29 de marzo-2026
Mi cabeza sangraba por la violenta colisión contra la pared. Escuché un zumbido muy agudo que resonaba por todo mi cráneo. Sentía las manos y las piernas entumecidas, pero aún podía girar un poco el tronco.
Tarde varios segundos en tener la consciencia suficiente para abrir mis párpados. La luz del exterior se colaba en mi habitación, mis mejillas empezaban a sentir la textura de la madera y mis labios saborearon el polvo de los escombros.
Me costó sacar mi mano del enredo de cobijas que parcialmente me cubrían. Aunque por el gran hoyo en mi habitación distinguía figuras moviéndose rápidamente, seguía tranquila. Quizá si hubiera podido escuchar el caos exterior, habría sentido pánico, sin embargo, no percibía ningún sonido y esto retrasó mucho más mi regreso al mundo real.
Fueron los pequeños fragmentos de vidrio en mi abdomen los que produjeron el espasmo de dolor que finalmente me hizo reaccionar. Los edificios que confrontaban la ventana de mi cuarto habían sido reemplazados con una espesa nube de polvo. Poco a poco en mi cabeza podía imaginar la explosión que había llevado a todo esto. Intenté incorporarme y una corriente de dolor corrió desde mi tobillo hasta mi nuca en un fragmento de segundo. Sólo entonces comprendí la gravedad de la situación.
Empecé a quitarme los restos de madera y escombros de encima y logré dar un par de pasos desequilibrados. Me quité los trozos de vidrio clavados en mi abdomen. Brotaron gotas de sangre. Las heridas parecían superficiales. Noté entonces que todo seguía en silencio. Al caer los vidrios, no sonaron. Trate de restregar uno contra la pared, pero no lo escuchaba. Tras un amargo trago de saliva con tierra, traté de decir algo, mas no podía sentir mi voz. Di un golpe contra lo que quedaba del muro y empecé a entender que había perdido la audición. Moví los restos que tenía alrededor queriendo que alguno sonara tan fuerte que pudiera oírlo. Eran esfuerzos vanos y cada uno iba despertando el miedo en mí. ¿Qué había sucedido?
Empecé a caminar torpemente fuera de lo que alguna vez fue mi cuarto, torné la vista en todas direcciones y no veía más que polvo. De la única planta de la casa de mi hermano, no quedaba más que un cúmulo ennegrecido. Nada en mi alrededor parecía tener forma hasta que una figura surgió entre el polvo y pasó por mi lado corriendo. La seguí con la mirada y vi más personas miserables yendo en la misma dirección. Todos corrían hacia el pequeño parque donde estaban seguros ante el posible derrumbe de los edificios que aún estaban en pie. Con pasos cojos, sorteé los obstáculos en el camino y fui llegando lentamente al parque. Sentía calor en las mejillas y mis manos sintieron un par de goterones. Estaba llorando. Todos allí lo hacían a su modo particular. No los podía escuchar, pero los rostros entre las manos, las rodillas postradas en la tierra, y las contracciones de pecho y hombros me mostraban el dolor mudo que me rodeaba. Aún así, no sentía compasión por ninguno de ellos.
Nadie se me acercó, nadie me miró. Sentí una estocada horrible en el corazón, quería ver a mis padres, a mi hermano, a toda esa familia que siempre he sabido detestar. Quería abrazarlos, quería llorar más, pero me interrumpió el súbito movimiento de cabezas hacia el cielo. Pasaron varios aviones. En realidad, no los vi. Las expresiones de la gente y sus gestos me lo dijeron todo.