«Y en ese instante, mi alma te pertenece,
como si el universo se plegara en tus labios,
como si el mundo entero desapareciera
para luego surgir, suave, en el calor de este abrazo».
La luna había desaparecido detrás de un nubarrón, y la noche se cubría en un velo de sombras. Silvia y Pablo estaban sentados en una pequeña colina, rodeados de árboles que los ocultaban y al mismo tiempo se abrían para dar paso a un cielo estrellado.
A pesar de la magia del momento, Silvia estaba nerviosa, consciente de que los podían descubrir en cualquier instante. Sin embargo, esa sensación de peligro la llenaba de un extraño entusiasmo, una chispa de emoción que hacía que su corazón latiera con más fuerza al estar al lado de Pablo. Sus manos temblaban ligeramente, y cada vez que sus miradas se encontraban, un intenso rubor encendía sus mejillas.
Pablo, sentado junto a ella, observaba cada detalle de su rostro, fascinado por los nervios y la emoción que reflejaban los ojos de Silvia. En ese instante, nada existía para él más allá de ella.
La oscuridad, el silencio, la soledad del lugar, junto con la pequeña luna que brillaba con intensidad, todo parecía conspirar para encerrarlos en un pequeño mundo solo para ellos dos.
—Es increíble cómo esa pequeña luna puede iluminar tanto —comentó Silvia, mirando el cielo oscuro donde la miniluna destacaba como una joya majestuosa.
—Sí, es hermosa… —susurró Pablo, mirando a Silvia cautivado.
—La luna tiene algo… no sé cómo explicarlo… —se encogió de hombros, pensativa—. Siempre me ha parecido tan… melancólica. Como si estuviera ahí sola, sin poder acercarse a nadie. Y ahora, verla acompañada de esa pequeña luna, me hace sentir como si por fin… ella estuviera feliz.
—Seguro que lo está —comentó con dulzura.
—¿Cómo es que a veces está y otras no? —preguntó Silvia, con curiosidad.
—Es un asteroide que vaga solitario por el cosmos, pero cada cierto tiempo se acerca a la Tierra —respondió, con la voz baja—. Se une a nuestra luna, pero únicamente por un tiempo… Es como si estuviera de paso, como si no perteneciera a ningún lugar.
Silvia lo miró, notando la ternura en su expresión. Se giró hacia el cielo y dejó escapar un suspiro.
—Tal vez viene de visita, buscando algo o a alguien.
—Tal vez no quiere despegarse de ella —asintió Pablo—. Como una promesa que ambos comparten, a pesar de la distancia… dos almas que se cruzan, se reconocen y luego tienen que despedirse una y otra vez.
Ella frunció el ceño, y en sus ojos apareció un atisbo de tristeza.
—Entonces, siempre se vuelven a separar —murmuró, casi para sí misma—. Eso suena… tan triste, Pablo. Imagínate, encontrarse y saber que, al final, van a tener que decir adiós.
—Puede parecer triste, sí, pero piensa en esto: él sabe que su destino es seguir vagando por el universo, pero, aun así, encuentra la manera de volver a ella, siempre. Es como si se mantuvieran leales, sin importar cuán lejos estén.
Ella suspiró, conmovida por la imagen que él le estaba creando.
—Leales, aunque se separen —susurró.
—Exacto, leales —afirmó Pablo, acariciándole suavemente la mano—. Porque, ¿qué mayor prueba de amor y entrega cuando hay que aceptar la distancia y la soledad… y aun así volver a estar juntos? No importa cuántos años pasen ni qué tan lejos tengan que ir, ellos saben que van a encontrarse de nuevo.
Silvia bajó la mirada, como si pensara en sus palabras, y luego lo miró con ojos brillantes.
—Entonces… no importa cuánto tiempo estén separados, ni la distancia entre ellos dos.
—No importa nada —aseguró él—. Cuando dos almas están destinadas a estar juntas, encuentran el camino.
Silvia suspiró, apretando la mano de Pablo.
—Me gusta pensar de esa forma —respondió Silvia con una sonrisa—. Que, aunque se separen por años, en su corazón saben que volverán a encontrarse. Es como una promesa, una prueba de lealtad, de entrega… de amor.
—Entonces… tal vez no sea tan triste —dijo, dejándose envolver por el pensamiento de Silvia—. Es agradable imaginar que, aunque pase el tiempo, siempre encuentran el camino para volver a estar juntos.
Sus miradas se encontraron, y en ese momento, todo pensamiento quedó a un lado. La intensa energía entre ellos parecía tener vida propia. Sonrieron, y Pablo, con todo su ser, se concentró en la cercanía de sus cuerpos, en el calor que irradiaba de ella y en el temblor sutil que recorría sus manos.
Silvia lo miraba con un brillo en sus ojos, como si él fuera la única estrella que iluminara su firmamento, y esa mirada provocaba en él una inmensa emoción y un deseo que no podía ignorar.
Pablo nunca había sentido algo tan fuerte, tan irrefrenable. Levantó la mano y acarició la mejilla de Silvia, sintiendo la tibieza y la suavidad de su piel sonrojada. Ella cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por el dulce roce. Cuando los abrió, Pablo se había acercado un poco más, sus labios casi tocaban los de ella. Silvia podía sentir cómo el aire entre ellos se hacía más denso, cargado de una tensión electrizante.
Editado: 25.11.2024