«Nada importa más que este momento,
donde no existen preguntas ni dudas,
donde nuestros corazones laten en un mismo ritmo».
Silvia llegó al palacete Rossi con el corazón acelerado y la adrenalina corriendo por sus venas. Las sombras del jardín la envolvían como un abrigo mientras se escabullía entre las plantas, asegurándose de no ser vista por nadie. La noche había sido mágica, llena de momentos maravillosos con Pablo, pero ahora su felicidad se convertía en angustia pura.
Su familia, tan acostumbrada a la vida tranquila y controlada de la casa, nunca sospecharía que había estado fuera. Conocía cada pasillo y corredor del palacio. Ese lugar, con sus innumerables recovecos y giros, se había convertido en su cómplice en los innumerables juegos que organizaba de niña con sus primos y amigos. Sin embargo, eso no la hacía sentir más segura. Sabía que cualquier momento de distracción podía llevarla a la perdición.
A medida que avanzaba, el silencio la abrazaba. No podía permitir que el sonido de sus pasos interrumpiera la calma de la noche. La iluminación tenue de las lámparas apenas alumbraba los caminos, transformando cada esquina en un juego peligroso al que estaba decidida a arriesgarse.
Cada sombra a su alrededor se convertía en un posible enemigo, cada rincón oscuro era un lugar donde alguien podría estar al acecho. Sabía que el tiempo corría, que cada minuto contaba, pero la emoción de lo vivido con Pablo la llenaba de valor. Esa conexión, esos instantes robados bajo la luz de la luna, eran su tesoro más valioso. No se arrepentía de lo que había hecho, incluso si eso significaba arriesgarse a ser descubierta. Esos momentos valían más que su propia seguridad.
Finalmente, llegó a su alcoba. Una vez dentro, dejó escapar un suspiro de alivio rápido y nervioso, sintiéndose victoriosa por haber logrado regresar sin ser atrapada. La puerta se cerró detrás de ella con un clic suave, y con manos temblorosas, encendió la luz. Pero la alegría se convirtió en hielo instantáneamente.
—¿De dónde vienes a esta hora? —La voz de su padre resonó en la habitación con una gravedad que la hizo temblar. Su tono era helado, cargado de reproche y desconfianza.
El aire se volvió pesado, y el miedo se instaló en su pecho. Los ojos de su padre, oscuros y penetrantes, la atravesaron como dagas. Aunque la luz la envolvía, su presencia era más escalofriante que cualquier sombra en la que había estado oculta.
Silvia sintió como si una mano helada le oprimiera el corazón. La oscuridad se esparció a su alrededor, y el ambiente se volvió denso. La mirada de su padre, dura y penetrante, la atravesó. Se quedó paralizada. La mente se le llenó de imágenes de Pablo, de la magia de esa noche, de la conexión que habían compartido. Era un secreto que sabía que no podía compartir, pero que ardía dentro de ella como un fuego inextinguible.
No sabía si dar un paso atrás o enfrentarse a su padre. Las imágenes de Pablo llenaban su mente, pero a medida que la realidad se hacía más presente, el terror la atrapaba.
Estaba aterrorizada por la posibilidad de que su padre descubriera la verdad. Sabía que no comprendería, que no podría aceptar lo que había hecho. Y a pesar de ese temor, una parte de ella se negaba a arrepentirse. Ella había elegido sentir y nunca se disculparía por eso.
Cada segundo con Pablo valía más que ese castigo que estaba por recibir.
Editado: 25.11.2024