instante lo que había estado pasando los últimos días.

Exhalando con fuerza, dejando la nota de lado se dirigió a la jofaina para lavarse la cara, y al verse en el artilugio que le reflejaba no le sorprendió la imagen tan deplorable que este le entregaba.

La cara pálida, ojeras pronunciadas las cuales la acentuaban el color rojizo de sus ojos.

Aquellos que siempre se caracterizaban por su brillo único, pese a que los odiaba.

Se ubicaban tan opacos, que se observan oscuros en su totalidad.

No sabía porque un simple sueño le había calado tan hondo, pero se sentía que no era tan solo eso.

Que había algo más a fondo.

Una situación que resguardaba poniéndolo de excusa para no afrontar su inmediata realidad, para no regresar a los brazos de rubio, y no cambiar de opinión.

Porque no había dejado de pensarle, y de recordar cómo le procuró en cada desface, en todo lo ocurrido.

Y ella solo pretendía dejarle.




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