Erick Thompson
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando entré en el rascacielos de Thompson Investments. Aquel edificio, con su fachada de cristal y estructura imponente, representaba la cara pública de mi imperio. Lo que nadie en la empresa sabía era que también era la fachada de algo mucho más oscuro.
Mi secretaria, Victoria Barnes, ya estaba esperándome en la recepción de mi piso, impecablemente vestida con una falda de tubo negra y una blusa de seda blanca. Era eficiente, organizada y, sin duda, una de las mujeres más atractivas con las que había trabajado. Llevaba el cabello recogido en un moño que acentuaba sus rasgos afilados y una expresión de profesionalismo absoluto.
—Buenos días, señor Thompson —dijo con voz firme, extendiéndome una tableta con mi agenda del día—. Tiene cinco documentos urgentes que deben ser firmados antes de las diez. Además, su primera videoconferencia es en cuarenta minutos con los inversionistas de Hong Kong.
Asentí, cogiendo la tableta y eché un vistazo rápido a mi agenda. Tenía reuniones sin descanso hasta la hora del almuerzo, momento en el que había planeado salir con mi hija, pero algo en mi interior me decía que esa idea no duraría mucho.
Me dirigí a mi oficina, una amplia estancia con paredes de vidrio y una vista panorámica de la ciudad. Sobre el escritorio ya había un montón de documentos esperando por mi firma. Me dejé caer en la silla y tomé una pluma.
—¿Algo más, Victoria? —pregunté sin levantar la vista.
—Nada más, señor Thompson. Si necesita algo, estaré en mi oficina.
Asentí sin responder, concentrado en el papeleo.
Pasé las siguientes horas enterrado entre firmas, videoconferencias y llamadas interminables. Era una maquinaria que nunca se detenía, un flujo constante de decisiones y estrategias que mantenían tanto la empresa como el Imperio en funcionamiento.
En medio de la videoconferencia con los inversionistas de Hong Kong, una de las líneas del balance que me presentaron me hizo levantar una ceja. Había algo extraño en los números, algo que no encajaba con las proyecciones que habíamos discutido meses atrás. Terminé la llamada en menos de lo que imaginaba.
—Victoria —llamé, y en segundos ella apareció en mi oficina—. Revisa la cuenta 7125, algo no está cuadrando. No quiero que se mencione nada de esto a los inversionistas hasta que tengamos una solución.
—Lo haré de inmediato, señor Thompson —respondió, desapareciendo de la habitación tan rápido como había llegado.
El día continuó con más reuniones y decisiones rápidas. Cada segundo estaba ocupado en algo urgente, y a medida que la jornada avanzaba, mis expectativas de salir a tiempo con mi hija iban desvaneciéndose. La compañía no podía esperar, y en mi mundo, las obligaciones nunca se tomaban un descanso.
La tarde llegó sin darme tregua, y a las tres en punto, cuando ya había terminado con un par de contratos que necesitaban ser firmados, un mensaje de texto interrumpió mi concentración. Era Marcos.
"Ha habido un atentado contra Andrew Jones. Está en el hospital. No tenemos más detalles por ahora, pero la situación es grave, así que aumentaremos su seguridad y la de su hija"
Mi respiración se detuvo por un instante. El menor de los Jones. Sabía que él siempre había sido un blanco fácil, pero no esperaba algo tan inmediato. Si bien no me importaba demasiado la dinámica familiar de los Jones, un ataque directo a uno de los suyos podría tener repercusiones mucho más grandes.
Estaba a punto de hacer una llamada para conseguir más información cuando Victoria regresó con los documentos que había solicitado.
—¿Está todo bien, señor Thompson? —preguntó, notando que algo me había perturbado.
—Sí —respondí rápidamente, aunque mi tono no era el mismo—. Necesito que coordines con el equipo de contabilidad una revisión completa de los balances para mañana. También asegúrate de que el informe para los inversionistas de Hong Kong esté listo antes de que me retire.
—Lo haré, señor.
A medida que avanzaba la tarde, me sumergí en nuevos problemas. Un cliente importante que había estado esperando un acuerdo de fusión con nosotros parecía estar tomando un camino diferente, y la posible pérdida de esa cuenta ponía en peligro todo el trimestre. Las negociaciones se alargaron más de lo esperado. Finalmente, después de unas intensas horas de reuniones y llamadas, ya era demasiado tarde para el almuerzo con mi hija. Lo sabía, pero no podía hacer nada al respecto.
A las siete de la noche, la oficina estaba más vacía de lo habitual. La mayoría de mis empleados ya se habían ido a casa, y yo aún seguía allí, con la mente ocupada por una combinación de negocios y los ecos de la noticia sobre Andrew.
Cuando la última videoconferencia terminó, me quedé en silencio frente a mi escritorio, mirando la vista de la ciudad que se extendía ante mí. Mi mente estaba en constante movimiento, sopesando lo que había sucedido con Andrew, lo que eso significaba para la familia Jones, y cómo todo esto podía afectar la estabilidad del Imperio.
De repente, el teléfono de la oficina sonó, y cuando lo levanté, la voz al otro lado de la línea me hizo volver a la realidad.
—Señor Thompson, tenemos noticias —dijo Marcos —. La situación con Andrew ha empeorado. Está en cirugía y hay rumores de que el ataque fue un mensaje, algo mucho más grande de lo que pensábamos.
—Dame más información —ordené en cuanto atendió.
—No tenemos mucho aún. El ataque fue limpio, sin huellas, pero fue planeado.
Apreté la mandíbula. No me gustaba lo que eso implicaba.
—Manténme informado. Quiero saber quién está detrás de esto.
Corté la llamada. Me pasé una mano por el rostro y me hundí en la silla de mi escritorio, tamborileando los dedos sobre la madera pulida. Mi mente trabajaba a toda velocidad, considerando las posibles motivaciones detrás del atentado. ¿Un ataque contra los Jones en general? ¿Una advertencia para los líderes del Imperio? ¿O acaso un movimiento para desestabilizar la organización y generar caos? No me gustaban las preguntas sin respuesta.