La gala benéfica de Radcliffe Beauté se alzaba ante mí como un faro de elegancia, pero para mí, era un campo minado de posibles desastres. La Señora Claudia, con su mirada afilada, no me quitaba los ojos de encima.
—Mirabal, esta noche no toleraré ni un solo error —siseó la Señora Claudia—. Tu historial es... preocupante.
Con un nudo en el estómago, asentí. Mi vestido negro, un hallazgo afortunado en una tienda de segunda mano, se veía sorprendentemente elegante bajo las luces del salón. "Al menos me veo presentable", pensé, tratando de encontrar algo positivo en medio de la tensión.
El salón estaba lleno de celebridades y empresarios, un mar de rostros brillantes y vestidos de diseñador. Intenté mantenerme invisible, pero el caos parecía tener mi nombre escrito. Un camarero tropezó, y una cascada de champán se derramó sobre el vestido de una famosa actriz. Luego, al intentar ayudar con el equipo de sonido, apagué las luces, sumiendo el salón en la oscuridad momentánea. "¡Genial, Bendecida! ¡Otro desastre!", me dije mentalmente.
Svetlana Volkov, la diseñadora de joyas rusa, observaba la escena con una ceja levantada. Había escuchado a la Señora Claudia murmurar sobre castigarme con dos días sin salario por mis "incompetencias". Svetlana recordó sus propios comienzos, cuando también era una joven llena de sueños y errores. Decidió intervenir.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Svetlana, con su acento ruso marcado.
Sorprendida, acepté su ayuda. Juntas, logramos poner orden en el caos, con Svetlana dando órdenes precisas y eficientes.
Mientras tanto, el chef Boris, un hombre corpulento y barbudo, se acercó a mí con una mirada de pánico. La tarta de chocolate gigante, el postre estrella de la noche, se había derretido parcialmente.
—¡Necesitamos arreglar esto! —exclamó Boris, con preocupación.
Inspirada por Svetlana, tomé la iniciativa. Juntos, transformamos el desastre en una obra de arte, decorando la tarta con frutas y crema batida.
Maximilian e Isabella se acercaron a la mesa de postres justo cuando terminábamos.
—¡Qué tarta tan hermosa! —exclamó Isabella, con una sonrisa.
—Es obra del chef Boris y... Bendecida Mirabal —dijo Svetlana. Maximilian me miró con una mirada de sorpresa.
Boris, con una sonrisa orgullosa, asintió.
—Bendecida tiene manos mágicas —dijo el chef.
Isabella, sin embargo, me miró con una mezcla de envidia y desdén.
—Al menos, en medio de todo el caos, hiciste algo bien —dijo Isabella sin apartar la mirada de Maximilian, con un tono ligeramente cortante.
Al escuchar la voz de Isabella, volteé a ver a Maximilian, notando lo guapo que era, y comprendí el porqué de los celos de Isabella. "Vaya, es guapísimo", pensé, "no me extraña que este celosa".
La gala benéfica de Radcliffe Beauté se disolvía lentamente, dejando tras de sí un rastro de luces apagadas y conversaciones dispersas. Agotada pero aliviada, observaba cómo los últimos invitados se despedían.
La Señora Claudia, con su mirada aún afilada, se había marchado hacía rato, dejándome con una sensación de tensión persistente.
Maximilian Radcliffe, impecable en su esmoquin, se acercó a mí. No había rastro de sonrisa en su rostro, pero su expresión era menos severa de lo habitual. Isabella, a su lado, mantenía una mirada distante, como si mi presencia fuera una mera molestia.
—Mirabal —dijo Maximilian, con su voz profunda y controlada—, es bueno que nadie haya resultado herido y que el salón siga intacto.
Asentí, sin atreverme a decir nada. La tensión en el aire era palpable, y la mirada de Isabella no ayudaba a aliviarla.
—Buenas noches, señor Radcliffe —dije, con voz suave.
Maximilian asintió levemente y se giró, alejándose junto a Isabella. Observé su espalda musculosa, que el traje no lograba ocultar, y sentí un ligero escalofrío. "Es un hombre guapo", pensé, "entiendo por qué Isabella está celosa". Pero la realidad me golpeó con fuerza: yo era solo una pasante, un desastre andante, y él, el jefe supremo, inalcanzable.
La noche había terminado, y me marché del salón, sintiendo una mezcla de alivio y resignación. Aunque había evitado un desastre mayor, la distancia entre él y yo parecía insalvable.