Duncan
3 meses después...
(Londres – Inglaterra)
Viola House.
Junio de 1802...
—Debe salir Excelencia— soltó con cansancio el doctor de la familia Auguste Gibbs, al haber pedido de todas las maneras posibles que se retirase, sacando a relucir su obstinación al negarse rotundamente a seguir lo indicando por el matasanos.
—No— exclamó Duncan en un rugido, que tensó al médico por la rudeza que implementó—. No dejare a mi mujer sola en estos momentos.
—Duncan— la voz débil de la Duquesa llamó su atención, haciéndolo volver a su lado—. Deja de lado tus celos, y por favor permite que el medico haga su trabajo— lo observó con infinita ternura, pese a tener el rostro perlado a la par de pálido, intentando sonreír dejando de lado el dolor que estaba sufriendo.
Su posesividad le parecía en cierta medida tierna.
» Estoy demasiado cansada, y no aguantare por mucho más tiempo tenerte cerca, indicándole que puede tocar y que no— bufó molesto, mientras se cruzaba de brazos reacio en cumplir la petición de Ángeles—. Tu madre esta por aparecer con las doncellas y Honoria, así que ellas serán tus ojos en este lugar— hizo un sonido con su garganta, indicando que aquello no lo convencía, porque era así.
Necesitaba asegurarse de que todo estaba bien, ser el primero en ver a su bebé, estar al pendiente de cualquier contratiempo, y porque no decir que vigilar a Gibbs para que no se sobrepasara tocando más de lo permitido.
Después de todo al ser doctor se podía tomar algunas licencias, que ameritarían la cortada de alguna extremidad.
Solo queriendo asegurarse de que resultaba diligente con su labor.
» Si no sales me arrepentiré de haber regresado, y a la primera oportunidad me escapare con mi hijo, sin darte la facilidad de que nos encuentres.
La miró con sorpresa, y en extremo dolido alejándose unos cuantos pasos de su entidad.
Pues en esos meses posteriores a su charla no fue fácil continuar.
posterior a esa confesión, a la par del beso que compartieron sacando a relucir su anhelo reprimido, tomaron la decisión de empezar de cero tras el aval del médico para poder realizar el viaje de regreso y no seguir en los dominios del francés, que insistió que no serían molestia, sin embargo, para Duncan lo era.
Al igual que para Ángeles, que fue la primera en proponerlo, puesto que estar a solas con él era lo único que precisaba, después del suplicio vivido tras meses de estar alejados, sin contar con que no se sentía a gusto al pensar que había sido de alguna manera raptada por Alexandre, que le liberó sin trabas de por medio, al hacer lo que en un inicio ansió.
Lo quería, estaba agradecida, e infinidad de cosas más, pero tenía que regresar a su hogar. A ocupar su lugar.
Sin embargo, se quedaron en Londres pese a las ganas de su esposa y el mismo por ir a Escocia, pero no podía arriesgarla más, serian días de camino, a los que no planeaba exponerla por miedo a un exceso innecesario.
Tras ese tiempo se conocieron como tenían pensado, sin importar que su madre pululara a su alrededor al verla llegar de encargo, queriendo estar presente en cada fase del embarazo.
Con todo eso, afianzaron sus ideales, pues no se inmiscuía más de lo debido, al continuar el ambiente tenso entre ellos, pese a que se trataban como siempre, aunque su progenitora andaba con pies de plomo a su alrededor.
También forjaron esa confianza, que desde un principio debió ser lo primordial.
Priorizaron el ser amigos, luego amantes.
Seguido el cotejarle, y enamorarla de la forma en que se había privado antes.
Paso a paso.
Sin prisas.
Siendo los dos, sin miedo a las habladurías, ignorando las amenazas, que raramente desaparecieron.
Se disfrutaron como se lo merecían, sin fantasmas del pasado.
Solo visualizando el futuro, mientras el producto de su amor crecía llenándolos de goce.
En esos meses no fue nada fácil llegar a ella.
Su relación escalando a pasos agigantados, pues un par de semanas antes ya compartían el mismo dormitorio, haciendo que el de la pelirroja quedara de uso exclusivo para que se cambiase cuando tuvieran que salir al mismo tiempo.
Por eso mismo se sintió ofendido por la amenaza, a la par de temeroso porque pudiera cumplir.
Puesto que sabía que era muy capaz.
Pero no se dejaría manipular de esa manera.
Lo oiría.
—Duncan, mi amor— volvió a hablarle con cansancio mirándolo con el brillo en los ojos acentuado, frenando sus ánimos de réplica, al conocer su poco humor cuando de ser contrariado y puesto a prueba se trataba—. Me encantaría tenerte aquí— se acercó de nuevo, inclinándose para tomar su mando—, pero no es indicado— apretó los labios disgustado, girando la cabaza a un costado para no mirarle—. Estas atemorizando al doctor— como pudo se zafó de su agarre, tras una mueca de dolor para que la mirase—. Por favor— ¿Cómo negarse a esa suplica cuando sin importar el dolor intentaba tranquilizarle? Porque sabía que tenía miedo.
Que a veces no dormía, pues el recelo a perderle resultaba convertirse en pesadillas que no quería que se hiciesen realidad.
—Está bien— bufó fastidiado, mientras le daba un beso en la frente haciéndola sonreír para erguirse, y caminar a un punto en específico de la habitación—. Pero estaré tras la puerta— soltó en tono amenazante hacia el doctor, que arqueó una ceja para nada intimidado—. Solo para que lo sepa, que no me despegare de la entrada— antes de que se dijese otra palabra la puerta cedió, mostrando como encabezaba la marcha la Duquesa viuda, que con un delantal nada propio de ella situado en su cintura, con Honoria y un par de doncellas más desfilaban adentrándose a la estancia con todo lo requerido para el alumbramiento.
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Editado: 22.04.2023