Una Pasante en Apuros

Capítulo 9: El Picnic Imprevisto

El fin de semana llegó como un respiro después de la tensa semana en Radcliffe Beauté. Decidí explorar un parque nuevo, alejado del bullicio de la ciudad, un lugar que había visto mencionado en una revista local. Recordaba la foto que acompañaba al artículo: un lago cristalino rodeado de árboles, un remanso de paz en medio del caos urbano. Aunque estaba al otro lado de la ciudad, el viaje en autobús valió la pena. El parque era tal como lo imaginaba: un oasis de tranquilidad, con árboles frondosos que proyectaban sombras danzarinas sobre el césped, y un lago sereno donde los patos se deslizaban con elegancia. El sol brillaba, los pájaros cantaban, y por un momento, me olvidé de Maximilian y sus ceños fruncidos.

Me instalé en una manta bajo la sombra de un gran roble, lista para sumergirme en mi libro. Era una novela romántica, llena de intriga y pasión, pero al abrirla, me di cuenta de que las palabras se me escurrían. No podía concentrarme. La imagen de Maximilian, con su mirada intensa y su porte autoritario, seguía apareciendo en mi mente.

Suspiré, frustrada. "¿Por qué no puedo dejar de pensar en él?", me pregunté. "Él es mi jefe, es inalcanzable... y probablemente ni siquiera sabe que existo."

De repente, una voz familiar interrumpió mis pensamientos.

—¡Bendecida! ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!

Levanté la vista y vi a Julián, con una canasta de picnic y una sonrisa radiante. Llevaba una camisa blanca que resaltaba su bronceado, y sus ojos azules brillaban con alegría.

—Julián, ¿qué haces aquí? —pregunté, sorprendida.

—Decidí aprovechar el buen tiempo y explorar este parque del que me hablaste—respondió Julián, extendiendo la manta junto a la mía—. ¿Te importa si me uno?

No recordaba haber mencionado este parque a Julián, pero su entusiasmo era contagioso, y no pude negarme.

—Claro —dije, sonriendo.

Julián sacó sándwiches, frutas y galletas de la canasta. Mientras comíamos, me contó chistes y anécdotas divertidas, logrando que me olvidara de mis preocupaciones. Era un conversador nato, y su risa era como una melodía.

—Sabes, Bendecida —dijo Julián, con una mirada seria—, eres diferente a las demás chicas que conozco.

—¿Diferente en qué sentido? —pregunté, con curiosidad.

—Eres auténtica, divertida y... muy bonita —respondió Julián, con una sonrisa que me hizo sonrojar.

Sentí un cosquilleo en el estómago. Julián era encantador, y su atención me halagaba. "Si tan solo mi corazón no estuviera ocupado por otro...", pensé con tristeza.

—Gracias, Julián —dije, con una sonrisa tímida.

De repente, un balón de fútbol voló hacia nosotros, aterrizando en la manta, derramando jugo de naranja sobre mi vestido. Un grupo de niños se acercó corriendo, disculpándose con timidez.

—¡Lo sentimos! —dijeron los niños, con voces afligidas.

—No se preocupen —dije, sonriendo—. Fue un accidente.

Julián me ayudó a limpiar el desastre, pero la mancha de jugo de naranja en mi vestido era inevitable.

—¡Qué desastre! —exclamé, riendo.

—No te preocupes, te ves hermosa incluso con una mancha de jugo de naranja —dijo Julián, con una sonrisa pícara.

Sentí mis mejillas arder. Julián era un experto en hacerme sentir especial.

Mientras recogíamos las cosas del picnic, noté una figura familiar acercándose. ¡Era Maximilian! Llevaba ropa deportiva y una gorra que ocultaba parcialmente su rostro, pero su mirada intensa era inconfundible. A su lado, un imponente Doberman Pinscher caminaba con paso firme, la correa tensa en la mano de Maximilian. El perro, con su pelaje negro azabache y sus ojos alertas, parecía un reflejo de su dueño: frío, reservado, y protector. Su ceño se frunció al vernos juntos, y su mirada se detuvo en la mancha de jugo de naranja en mi vestido.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó Maximilian, con su voz fría.

—Un pequeño accidente —respondió Julián, con una sonrisa despreocupada—. Bendecida y yo estábamos disfrutando de un picnic en este parque tan agradable.

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Julián, con curiosidad.

—Este parque queda cerca de mi casa, y suelo pasear a Thor aquí —respondió Maximilian, con un tono molesto, señalando al imponente perro—. Parece que hoy se ha adelantado.

Maximilian me miró con una expresión indescifrable, luego se giró hacia Julián.

—Tenemos una reunión importante el lunes por la mañana —dijo Maximilian—. Asegúrate de estar presente.

—Claro, primo —respondió Julián, con un guiño.
Maximilian se alejó con su perro, dejándonos solos. Sentí una mezcla de alivio y decepción. "¿Qué le importa a él lo que hago en mi tiempo libre?", me pregunté.

—No le hagas caso a Max —dijo Julián, con una sonrisa—. Siempre está preocupado por el trabajo.

Y es un poco gruñón, para qué negarlo.

Asentí, tratando de ignorar la punzada de celos que sentí al ver a Maximilian alejarse. "Él nunca se fijaría en alguien como yo", pensé, "soy solo la pasante que mancha su ropa y causa desastres".



#3513 en Novela romántica

En el texto hay: pasante, amor celos

Editado: 12.04.2025

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