Anabell Jones
Me encontraba tumbada en la cama, con los ojos fijos en el techo oscuro de mi habitación. Cada intento de cerrar los ojos para descansar se veía frustrado por el dolor punzante de mi corazón y las imágenes de aquella noche. Era como si las sombras del pasado hubieran decidido atormentarme una vez más, haciéndome revivir una y otra vez la tragedia que había cambiado mi vida para siempre.
Había un silencio inquietante, interrumpido por el tic-tac del reloj en la pared. Eran las tres de la madrugada, y el sueño parecía inalcanzable. Abracé la almohada con fuerza, como si con ese gesto pudiera contener las lágrimas que me hacían picar los ojos. Pero no podía evitarlo; las lágrimas se escaparon silenciosamente, deslizándose y mojando mis mejillas.
En mi mente, la escena se repetía con una claridad aterradora. Podía recordar el sonido de la puerta de la entrada abriéndose de golpe, los pasos erráticos de ese hombre entrando en la casa, y la sombra imponente de Keiran siguiéndolo.
Keiran siempre había sido mi protector, mi héroe. Pero esa noche, había sido mi salvador.
—¡No te acerques a ella! —gritó Keiran, con una voz firme pero llena de miedo.
El sonido de la pelea resonaba en mis oídos, los golpes sordos, los gritos ahogados y las súplicas desgarradoras, llenando el pequeño espacio de la sala.
Me incorporé en la cama, abrazando mis rodillas contra mi pecho. La imagen de Keiran apareció en mi mente, como un recuerdo lejano pero poderoso. Sabía que tenía que ser fuerte, pero en estas noches solitarias y silenciosas, la fuerza parecía abandonarme, dejándome sola con el dolor y los recuerdos.
La luz comenzó a asomar por la ventana, la noche había sido larga y dolorosa, pero no era la primera ni la última. Respiré profundamente, secándome las lágrimas, y me levanté de la cama, mi vida tenía que seguir, aunque para mí había acabado hace mucho.
Erick Thompson
Aquí estoy, en mi oficina, rodeado de paredes de cristal que me ofrecen una vista panorámica de la ciudad. Sin embargo, la belleza del paisaje apenas logra distraerme del caos interno que siento. El sonido del reloj en la pared marca el paso del tiempo, pero yo estoy anclado en un momento específico del pasado. Cerré los ojos y, como si fuera ayer, recordé el día que mi vida cambió para siempre.
La letra de mi prometida palmada en una simple nota, dónde transmitía su despedida. Sus palabras eran duras pero claras: no podía seguir con la vida que llevábamos y se iba, dejándome a cargo de nuestra hija.
Esa noche, me quede sentado en el suelo del cuarto de mi pequeña hija. La incertidumbre y el miedo me abrumaban. ¿Cómo podría criar solo a mi hija? Pero al mirar a esos ojos inocentes, sentí una oleada de determinación.
Las noches se volvieron más largas y agotadoras, pero las risas y sonrisas de Anhne me daban la fuerza que necesitaba para seguir. Me convertí en un experto en cambiar pañales y preparar biberones, y aprendí a balancear las responsabilidades de mi carrera con las de ser padre soltero. Cada pequeño avance, cada momento de felicidad compartido con Anhne me reafirmaba que podía hacerlo.
Pero ahora cuando en mi vida y la de mi hija todo estaba en calma, recibía una notificación legal: los abuelos maternos de Anhne querían su custodia. ¿Cómo podían estar haciendo esto? ¿Cómo podían intentar arrebatarme a mi hija cuando lo único que me había mantenido a flote era ella?
Tenía que ser fuerte, no solo por mí, sino por ella. Anhne merecía un hogar lleno de amor y estabilidad, y yo estaba decidido a dárselo, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino. La lucha iba a ser larga y agotadora, pero no estaba dispuesto a rendirme. Anhne era mi mundo, y haría todo lo necesario para mantenerla a mi lado.