Mi nombre es Bendecida Mirabal, si un poco loco, pero nací cuando mis padres ya se habían dado por vencido de traer hijos al mundo, para ellos ya no había esperanzas de continuar prolongando su apellido y todo lo que ellos quisieran que un hijo tuviera de ellos, ah y los genes, les cuento que en su juventud eran muy guapos, de mi físico no me quejó, se puede decir que soy bonita, pero el punto aquí es que cuando llegué al mundo mi familia exclamó: “Bendita” y he aquí he arrastrado con este nombre en mis dieciocho años.
Se supone que vine al mundo con toda la suerte del mundo, que en la mano traía la estrella de la buena suerte, pero creo que al nacer me la arrebataron o en su defecto la perdí mientras bajaba por el canal de mi madre mientras ella pujaba y yo me deslizaba como si estuviera surfeando una ola…
—¡Bendita! —me detengo y me niego a volver a ver, estoy de pasante en una empresa que elabora, vende productos de belleza, al parecer rotule mal uno de los envases y en las muestras de prueba que nos dan a un selecto grupo para probarlas…no por ser importantes, es porque no tenemos el suficiente dinero para pagar un abogado y ponerles una buena demanda —¿Qué has hecho, niña por Dios? ¿No leíste las indicaciones del laboratorio?
Esa mujer que grita y que me hace desear taparme los oídos como niña pequeña es mi jefa, una mujer cruel y dura como una piedra, parece un dragón, sacudo la cabeza, mi madre dice que tengo demasiada imaginación.
La verdad es un poco enojona, según sus palabras nadie la hacía enojar como yo, me giró y dibujo una enorme sonrisa, con esa sonrisa he conseguido el perdón de mis santos padres cuando los hago enojar, espero lo mismo de mi querida jefa.
—¿De qué habla Señora Claudia? —tengo muy largas mis pestañas, así que abro y cierro mis ojos de una manera en que mis pestañas parecen que le aplauden, pero ella las ignora, así que me doy cuenta que no está funcionando, suspiró y muerdo mi labio inferior.
—¡Jeanet! —grita, la otra pasante aparece, ella es blanca como yo, pero en este momento parece un camarón recién sacado de agua hirviendo, llevo mis manos a mi boca sorprendida —¿No leíste las instrucciones que claramente el laboratorio se toma la tarea de elaborar por horas?
A mi mente viene lo que estaba haciendo cuando estaba pegando las etiquetas en el envase, tenía sueño, hambre, tomé agua y no había cerrado bien el envase así que se derramo un poco en la hoja, haciendo que las últimas instrucciones, se volvieran manchas azules.
—Si las leí —desvio la mirada hacia Janet —Pero hubo un accidente con las últimas instrucciones —la mujer rueda los ojos, suelta el aire retenido, toma de la mano a Janet —Vamos al laboratorio, veremos que te pueden recomendar y tú —me señala con el dedo, llevo mi mano al corazón en mi mente me ha apuntado con un arma —De castigo, hoy ayudaras a la Señora Maria —la miró sorprendida, la Señora María era la de limpieza, era un guardia, nadie podía pasar si el piso estaba mojado, ella se movía por las oficinas prohibidas, donde ni siquiera podíamos volver a ver, sería interesante, con una enorme sonrisa respondo a mi jefa.
—De acuerdo —tocando una de mis moñas, hoy llevo el cabello en dos moñas una a cada lado, mi cabello es castaño, mis ojos de color verde con dorado, de tez blanca, nariz respingada, labios delgados, mido apenas 1.62, tristemente no herede la altura de papá.
—¡Ni se te ocurra hacer una locura! ¡Una locura más y te suspendemos por unos días! —abro la boca sorprendida, si hacia eso, no me pagarían esos días y sería una mala nota para mi, no me ayudaría para que me contraten en este imperio de cosméticos.
Las veo marcharse y luego suspiro, me voy dando saltos a buscar a la Señora Maria, en un par de días cumpliría diecinueve años, que felicidad.
—¡Hola! —saludo a la señora Maria, que está limpiando el pasillo principal.
—Hola, niña. ¿Qué haces aquí? —pregunta, sin dejar de pasar el trapeador por el suelo.
—Estoy de castigo. La señora Claudia me mandó a ayudarle —respondo con una sonrisa.
—Ay, niña. Entonces, ven, vamos a limpiar el despacho del jefe supremo. —dice, y me entrega un trapeador.
Seguimos caminando hasta llegar a un despacho con una puerta de cristal. La señora Maria la abre y entramos. La oficina es impresionante, con muebles modernos y grandes ventanales que ofrecen una vista panorámica de la ciudad. Hay una gran biblioteca llena de libros de negocios y una colección de obras de arte en las paredes. Un escritorio de madera oscura domina la habitación, acompañado de una silla de cuero de aspecto lujoso.
—Empieza por limpiar el escritorio. Yo me encargaré del suelo —ordena la señora Maria.
Empiezo a limpiar el escritorio, pero no puedo resistir la tentación de probar la silla giratoria de cuero detrás del escritorio. Me siento en ella y comienzo a girar, riéndome suavemente. La silla gira con facilidad y me siento como una niña en un parque de diversiones.
De repente, siento que alguien entra en la habitación. Me detengo de golpe y me giro para ver a un hombre alto, de aproximadamente 1.90 metros, con cabello negro y ojos fríos como el hielo. Lleva un traje impecable y tiene una expresión severa.
—¿Qué estás haciendo en mi silla? —pregunta con voz fría.
—Lo siento... yo... yo solo estaba... —respondo tartamudeando, levantándome rápidamente de la silla.
—¿Tu nombre? —interrumpe, con tono autoritario.
—Bendecida, soy una pasante. Estoy ayudando a la señora Maria —respondo nerviosa, evitando su mirada.
—Bendecida, ¿eh? —repite, con una ceja arqueada—. Soy Maximilian Radcliffe, el CEO de esta empresa. Y no aprecio que los pasantes jueguen en mi oficina.
—Lo siento mucho, señor Radcliffe. No volverá a ocurrir —digo, sintiéndome terriblemente avergonzada.
Maximilian me observa con una mirada fría y desaprobadora.
—Asegúrate de que así sea. Ahora, fuera de mi oficina —ordena, señalando la puerta.