Una promesa de amor

CAPÍTULO 4 : DECISIONES

Anabell Jones

El despertador sonó con un zumbido molesto, pero yo ya estaba despierta. Desde que volví a Londres, el sueño me era esquivo. No podía evitarlo, mi mente no dejaba de trabajar, de recordar y calcular cada paso que tendría que dar en esta ciudad que me vio nacer y que, hasta hace poco, creí que no volvería a pisar. Me estiré en la cama, sintiendo cómo mis músculos se desperezaban, y dejé escapar un suspiro antes de obligarme a levantarme. El frío de la mañana me hizo estremecer ligeramente cuando mis pies tocaron el suelo.

La luz matutina se filtraba por las cortinas, bañando la habitación con un resplandor tenue. Me dirigí al baño, me lavé el rostro con agua fría y observé mi reflejo en el espejo. Mis ojos aún mostraban señales de cansancio, pero eso no importaba. Tenía que mantenerme firme, como siempre lo había hecho. Mientras me cepillaba el cabello, mi mente divagó hacia recuerdos enterrados, momentos de mi infancia en esta misma casa, risas que ahora parecían ecos de un pasado lejano. Sacudí la cabeza, tratando de alejar esas imágenes. Hoy debía enfocarme en el presente.

Al salir de mi habitación, el sonido de la conversación en el comedor y el aroma del café y el pan recién horneado me recibieron antes de cruzar la puerta. El calor de la cocina contrastaba con el frío de la mañana, envolviéndome con una sensación de familiaridad que, por un instante, me hizo olvidar mis preocupaciones.

—Mira quién decidió honrarnos con su presencia —bromeó mi madre, sirviendo una taza de café a mi padre.

—Buenos días, familia —respondí con una sonrisa mientras tomaba asiento. Sentí la calidez de la porcelana cuando envolví la taza con mis manos, permitiéndome disfrutar del pequeño placer de una mañana en familia.

Mi padre levantó la vista del periódico y me dedicó una mirada severa pero afectuosa. Su semblante siempre reflejaba disciplina y determinación, pero detrás de esos ojos oscuros, había un amor inquebrantable por sus hijos.

—¿Dormiste bien?

—Lo suficiente —mentí mientras me servía un poco de café, sabiendo que él podía notar la verdad, pero sin querer darle más razones para preocuparse.

Andrew, sentado a mi lado, escondió una sonrisa detrás de su taza de té.

—Sí, claro. Seguro estuviste toda la noche maquinando cómo conquistar Londres de nuevo.

—Alguien tiene que hacerlo —le respondí con una sonrisa ladina, soplando mi café antes de darle un sorbo.

Andrew tenía una complexión delgada pero atlética, con el cabello oscuro cayendo desordenadamente sobre su frente. Sus ojos, de un azul profundo, eran siempre analíticos, captando detalles que otros pasarían por alto. Su rostro aún tenía rastros de juventud, pero su expresión solía reflejar una madurez inesperada.

Adriel, sentado frente a nosotros, dejó su cuchillo y tenedor sobre el plato y me miró con interés. Siempre tenía esa expresión calculadora, como si analizara cada palabra antes de hablar.

—¿Y qué tienes planeado para hoy?

Tomé un sorbo de café antes de contestar.

—Voy a recorrer un poco la ciudad, acostumbrarme otra vez. Quizás pase por algunos lugares que no he visto en años.

—¿Sola? —preguntó mi madre con un deje de preocupación, frunciendo ligeramente el ceño.

—Mamá, no soy una niña —respondí con un tono suave pero firme.

—No, pero tampoco eres cualquier persona. Sabes que debes ser cautelosa.

Asentí, aunque en realidad ya había tomado mis precauciones. Nada de lo que hiciera sería descuidado o impulsivo. Aprendí hace mucho que la seguridad es lo primero. Aun así, no pude evitar sentir un leve escalofrío ante sus palabras. Londres no era un terreno neutral.

La conversación continuó entre bromas y comentarios triviales. Andrew, como siempre, encontraba la forma de meter algún comentario sarcástico que hacía reír a todos, incluso a mi madre, quien intentaba mantener la compostura. Adriel, por su parte, se mantenía más serio, pero atento, como si siempre estuviera analizando la situación. Mi padre seguía con su costumbre de leer el periódico mientras escuchaba, ocasionalmente asintiendo o haciendo una observación.

Estábamos terminando el desayuno cuando el timbre sonó. Antes de que alguien pudiera moverse, la voz de Jared resonó desde la entrada.

—¡Espero que haya comida para mí también!

Mi primo apareció en el umbral con su característico aire desenfadado. Vestía un abrigo negro y una bufanda, pero su sonrisa era lo más cálido de todo. Sus ojos azules chispeaban con la picardía de siempre, ese brillo que lo hacía parecer el mismo chico de nuestra infancia. Su cabello negro estaba peinado con descuido, y su porte, aunque relajado, denotaba confianza. Medía un poco más que Adriel, con una complexión musculosa pero estilizada.

Me levanté de inmediato y me acerqué para abrazarlo.

—Jared, ¿desde cuándo estás en Londres? —pregunté, genuinamente sorprendida mientras lo estrechaba con fuerza.

—Desde ayer, pero quería darte la sorpresa —respondió antes de soltarme y mirar a los demás—. Tíos, primos, qué gusto verlos.

Mi madre lo saludó con un beso en la mejilla y mi padre le estrechó la mano con una sonrisa. Adriel le dio una leve inclinación de cabeza, y Andrew lo miró con una ceja levantada.

—Toma asiento, muchacho —dijo mi padre—, todavía hay comida.

Jared no se hizo de rogar y se sentó junto a mí. Andrew le pasó un plato con tostadas mientras decía:

—Eres un descarado, Walker. Siempre apareces cuando hay comida.

Jared rió con ganas y le dio una palmada en el hombro.

—No puedo evitarlo, Andrew. Es un talento natural.

—Un talento descarado —corrigió Adriel con una sonrisa irónica.

Mientras desayunábamos, Jared nos contó sobre su estancia en Francia y cómo había decidido venir a Londres para atender algunos asuntos familiares. No dijo exactamente qué asuntos, pero no era necesario. Todos en la mesa entendíamos que su llegada significaba más que una simple visita.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.