Una promesa de amor

CAPÍTULO 2: LONDRES = DULCE HOGAR

Anabell Jones

Aterricé en Londres con media hora de retraso. El ajetreo del aeropuerto era un caos de voces, anuncios y maletas rodando por el suelo brillante. No pude avisarle a mi hermano, así que probablemente se habría ido a casa molesto. Caminé hacia la sala de equipajes, donde una interminable fila de personas esperaba ansiosas. El aroma a café y comida rápida flotaba en el aire mientras los altavoces anunciaban nuevas llegadas. Recogí mis maletas y llamé a mi mellizo.

—¿Dónde estás? —fue lo primero que dijo al contestar—. Llevo esperando más de una hora en el aeropuerto y no te encuentro.

—Estoy caminando hacia la salida —respondí, arrastrando mis maletas. ¿Por qué empaqué tanto? — Y no seas dramático, solo han sido 45 minutos.

—Eso es demasiado tiempo para mí y mi agenda ocupada... Creo que ya te vi. ¿Desde cuándo te cortaste el cabello? —Miro a mi alrededor sin encontrarlo — Gira a tu derecha — indicó antes de colgar.

Volteé y lo vi. Adriel Keneth Jones Collins, mi mellizo, casi 1.85 de estatura, tez blanca, ojos azules, cabello rubio y un cuerpo trabajado. Su figura destacaba entre la multitud de viajeros apresurados. Todo lo que una chica desea, pero con un gran defecto: un mujeriego de primera.

—Te extrañé mucho —me abrazó con tanta fuerza que casi me quebró un hueso—. No sabes cuánta falta me hiciste, enana —se alejó un poco para mirarme. Su perfume, una mezcla de madera y especias, me resultó extrañamente reconfortante—. Por fin los mellizos Jones están juntos de nuevo.

Me reí —Yo también te extrañé mucho —le devolví el abrazo—. Y desde ahora te advierto que este año nada de problemas —lo amenacé. Sabía que cuando alguien mencionaba a los mellizos Jones, significaba problemas.

—Oh, vamos, hermanita, hay que revivir los buenos tiempos —me soltó—. ¿No me digas que Estados Unidos te quitó la diversión?

—¿Buenos tiempos? Más bien tiempos de problemas. Y Los Ángeles no me quitó nada, solo maduré. Algo que, por lo que veo, tú aún no has hecho —crucé los brazos—. Sigo siendo divertida, pero ahora más responsable.

—Sí, buenos tiempos, con algunas pequeñas complicaciones. Pero como sea, me alegra que estés aquí. Ya hacías falta en la casa. Ven, vamos.

Me ayudó con mis maletas mientras caminábamos hacia la salida. Afuera, se dirigió a un Hyundai Palisade estacionado al otro lado de la calle.

—Enana, trae las maletas —escuché a Adriel mientras abría la cajuela—. Ya nos retrasamos bastante.

Caminé hacia él y le pasé las maletas.

—No sabía que alguien te acompañaría a recogerme —comenté, tratando de ver al chico dentro del auto.

—Pensaba venir solo, pero alguien se retrasó. Cuando avisaste que aterrizabas, estaba en su casa y se ofreció a acompañarme —se encogió de hombros—. No te molesta, ¿verdad? —me miró esperando mi respuesta.

—No, qué va —dije, subiendo al asiento trasero—. Hola.

Mi voz hizo que el chico girara la cabeza, y nuestros ojos se encontraron. Santa Madre. Parecía un ángel: cabello castaño, piel clara, ojos verdes, nariz respingada y labios finos. Una sola palabra lo describía: perfección.

—Hola —su voz era grave, pero dulce.

Mi hermano subió al auto, rompiendo nuestro contacto visual.

—Pensé que te había perdido, estaba a punto de ir a buscarte —dijo el chico a Adriel, mientras él se ponía el cinturón de seguridad.

—Sí, lo que pasa es que mi querida melliza se hizo un cambio de look y no se lo comentó a nadie. No la reconocí —Adriel dramatizó.

Rodé los ojos. Ni que fuera un gran cambio. Solo corté y teñí las puntas de mi cabello, tal vez adelgacé un poco y cambié mi estilo de vestir. Nada del otro mundo.

—Bueno, los presentaré. Enana, Gerald Murphy, un gran amigo.

—Un gusto, soy Anabell —le sonreí a través del retrovisor—. Solo cambié mi cabello y ropa, no exageres —le dije a mi hermano.

Mientras él intentaba recordar cómo lucía mi cabello en nuestra última llamada, el auto arrancó. Miré por la ventana, observando las calles familiares mientras Adriel empezaba a hablar de fútbol.

—¿Podemos pasar por donas y pastel antes de ir a casa? Extraño los postres de aquí —interrumpí su exposición deportiva.

—Claro, hay una nueva tienda. Te va a encantar, hacen esos pasteles de tres leches que tanto te gustan.

Asentí, contenta. Tenía hambre, y qué mejor que un dulce de tres leches para celebrar mi regreso.

Habíamos llegado a una cafetería de tamaño mediano con un encantador estilo vintage. Sobre la entrada, un letrero rezaba "MostCake" en letras elegantes.

—Esperen aquí, yo voy a comprar. Un pastel de tres leches para la señorita. ¿Y tú, cavernícola, qué vas a querer? —Gerald sonrió con picardía mientras sacaba la billetera. Hoy él pagaba, con la condición de que en otra ocasión nosotros lo invitáramos.

—Quiero una dona de chocolate y un café con leche, si no te molesta —respondió mi hermano con una sonrisa que dejaba ver su perfecta dentadura. Gerald negó con la cabeza y se alejó hacia la cafetería.

—Veo que son muy buenos amigos — comenté mientras Adriel me observaba a través del retrovisor —. ¿Sabe él a qué se dedican realmente nuestros padres? —pregunté

—Nos conocimos en el campamento anual de reclutamiento. Lleva dos años en la organización —confeso, estaba sorprendida. Mi hermano nunca había tenido amigos, al menos no uno que conociera el otro lado de nuestra familia.

—Me alegra. Por cierto, gracias por hacerte cargo. Te debo una —dije, golpeando juguetonamente su brazo. Pero su expresión seria me decía que estaba a punto de tocar un tema del que no quería hablar.

—Habla ya. Prometo no enojarme ni insultarte —intenté aliviar la tensión con una sonrisa.

—¿Estás segura de que quieres regresar? — giró completamente y preguntó con duda. Como no respondí de inmediato, cambió de tema—. Bien, lo entiendo. Mañana Jared regresa a la ciudad e inauguraremos la nueva casa de reuniones. ¿Quieres venir?




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