La lluvia impactaba en toda la casa provocando un extraño ambiente dentro de la misma.
Las luces eran amarillentas, opacas.
No me interesaba en lo absoluto tener que correr bajo el chubasco si la misión que tenía superaba toda mi expectativa.
Nos habíamos recostado en la cama para escuchar cómo las furiosas gotas daban voz a un eco natural.
El silencio era tal que podía escuchar cómo respiraba.
Y allí estaba él. Postrado, disimulando que nada le interesaba cuando en realidad dentro de su mente los problemas sin solución flotaban en respuestas equivocadas. Bill odiaba admitir cuando había metido la pata aún si fuera un caso extremo.
Nadie podía sobrevolar en su campo mental, una versión del país de las maravillas con algo de tristezas. Quise tocar su hombro pero no me lo permití.
Quise apoyar mi oído en su pecho para lograr oír su latido pero sentí pudor.
Cómo si adivinara mi intención dobló la cabeza observándome con sus ojos brillantes, sonrío demostrando que se hallaba hastiado del silencio.
—¿Qué? —preguntó simulando gracia con su sonrisa risueña
—No he dicho nada.
—Pero quieres hacerlo —me contestó seguro de su respuesta. Sólo di un suspiro ignorando su comentario intentando imaginar un cielo estrellado en su horrendo techo color mostaza.
—A veces no hay nada que decir —susurré tomando mis manos en un ansioso movimiento, la tensión, la sentía emanar.
—¿Por qué muerdes tu lengua entonces? Si no tienes nada que decir.
—¿Morder mi lengua? Bill... La soledad te causa alucinaciones, amigo mío —reí devolviéndole la mirada
—Tú me has dicho que no somos amigos. ¿Cambias de opinión tan rápido?
—Estaba enojada, dije una verdad; en el momento no éramos amigos.
—¿Me dices otra verdad? —sonaba cómo una suplica mas yo sabía que no se denigraría de tal modo conmigo porque era el orgullo encarando en un muchacho. Di un pequeño vuelco hacía su lado para observarlo con dificultad
—Sigues siendo un loser.
Bill frunció su ceño antes de negar con la cabeza
—¿Que clase de verdad es esa?
—La verdad que querías escuchar.
—Primero, eso no es verdad. Segundo, no hablaba de una verdad relativa.
—¿De que clase de verdad hablas entonces?
El castaño se giró hacía mi lado apoyando su cabeza en la almohada, maldición... Olvidé lo bonito que se veía sin espasmos.
—Dime... —susurró mientras que mi corazón se aceleraba al compás de su pestañeo
—¿Decirte qué? —pregunté nerviosa tensando mi cuerpo
—¿Es verdad?
—Odio lo misterioso que te pones en los días lluviosos. Ve al punto ¿Quieres? No deseo participar del juego de las sombras.
—Te mereces mi honestidad.
—¿Lo creés? —sonreí acercándome a él en una suave media vuelta
—Totalmente, por eso te preguntaré esto una sola vez: ¿Te enamoraste de mí?
Intenté fruncir mi gesto y cerrar los ojos con fuerza pero su mano recorriendo mi mejilla me forzó a abrirlos.
Cruel, cruel amor. ¿Por qué debía torturarme con semejante pregunta? Es que evitarlo hubiese sido lo ideal, lo perfecto. Ahora él me tenía acorralada, no física sino sentimentalmente.
Pensaba en Cory y cómo le diría esto... Pensaba si debería decírselo.
Ay Cory, no podía sentir esto por ambos o al menos no podía sucederme al mismo tiempo.
Estaba enamorada de Bill, estaba enamorada de sus fracciones, de su figura. De su indomable espíritu y de su sarcasmo.
De todas las calamidades que los demás odiaban. De su imperante orgullo incluso de su lado más estúpido.
Una telaraña de encantos que tomaron por sorpresa a una mariposa fugaz.
—No lo hagas —rogué tomando su mano con la mía
—¿Que cosa?
—No me obligues a decírtelo.
Bill sonrió aún más resplandeciente para luego besar mi sien con una risa fantasma dentro de su pecho.
Sus labios se sentían húmedos y tibios. Sería tan fácil alzar un poco la cabeza y...
Y... Si mamá lo supiera me mandaría inmediatamente a un colegio privado o a una institución cristiana. Mamá negaba la posibilidad de que yo, su propia hija, tuviera la capacidad de crecer o de amar cómo cualquier humano normal pero creo que cualquier madre se preocupa por su hija de diecisiete años por que la niña no sabe nada del mundo cruel (O así gusta pensar una madre)
Cory había sido mi primer beso y ese acto marcó mi vida con pequeñas luces brillantes a mi alrededor. Lo amaba, lo amaba aún ahora cuando deseaba un poco de amor de parte de Bill.
Cory era el chico de mis sueños. Sensible, dulce, paciente además de listo. No podría pedir novio mejor... Si es que fuera tal cosa de mí.
Pensaba en la sensación de engaño, pensaba en que terrible se escuchaba. Quería sentirme el ser humano más horrible de todo el pueblo pero no podía.
Bill bajo un poco los labios para así, supuse yo, besarme pero únicamente besó mi mejilla provocando en mí un suspiro demandante.
¿Jugaba conmigo? Deliraba por un gesto de su parte. Ahora lo tenía torturando mis deseos con su pretensión.
—Eres inteligente, no rebelas tus sentimientos por qué sí.
—Ya callate, idiota —murmuré antes de tomar su rostro con mis manos para acercarlo finalmente a mi boca.
Un beso, un beso que fácilmente podría hacerme desmayar. Un beso que me hacía tiritar al compás de la respiración.
Un gesto de amor que sobraba en mi agenda de lisonjas veraniegas.
Bill era el sueño del cual no querías despertar o la pesadilla que te hacía sufrir hasta el último segundo en el cual despiertas.
Cuando nos apartamos gentilmente me di cuenta que lo había hecho. Había besado a Bill sin pretenciones ni demandas. Lo había hecho únicamente porque lo deseaba con todo el corazón. No pude evitar sentir pudor.
Me cubrí el rostro con las manos no sin antes gruñir como un can.
—¿Que sucede?
—Yo debo marcharme —dije segura tomando mi chaqueta y el libro de cocina.