Anabell Jones
Paso mis manos por mi cabeza, frustrada. No puedo conciliar el sueño. He estado dando vueltas en la cama desde que me desperté por aquella pesadilla. Miro la hora por quinta vez. 8:15. Mierda, he pasado más de cuatro horas despierta.
Me incorporo lentamente hasta quedar sentada al borde de la cama. En estos momentos no sé si quiero reír o llorar por mi situación. Aprieto los labios, paso una mano por mi rostro y me froto los ojos con fuerza, intentando disipar el cansancio. Pero es imposible.
Me estiro un poco antes de levantarme y dirigirme al baño. El reflejo en el espejo me devuelve una imagen desalentadora. Mi cabello es un desastre, las ojeras bajo mis ojos parecen más oscuras y profundas que nunca. Luzco cansada, sin vida. Trago saliva. Me recuerda a aquellos años, cuando la tristeza me consumía hasta en los huesos.
Sacudo la cabeza, alejando esos pensamientos. Me meto en la ducha y dejo que el agua caliente me relaje los músculos tensos. Paso los dedos por mi cuero cabelludo, disfrutando de la sensación de la espuma deslizándose por mi piel. Cierro los ojos y respiro profundo, intentando despejar la mente.
Al cabo de diez minutos, salgo envuelta en una toalla y me visto rápidamente. Opto por unos jeans de tiro alto, un top blanco de mangas largas y, por supuesto, mis converse. No pueden faltar. Cuando termino de arreglarme, tomo mi bolso y bajo hacia la cocina en busca de una pastilla para el dolor de cabeza.
Mientras camino, observo mi apartamento. Todo está lleno de cajas. Aún me falta empacar mi ropa. Suspiro. No tengo energía para lidiar con eso ahora. Necesito salir.
Decido desayunar afuera. No tengo ganas de preparar nada. Busco las llaves del auto y me dirijo a mi cafetería favorita, Lou's. Cuando entro, el aroma a café recién hecho y pan dulce me envuelve. Es cálido, acogedor. Me relaja un poco.
En la barra, logro divisar a la persona que tengo por mejor amiga.
Deina Smith. Veinticuatro años, 1.67 de altura, delgada y de tez negra. Sus ojos marrones oscuro siempre reflejan una chispa traviesa, y lo que más destaca en ella es su sonrisa amplia. Es el tipo de persona que ilumina un cuarto con su sola presencia. La conocí en el primer año de la universidad, y en unos pocos meses ya éramos inseparables.
—Hola, nena —me saluda desde detrás de la barra—. ¿Lo mismo de siempre?
Asiento con una pequeña sonrisa.
—No dormiste anoche —afirma, entrecerrando los ojos—. ¿Otra vez la misma pesadilla?
Odio que Deina pueda leerme con solo verme. No quiero preocuparla. Suficiente tiene con la enfermedad de su mamá como para que yo me convierta en una carga. Pero es imposible mentirle. Me conoce demasiado bien.
—Mis sueños solo tratan de eso. Gracias —murmuro, tomando la taza de capuchino que me extiende.
—Pero no hablemos de eso. Aún no puedo creer que hoy por la noche sale mi vuelo a Londres y todavía me faltan algunas cosas por empacar —hago una mueca, el simple hecho de tener que cambiar mi rutina me produce dolor de cabeza.
—Tranquila, ya verás que terminas en poco tiempo —me sonríe con amabilidad mientras deja unos pastelillos en la barra—. Por cierto, ¿sabes dónde está Kat?
—Creo que anoche se quedó a dormir en el departamento de Zack —digo, tomando un pastelillo y llevándomelo a la boca—. Desde que volvieron, ya ni llama para avisar si sigue viva o para decir que se va a casar.
Deina gruñe, claramente fastidiada.
—Me enoja que todavía siga con él. Son más tóxicos que el petróleo en el agua y ellos no lo entienden —dice, resoplando.
Y no puedo hacer más que darle la razón. Pero de nada sirve que se enoje, porque a Kat le importa poco nuestra opinión.
Entre pláticas y comida, el tiempo se me pasa volando. Cuando reviso mi reloj, me doy cuenta de que se me hizo un poco tarde para terminar de empacar.
—Me tengo que ir, tengo que terminar de empacar —digo, levantándome—. Te voy a extrañar.
—Yo mucho más —me abraza con fuerza—. Cuídate, ¿sí? No te estreses mucho, no saltes tus comidas. Te quiero, no lo olvides —se aleja un poco para mirarme a los ojos—. Me preocupa la situación con los sueños, pero no diré nada. Solo prométeme que irás a verla si empeora, ¿de acuerdo?
Asiento, aunque en mi interior sé que tal vez no cumpliré con esa promesa. Pero me importa su opinión, así que dejo el tema por la paz.
—Eso no te lo puedo prometer, pero lo tendré en cuenta —susurro.
—Odio cuando te pasas mis consejos por el trasero —rueda los ojos—. Iré a visitarte en mis próximas vacaciones, además, no sentirás mi ausencia. Te llamaré y escribiré todos los días.
—Más te vale, porque si no vengo y te llevo conmigo —digo con una sonrisa traviesa.
Nos abrazamos una vez más.
—No quiero irme. ¡Reténme! —bromeo, haciendo que ambas rompamos en carcajadas y llamemos la atención de algunas personas en la cafetería.
Finalmente, agarro mi bolso y suspiro.
—Yo también te quiero.
Nos abrazamos por última vez. Al salir de la cafetería y dirigirme al auto, siento mis ojos picar. En serio voy a extrañar a Deina. Sus locuras, sus risas, sus momentos humildes, como ella solía llamarlos. Me subo al auto, enciendo el motor y dejo que la música de Look What You Made Me Do de Taylor Swift me envuelva mientras conduzco.
Cuando llegué de nuevo al apartamento, me encontré con Katherine Walker, alias mi prima favorita. Tiene 20 años, mide 1.60, su cabello es negro azabache y posee los ojos azules característicos de los Jones. Siempre hemos sido muy unidas a pesar de la diferencia de edad, por lo cual, después de su graduación, decidió venir a vivir conmigo aquí, a Londres.
—¿Recién llegas? —hablé al verla acostada boca abajo en el sofá—. ¿Todavía sigues viva? ¿Debo preparar mi ropa negra?
No hubo respuesta. Fruncí el ceño y me acerqué más. —¿Qué te pasa?
Kat soltó un suspiro tembloroso y, sin levantar la cabeza, murmuró: