Un día diste lo mejor de ti, un día estabas así, tan brillante y reluciente, un día estabas feliz. Ese momento en el que todo parece un sueño, deseando que jamás terminara, ese momento en el que veías flores a tu alrededor, y aunque no las vieras podías percibir su aroma, esa fragancia que penetraba tus sentidos recorriendo tu alma y acariciando tu corazón. Ese momento en el que el tiempo parecía detenido, te aferrabas a ese sentimiento tan profundo… te olvidaste de lo más importante, el amor por uno mismo. Y ese momento termino, si, se acabó, como todo se acaba. Te detuviste, las flores ya no estaban, la pena del corazón no dejaba que tu sentidos pudieran percibir el aroma que tan feliz te hacía. Pasaban los días, y fingías sonreír en frente de las personas, por temor a lo que piensen. De a poco te ahogabas en tus propias sábanas, sábanas de angustia, mezcladas con pena y recuerdos que ya no están, porque solo son recuerdos. Y tu mente las traía a tu vida nuevamente, y el corazón sufría. Tus lágrimas quedaban palmadas en tu almohada, cada noche, con ese sentimiento que no podías describirlo, solo lo ocultabas en tu corazón, sin pensar que eso te hacia más daño. Pero esa luz apareció, comprendiste lo que sos, entendiste que solo de ti dependía. Tomaste a tu corazón entre tus manos, juraste nunca más abandonarlo. Fue entonces, que ese ángel llegó, te dio una razón, un sueño, un motivo por el cual despertar con una sonrisa. Amarte, respetarte y valorarte fue lo que aprendiste. Tres palabras tan importante que habías olvidado, pero aquí estas, sonriendo otra vez. Y lo mejor de todo, es que ya no tienes que fingir, porque ahora sos feliz. Porque así lo decidiste.