Ángeles
Había llegado el momento de la cena.
Esa que disfrutaría de algunos invitados, entre ellos sus amigos, que le apoyarían moralmente para afrontar lo que ocurriría esa noche.
Entre estos también estando su primo, que según su doncella no se había separado de Freya.
...
Por eso, al ver la magnitud de la situación, pese a sus nervios a la par de miedos decidió engalanarse con un lindo vestido de noche, que pese a lo sencillo era más que lujoso y refinado. De un color azul oscuro como la noche.
Con pequeños brillantes que lo decoraban, escote princesa, como de costumbre apretado en la parte del busto, en donde este quedó todavía más expuesto gracias a que estaba amamantando a sus hijas, y habían crecido considerablemente apretándole en esa zona, con la caída vaporosa que permitía que se arrastrase tapando las zapatillas que portaba.
Parecía un lindo anochecer estrellado como los de Escocia.
La misma que deseaba volver a pisar, dejando de lado Londres.
Portaba el cabello recogido en una trenza con listones del mismo color, y unos guantes a juego.
No se puso ninguna joya, solo la cadena que era de su madre brillando como toda ella, y la única que no le pudo pedir a Honoria antes de lo ocurrido que la vendiese para escapar, al igual que tampoco arremetió contra las joyas de su matrimonio, esas que aún no tenía el valor de portar.
Porque, aunque se sentía adecuada, volverlas a colocar en su dedo vacío no constaba de ella, si no de Duncan.
Al cual se las entregó cuando pudo, recalcándole que, si en verdad el anhelaba verlos de regreso en su dedo, debía ser el mismo quien las ubicase en la zona.
Por eso continuaba vacía, ya que solo las observó para después guardarles con llave en unos de los cajones de la habitación sin musitar palabra.
Sus benditos impulsos no dejaban de castigarla.
—Milady, esta preciosa— exclamó Honoria mirándole con ternura después de terminar de ponerle un poco de polvos en el rostro para ocultar las ojeras, sacándole del letargo en el que se hallaba tocándose el dedo que sentía desnudo a causa de faltarle lo que tanto anhelaba.
—No es para tanto Honoria— respiró para apartar los nervios de su cuerpo, y tratar de regalarle una sonrisa que más bien pareció una mueca.
No debía permitir que su cabeza le jugara una mala pasada cuando había temas alternos que tratar, que ante eso era una nimiedad.
Duncan le amaba, las inseguridades tenían que quedar atrás.
—¿Milady, cuando se dará cuenta que es una mujer hermosa y única? — no era el momento de tener esa charla, y más cuando dentro de poco enfrentaría su mayor temor—. El amo la adora, así que las dudas al respecto deberían de quedar de lado cuando le ha demostrado, que es suficiente regocijo solo verla respirar.
—Sabes perfectamente, que no necesito creer que soy bonita para sentirme bien conmigo misma— en parte era verdad, pero eso no quitaba que cada vez que se veía al espejo, solo observara el esperpento que alguna vez le hicieron creer que era en España—. Soy hermosa a mi manera, y el tiempo me ha hecho notarlo Honoria, al igual que el, que pese a mis dudas no deja de halagarme— haciéndola sentir incomparable—. Demostrándome que ante sus ojos soy una beldad, y para el resto alguien difícil de ignorar— la doncella apretó su mano de manera afectuosa que ella correspondió—. Es solo que...— volvió a tocar su dedo de manera inconsciente, consiguiendo que entendiese a lo que se refería.
—Usted le dio el poder de decisión, y en el momento indicado le regresara lo que tanto añora, así que no desespere haciéndose ideas en la cabeza que solo afecta la relación tan bonita que tienen— era la voz de su consciencia.
—¿Qué haría sin ti? — esbozó tomando sus manos con afecto, logrando que esta le correspondiese con una sonrisa de cariño.
Era su amiga, y por los años convividos la consideraba parte de su familia.
» Por favor, cuídalas— volteó para mirar las cunas en donde descansaban—. No las dejes solas ni un momento, y cuando salga enciérrate con llave— tenía que prevenir—. No le habrás a nadie, a menos que sea Duncan o mi persona— la miró un poco contrariada por su petición, aunque no indagó—. Confió en ti.
—Si mi señora. Jamás le fallaría— esta vez se irguió para quedar a su altura, y poder abrazarla fuertemente descolocándola en sobremanera, pese a que era muy habitual en ellas.
Solo... se sentía diferente.
Como intentando tomar valentía, hurtándole un poco de su energía.
—Nos vemos, querida amiga— se acercó a las pequeñas que dormían plácidamente después de ser alimentadas, lanzándoles besos de lo lejos para no despertarles mientras escuchaba como tocaban le puerta, haciéndole señas a su doncella que atendería.
En cuestión de segundos vislumbró a Duncan consiguiendo con su mera presencia que fuese a su encuentro a la entrada, mientras Honoria salía por unos momentos para darles intimidad, no pareciendo entrometida.
Su marido se limitó a mirarla de pies a cabeza mientras efectuaba el recorrido, como si quisiera arrancarle el vestido, logrando ruborizarle.
—Si no fuera una noche tan crucial, te llevaría a los aposentos que no utilizamos, y te arrancaría ese vestido para volver a hacerte mía— soltó mientras besaba su mano sin dejar de observarle—. Estas radiante. Toda una aparición celestial.
—¡Duncan! — chilló en un susurro con el calor arremolinado en su rostro, y partes del cuerpo palpitándole, ya que desde que se reconciliaron no habían tenido intimidad a causa de su estado, y lo deseaba fervientemente.
Soñando con tocar su cuerpo, que le acariciara y que la poseyera de las maneras que se le ocurrieran.
—Eres mi mujer, y te deseo— respondió sin dejar de mirarla en tono posesivo, acercándose para oler su perfume—. Mi adicción— musitó roncamente en su oreja, derritiéndole, mientras ella lo escrutaba igualmente con profundidad.
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Editado: 22.04.2023